Por ASDRÚBAL BAPTISTA
En sus notas de clases sobre Lógica, publicadas póstumamente, sostiene Kant que a la filosofía le conciernen cuatro grandes interrogantes, la última de las cuales, y podría acotarse, la primera en significación, reza así: ¿Qué es el hombre? La acotación, por lo demás, es del todo apropiada. El propio Kant, en otro texto suyo publicado bajo el título de Antropología Pragmática en 1798, lo dirá con claridad: «el más importante objeto en el mundo es el hombre».
Pues bien, la obra de Alejando Moreno, que aquí tenemos entre las manos, Historia-de-vida de Felicia Valera, no es otra cosa que una original investigación sobre el hombre. No, desde luego, sobre un hombre universal y abstracto, tan dócil para entregarse a las lucubraciones de los científicos sociales, sino la de un ser humano hondamente afincado en un tiempo histórico propio: ése que nutre el ámbito social venezolano y en una de las franjas más importantes de su estructura.
Las páginas de este libro son una natural consecuencia de la investigación de Alejandro Moreno plasmada en su obra El Aro y la Trama (Caracas, 1995), así como en la de sus colegas y discípulos hecha pública en la revista Heterotopía: tejiendo el pensamiento desde otro lugar. Hay en todo esto, sin dudas, un inmenso logro en el puro ámbito de la reflexión y el discernimiento, pero allí no se agotan las secuelas que habrán de seguirse.
-I-
Un legado del esfuerzo empeñado por el siglo XIX en aclarar los fundamentos del conocimiento de la Historia, tanto como en la labor propiamente dicha de la indagación histórica, desemboca en los hallazgos que encuentran, en la obra de Heidegger, una expresión muy fértil. Con base en ello, hombre, mundo e historia, o si se quiere, la condición humana misma, tienen a su favor una nueva perspectiva desde la cual escrutarse. Es así como temas, de otro modo insípidos, ahora se presentan con inusitado esplendor; preguntas y cuestiones: vías que otrora fueron camino franco hacia aburridos lugares comunes o para verdaderos callejones sin salida, se ofrecen en adelante como fascinantes retos para la investigación y el análisis. Más aún, nuevos ámbitos para la meditación y el interrogarse se abren con franca lozanía. Moreno y su grupo, a su manera y con sus indudables especificidades, andan por estas vecindades.
Quizás una mínima palabra podría ser útil adelantar en relación con esta nueva posibilidad de acercarse a la comprensión de lo humano. Se esperaría, así, que dado el carácter de la contribución al pensamiento científico y reflexivo hecha por Moreno y sus compañeros o discípulos, haya ello de causar una real incitación, provocando de este modo el renovado interés de estudiosos y pensadores.
Volviendo por un momento a Heidegger, se trata, efectivamente, y a los fines de poder acercarse a la radicalidad de la condición humana, de haber conseguido él dar, en su Ser y tiempo, un paso hacia un punto mucho más originario que el conseguido por el pensamiento precedente. Es así, entonces, como las más diversas ópticas asumidas o elaboradas por las diferentes tradiciones que vienen desde atrás, pueden ahora entenderse como tales, es decir, sólo en cuanto ópticas, puntos de vista, weltanschauugen. Esto es, pueden comprenderse en sus supuestos, en sus antecedentes y limitaciones.
Heidegger, pues, reclama para sí haberse remitido a una apertura propia de lo humano por cuya mediación se define una posición primigenia del hombre en el seno de las cosas, previa y antecedente a toda expresión histórica concreta: sea ésta el animal dueño del lenguaje, en el decir del gran pensar de los griegos; o el animal político y social, según la alta escolástica más madura; o el fundamento inconcuso y absoluto de la verdad, en el pensar de la modernidad. Y por aquí andan Moreno y su grupo, o mejor, esta Felicia Valera, en quien se encarna una genuina y novedosa manera de ser acerca de quien Alejando Moreno y su grupo buscan dar cuenta.
Felicia, en el lenguaje de las páginas bajo comento, es un mundo-de-vida. Uno de tantos, y en tal sentido circunscrito por una historicidad particular. Felicia, dicho brevemente, es un microcosmos en el que, según se sostiene en las páginas del libro de Moreno et.al. puede leerse el macrocosmos del mundo-de-vida popular, tal y como se lo identifica en el texto. Ahora bien, aquí cabría interpelar a los autores sobre este reflejarse de lo uno en lo otro, esto es, sobre la naturaleza del tránsito por el que se pueda pasar sin fracturas ni sobresaltos de lo micro a lo macro o viceversa. Pero esto último, para ser del todo justo, no tiene por qué estar entre las cuestiones que mueven a Alejandro Moreno, y más bien se desliza en estas líneas como una materia que está en el centro mismo de los intereses que mueven al prologuista mismo.
