A Miguel Rodríguez, amigo y compañero
El desastre apocalíptico causado por el golpismo venezolano, cívico y militar, hondamente popular y mayoritario, de proveniencia adeca, copeyana, masista y sobre todo del chiripero calderista y castro comunista, de ninguno de los cuales, al día de hoy, hemos escuchado una sola muestra de arrepentimiento y disculpa por la tragedia que causaran y cuyo dominio del arte de la supervivencia se expresa en el interinato y las embajadas que algunos de sus más excelsos miembros hoy ocupan, no me da muchas razones para tener esperanzas en el futuro venezolano. Muy por el contrario: de ser por sus prohombres – editores, columnistas, dueños de medios impresos, radiales y televisivos, militantes y altos dirigentes de los partidos “democráticos” de vieja y nueva proveniencia– la dictadura reinante podría entronizarse sepa Dios por cuántas décadas. No están, así muchos de ellos sean amigos cercanos y muy valiosos, en la base de mis esperanzas políticas. Sin salir de lo que ellos representan y quitarlos del centro del escenario, Venezuela no volverá a ser lo que fuera cuando se dispusieron a impedirle el curso hacia la prosperidad y el progreso impulsado por aquellos que, acompañando al político venezolano más importante de la segunda mitad del siglo XX latinoamericano, Carlos Andrés Pérez, tenían la capacidad y la disposición de poner a nuestro país a la cabeza de nuestra región. Así se nieguen a asumirlo: son los responsables directos de todas nuestras actuales miserias. Debieran ser los primeros protagonistas de nuestro desalojo.
Es en ellos, en los combatidos y castigados por el golpismo cívico militar, en quienes deposito gran parte de mis esperanzas en la reconstrucción de nuestra pasada grandeza. Y en las jóvenes figuras políticas, sometidos al chantaje unitarista de las viejas élites. Es en la capacidad que demostremos de desalojar las rémoras de los viejos vicios y taras que, enquistados en la llamada oposición mudeca, frenteamplista y guaidosiana, formarán parte de lo que podría llegar a ser la Concertación Democrática venezolana, en la que descansa nuestra apertura al futuro.
Llamo la atención sobre lo que habremos de hacer en el futuro posible, si esta pesadilla llegara a su fin y la sociedad venezolana recibiera el milagroso don de una segunda oportunidad. Llamo la atención sobre el enquistamiento del populismo, del socialismo, de la corrupción y la inmoralidad que el llamado interinato ha estado muy lejos de querer enfrentar y superar. Llamo la atención sobre la primera y más esencial tarea de una oposición democrática responsable, sana e iluminada por la tarea de recuperar nuestras oportunidades y volver a rehacer el camino trágicamente interrumpido por el golpismo tiránico hoy gobernante.
Una tarea que la derecha chilena supo llevar adelante en medio de la poderosa hegemonía lograda por la llamada Concertación Nacional, edulcorada herencia del allendismo, que luego de la caída de la dictadura fuera capaz de gobernar durante veinte años y poner al frente de la república a cuatro presidencias, dos de la Democracia Cristiana y dos del Partido Socialista –Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet- para ponerle fin a la transición y abrir el camino hacia un liberalismo democrático y progresista: deslastrarse del socialismo mediante lo que uno de sus líderes máximos, gran amigo de la oposición democrática venezolana, el senador del partido Renovación Nacional Andrés Allamand conceptualizara y llevara políticamente adelante: el desalojo. Que permitió la victoria electoral de Sebastián Piñera. Pues después de veinte años de Concertación, el pinochetismo derrotado y desaparecido del mapa, la principal tarea era el desalojo de las rémoras del pasado presentes en la Concertación.
Es la principal tarea que tendremos que enfrentar, asumir y llevar a cabo los opositores al régimen vigente que quisiéramos retomar el rumbo extraviado con la persecución, enjuiciamiento y defenestración de Carlos Andrés Pérez, sin permanecer entrampados en las viejas mañas y vicios de la mal llamada cuarta república y el socialismo entonces imperante en sus dos vertientes: el socialcristianismo y el socialdemocratismo. Intentar un vuelco de 180 grados en nuestra orientación política, abrirnos al liberalismo y llevar a cabo la reconstrucción del país sobre nuevas bases y cimientos. Una tarea esencial, de sobrevivencia, pendiente de un sacudón político e ideológico que los actuales partidos, incluso los nuevos, se muestran muy renuentes a emprender, amilanados por la cobardía y la falta de imaginación.
El poder que aún hoy detentan ambas formas de socialismo en la conciencia dominante, suficiente como para haber acaparado el interinato y prepararse para asaltar la Presidencia de la República en eventuales elecciones generales futuras, obstruye y dificulta ese salto hacia el futuro que la historia nos plantea. El chantaje unitarista es y será el peor obstáculo al desalojo. A ellos, a quienes están destinados a llevarlo a cabo, así duden y teman por el terreno desconocido que enfrentan, quisiera citarles un párrafo del extraordinario libro de Andrés Allamand y Marcela Cubillos, La estrella y el arco iris, Cómo después de 20 años, fue derrotada la Concertación:
“¿Y qué debe hacer una oposición para ganar el gobierno?
Una secuencia de acciones.
La primera es afirmar su identidad; es decir, los rasgos y características de una persona o colectividad que le otorgan individualidad y le permiten distinguirla de los demás. En política hay que saber lo que uno es, qué representa y a qué aspira.
La segunda es lograr una base sólida de unidad política. Es indiferente si la política se hace desde un partido o desde una coalición de partidos; en ambos casos, la cohesión interna es la clave del éxito, pero ciertamente la unidad es mucho más compleja de alcanzar al interior de una alianza.
La tercera es estar siempre en disposición de ampliar las fronteras de la adhesión… Hay una sola manera de dejar de ser minoría: invadir el campo adversario, lograr adhesión donde antes se obtenía rechazo.
La cuarta es estar a la ofensiva. No se conquistan posiciones defendiéndose; a lo más, se preservan las que ya existen.
La quinta es ser percibido como alternativa».
Para el caso chileno, Allamand agrega una sexta condición, tanto más urgente en el caso venezolano, dada su pavorosa orfandad intelectual: “reflexionar”.
Pensamos y escribimos desde el presente, aunque ante un eventual y muy probable futuro. Creo que ya habría que poner manos a la obra. El desalojo es tarea del presente.
@sangarccs
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