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La   biopolítica II

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El miércoles 11 de marzo de 2020, el doctor Tedros Adhanom Ghebryesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, declaró la existencia de una “pandemia”, con la expansión del coronavirus. Se ha considerado que dicha declaración ocurrió demasiado tarde y se han ofrecido severos cuestionamientos por tal situación.

Si bien la veloz expansión del virus por el mundo captó la atención de los medios de comunicación y de las redes sociales, así como de empresas y centros de investigación, finalmente quienes vinieron a asumir las iniciativas, medidas y políticas para atender su impacto han sido los Estados y los Supraestados. Es decir, la conducción de los procesos sanitarios, sociales, económicos y políticos que el manejo de una crisis de esta magnitud requiere, fueron asumidos por los gobiernos en todas las latitudes y en todos los niveles.

La pandemia ha abierto nuevamente en sectores académicos y comunicacionales  un debate, sobre el rol del Estado y de los organismos internacionales, para la gobernabilidad de la sociedad global.

Esta tragedia humanitaria ocurre al comienzo de la tercera década del siglo XXI, en un momento en el que, en Occidente, han tomado de nuevo impulso las corrientes promotoras de la cuasi desaparición del Estado como entidad rectora de la vida social.

El triunfo de Occidente en la guerra fría, el fin de la historia, en la visión hegeliana que planteó Francis Fukuyama, desató una corriente partidaria de la desaparición del Estado, o de su reducción a una mínima expresión. Del Estado absolutista, del Estado comunista se nos propone pasar a la casi inexistencia del Estado. Una forma de encontrarse por los extremos, los promotores del comunismo, inspirados en la filosofía marxista, con los promotores del mercado absoluto, que sueñan con la sociedad en la que solo este regula la vida de la sociedad. En ambos casos ha imperado una visión reduccionista, economicista, de la vida humana. Para ambos sectores del pensamiento, la vida tiene su epicentro en la economía y debe ella ordenar la vida social.

El coronavirus ha venido para recordarnos, una vez más, lo polifacética que es la vida humana. Nos ha vuelto a llamar la atención sobre otros valores o referentes marcadores de su existencia, comenzando por la misma razón de vivir.

Cuidar la vida, la seguridad humana, la salud, la vejez son temas que tienen, sin lugar a dudas, un elevado componente económico, y por lo tanto las sociedades deben producir los recursos materiales y financieros capaces de atender esas necesidades. Pero tienen también elementos de orden espiritual, religioso, cultural, éticos y políticos que inciden sustancialmente en la vida social.

Arbitrar, gestionar y administrar las tareas y  los recursos necesarios para lograr la armonía y la paz social es una responsabilidad que algún actor de la sociedad debe asumir. Es aquí donde no cabe duda de que el Estado tiene un rol, una responsabilidad. No existe en nuestra civilización otra entidad con capacidad de gestionar estos elementos.

La tragedia humanitaria creada por la pandemia del covid-19 lo ha evidenciado de forma determinante. En todos los países han tenido los gobiernos que ponerse al frente de las medidas orientadas a combatir el virus, atender los enfermos y  los efectos colaterales, que una problemática de esa naturaleza  requiere.

Es la primera vez en la historia que buena parte de la humanidad tiene que detener su vida cotidiana, para someterse a un conjunto de medidas sanitarias tendientes a frenar la expansión del virus.

Aún en los países donde el sistema de salud es privado, donde los ciudadanos tienen que poseer recursos propios o disponer de un seguro para acceder a un servicio sanitario, la potencia destructiva del virus obligó a los gobiernos a disponer de evaluaciones y exámenes médicos financiados por las administraciones públicas, y a habilitar más espacios y recursos en los hospitales, crear hospitales de campaña, habilitar hoteles para servicio médico,  y atender a los enfermos, sin exigir seguro o pago, para poder preservar la salud colectiva. La atención no solo se limitó a sus nacionales, sino también a extranjeros, así estuviesen ilegalmente en sus territorios.

Hoy en día, después de la globalización del virus, nadie duda de la necesidad del Estado. El tema es qué tipo de Estado. Está en pleno desarrollo un debate de cuáles gobiernos, y qué tipo de Estados fueron o vienen siendo más eficaces en el manejo integral de la pandemia. Cuáles actuaron o están actuando con responsabilidad, eficacia, honestidad y transparencia. Cuáles aprovechan la tragedia mundial de la pandemia  para tratar de esconder sus limitaciones, bajezas y precariedades.

Fue el Estado chino, con sus prácticas autoritarias, el ejemplo que había que seguir, tal como lo señaló la firma consultora Eurasia Group, en un primer y, a mi juicio, apresurado informe. Fueron los países del suroeste asiático (Japón, Singapur, Corea del Sur) los que asumieron con responsabilidad y transparencia el desafío?  ¿Fueron las democracias europeas el mejor ejemplo? O ¿Estados Unidos mostró la eficiencia de su poder científico y económico? ¿Hay ejemplos que seguir en América Latina? Los hechos están en pleno desarrollo y su estudio también.

Lo cierto es que no hay ningún país donde corporaciones distintas al Estado hayan asumido la conducción de las medidas aplicadas para atender la emergencia sanitaria y sus consecuencias colaterales. Los gobiernos coordinaron los esfuerzos, convocaron a científicos, empresarios, gerentes, figuras públicas para desarrollar iniciativas, de diversa naturaleza, orientadas a atender la emergencia.

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