De nuevo, el orden de ideas de Alejando Moreno y sus colaboradores posee numerosos antecedentes, que no es menester referir. Téngase presente, por si hiciera falta recordarlo, que tras esta obra colectiva yace con todo su rigor exegético El Aro y la Trama. Más aún, y por ostensible y fundamental, no se omita la tradición que concluye en Marx y que resumió a su manera Feurbach, que nutre a Moreno: “La esencia del hombre reside únicamente en la comunidad, en la unidad del hombre con el hombre…”. Pero no hay duda de que Moreno ha buscado dar su paso atrás, un paso atrás.
Para insistir sobre este decisivo punto, esta citada tradición del gran pensamiento no es la única que nutre a Moreno, aunque sobre él gravita. En su descargo, empero, hay que decir que es inevitable que así sea. Más aún, y retomando la cuestión del tránsito entre ámbitos, se puede en efecto hablar de una recóndita intención de la naturaleza para tender el puente entre los dos referidos ámbitos. O se puede dogmáticamente postular la existencia de un vínculo que los une. Mas no hay forma de rehuirle. Otra alternativa consiste en ‘sumar microcosmos’, como si de su creciente agregado resultaran, cada vez con más nitidez, los contornos del macrocosmos deseado. En todo caso hay algo cierto, y es que resulta inescapable plantearse la cuestión de cómo ir de lo uno hacia lo otro.
La genuina novedad de Moreno yace en el camino sui géneris escogido, si se lo evalúa a tenor de los cánones más convencionales: su propia y, por qué no, decisiva inmersión en la vida del macrocosmos. La novedad es esta juntura de investigación y testimonio, o para ser más preciso, de rigurosa investigación con genuino testimonio. Así termina por darse un singular resultado donde la historia de vida de Felicia, una de entre las tantas posibles, halla un reflejo contra el cual colocarse en cada circunstancia, y que es la experiencia acumulada en la prolongada convivencia vivida por el propio investigador. Pudiera decirse que el individuo que observa y evalúa se ha hecho del modo de vida popular a fuerza de convivir, lo cual, quizás, es una forma inadecuada, por insuficiente, de decirlo.
Alejandro Moreno es el puente a través del cual el microcosmos de Felicia expresa su plena significación. No es él, pues, un yo más que escruta y analiza. Antes bien, y para expresarlo con la profundidad que sólo el lenguaje de la poesía es capaz de descubrir, cabría decir de él lo que en este verso de Goethe quiere significarse:
Si nuestro ojo no fuese solar
jamás podríamos divisar el sol.
Si no tuviésemos algo de la virtud divina
No nos movería la idea de Dios.
El propio Moreno lo dirá en su momento: «No podemos, en sinceridad, asumirnos como investigadores, pues en último término no buscamos descubrir, encontrar o elaborar realmente nada. Lo interesante sea, quizás, que la investigación en el sentido de búsqueda fue nuestro punto de partida, pero a lo largo del proceso ella misma se fue desvaneciendo y exigiendo ser trascendida. La realidad de la trama impuso su propio régimen. Nosotros simplemente hemos sido fieles a ella”.
-II-
El testimonio del que aquí se da cuenta posee una infinita variedad de detalles y matices. La ubicación temática, desde luego, facilita la lectura o, mejor, la orienta. La obra en su conjunto posee un punto de contraste: la episteme moderna, o lo que es igual, el modo de vida moderno. Este último, desde luego, posee numerosas expresiones, pero acaso ninguna tan relevante como la presencia histórica del individuo, es decir, del ser humano socialmente individualizado. O si se quiere ser más riguroso, del sujeto. En torno a él, pues, gira el modo de vida popular, en el recto sentido de que le conmina a demarcarse tajantemente. Esta demarcación, dicho brevemente, es el propósito de la obra de Alejandro Moreno, y también es su logro. En otras palabras, frente al individuo de la modernidad, a quien se atribuye el carácter de un ser universal, se contrapone la existencia histórica de hombres y mujeres cuyo modo de vida, en su radical esencialidad, es distinto.
La tesis central de Moreno, sobre la que se sostiene la armazón de su pensamiento, es que el ser humano del modo de vida popular es ser-en-la-madre antes que ser-en-el-mundo (El Aro y la Trama: 427). Esta manera de expresarlo, haciendo el debido espacio para las formas del lenguaje utilizado, es, cómo dudarlo, una enorme incitación. Pero al mismo tiempo, quizás, señala espacios para puntillosas controversias que, con casi seguridad, podrían bien desdibujar los importantes hallazgos conseguidos por él.
Lo que aquí se plantea no es otra cosa que la estructura primigenia de la condición humana, y en este caso, de la condición humana asociada con el modo de vida popular. Y más, queda el reclamo de Moreno de haber dado un paso adicional hacia atrás en la búsqueda del trasfondo más fundamental de lo humano. Pero aquí, como no puede sino ser, ronda de nuevo Heidegger, según se ha dicho. De hecho, la noción de ser-en-el-mundo estrictamente pertenece a sus concepciones, y no cabe más alternativa que evaluar su significación a la luz de la formulación original en la que se sustenta.
La concepción de Moreno, según se la acaba de citar, puede bien juzgársela como «una mera tautología», una vez que la noción de ser-en-el-mundo se propone con la precisión del caso y que se atiende a la calificación que agrega Moreno a continuación. Más aún, la noción de ser-en-la-madre pareciera pertenecer al ámbito de lo óntico, en tanto que la de ser-en-el-mundo es estricta ontología, como bien cabría argumentar. De aquí se sigue que al ser-en-el-mundo heideggeriano no pueda en rigor achacársele, como lo hace Moreno siguiendo a Buber, ni una separación radical de Dios, ni tampoco la imposibilidad del diálogo con el otro o la de una relación al estilo de ser-en-la-madre. A riesgo de sobreargumentar este punto, valga traer a colación el siguiente texto de Heidegger: «Sólo porque el Dasein se determina primariamente por la Egoität puede él existir de hecho como un tú para otro Dasein…Con todo y lo ricas e interesantes que son para el discernimiento las relaciones Yo-Tú…ellas presuponen la totalidad del análisis del Dasein».
El modo de vida popular, macrocosmos como sin duda lo es cuando se lo entiende desde la vida de Felicia, resulta ser, por su parte, apenas un microcosmos dentro del marco mucho mayor que es la sociedad occidental – ¿planetaria ya, acaso? – . Con la mirada puesta en esta indubitable realidad de las cosas contemporáneas, ¿cómo no interrogarse entonces sobre el destino que se le reserva a los microcosmos que existen en tantas partes, que se apartan de las tradiciones dominantes, y cuyas únicas defensas parecieran ser sólo – como bien se desprende de los notables hallazgos de Moreno – sus actitudes existenciarias?
No hay, ni por asomo, una respuesta que sirva para acallar las preocupaciones que se despiertan al así preguntarse. El libro que aquí se entrega agudiza los sentimientos. El curso de la historia de la humanidad no está exento de ejemplos apabullantes de asimilaciones culturales, o cuidado si es preferible decir, de ‘aniquilaciones’ culturales. ¿Qué queda hoy de la imponente civilización egipcia: de los restos mudos de sus colosales monumentos funerarios? ¿Y de aquella sociedad babilónica, que siempre será razón para el mayor de los asombros? Entonces, ¿a dónde irán las Felicias del mundo? Si sólo se pusiera la mirada en los aspectos económicos de la presente humanidad, por decir algo más, ya no puede albergarse duda alguna sobre la mercantilización de cada intersticio de la vida. ¿Qué será, más pronto que tarde, de las posturas y valores del mundo existencial de Felicia, tan ajeno al intercambio mercantil como medio de subsistencia?
Estas páginas que se entregan al lector como fruto de las indagaciones de Moreno y de sus colegas investigadores, son una irresistible incitación para el pensamiento y la reflexión. Numerosas pistas se abren capítulo tras capítulo para abordar con nuevos elementos de juicio los tantos temas a los que lleva el estudio de la sociedad venezolana. ¿Será acaso posible concebir un resultado más fértil para el trabajo intelectual de alguien?
Post scriptum
Este prólogo se escribió en los meses iniciales de 1998. Viendo los borradores que a él llevaron, y viéndolos con los ojos de hoy, obviamente, sobresale en sus párrafos la ostensible ausencia de la materia histórica que ha llenado la investigación propia de quien esto escribe.
En el mundo de Felicia Valera ciertamente no estaba presente, y porque no podía estarlo, el tema central de la historia de Venezuela, que es el petróleo. Cómo no decirme, entonces, que tamaña ausencia ha debido moverme, y cuando menos, a una sencilla alusión acerca de lo aquí envuelto en la velada y pacata forma de una nota de pie de página. Pero me sereno, si así cabe hablar, diciéndome que la verdad histórica es que el petróleo, entonces, «no subía cerros», a lo que he de agregar, y por el cariz de lo así afirmado, que tras esta frase de “no subía cerros” yacían deliberadas y complejas razones de principio y de índole económico – política, que llenaban las décadas precedentes.
En todo caso, de haberlo hecho, y porque las cosas son así, a dicha alusión debía habérsela colocado bajo el yunque de una rigurosa contextualización histórica. Pero pasar a cumplir una tarea de esta entidad, huelga decirlo, pues no se corresponde ni podía corresponderse con la presente suerte de recensión. Lo que sí me es dado ahora afirmar, y únicamente afirmar bien entiéndase, es que las Felicias Valera del mundo popular, en el mismísimo presente de lo venezolano popular, saben o buscan saber del barril de petróleo, del precio al cual se lo vende, y, sobre todo, se entienden como posesas de que algo de ese barril les pertenece o ha de pertenecerles por legítimo derecho.
Pero ¡cuidado! porque es aquí donde se esconde el ‘ardid de la historia’ que hará de estas Felicias, y más pronto que tarde, unas comerciantes más dentro del universo mercantil que es la sociedad universal, y a la que, queriéndolo o no, hoy pertenecemos.
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