La Semana Santa que acabamos de vivir nos recuerda que el Viernes Santo y el Sábado de Gloria desde el punto de vista secular (no trascendente) son los días del fracaso para la cristiandad. Pongámonos en las sandalias de cualquier discípulo de Jesús de Nazaret y pensemos a partir de los datos que nos ofrece la realidad. El poder político y religioso han asesinado a tu Maestro, al que te había dicho –¡y lo habías creído!– que era el Hijo de Dios y el Mesías que venía a restituir la gloria de Israel. Evalúas fríamente con tu mirada humana y solo puedes llegar a una conclusión: hemos fracasado, ¡nuestro Señor está muerto! ¡Todas sus promesas han desaparecido con Él! No dudo, cambiando lo cambiable, que los venezolanos calcemos hoy esas sandalias a la hora de pensar en nuestros proyectos colectivos. Es necesario, entonces, ir más allá del fracaso del presente, mirar nuestra historia y buscar respuestas, y esa ha sido la tarea de tres prestigiosos historiadores (Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero Montiel y Manuel Donís Ríos) al ofrecernos la recientemente publicada: Historia mínima de Venezuela (2019, Caracas: El Colegio de México-Turner).
El libro no es una historia del fracaso, pero sí busca explicar el hecho que ha generado un gran interés en el mundo: ¿por qué Venezuela siendo un país tan próspero y democrático en los tiempos recientes (segunda mitad del siglo XX) y por ello con tanto potencial, sufre la mayor crisis que país alguno ha padecido en los últimos años? No es solo el resto del planeta el que se lo pregunta, sino también nosotros los venezolanos. El asombro no nace por poseer las peores cifras en lo socioeconómico (la mayor inflación que es hiperinflación y caída del PIB, y el más acelerado empobrecimiento de sus mayorías), sino también la destrucción de su institucionalidad democrática y la transición a una dictadura violadora de los derechos humanos (datos de las últimas entregas del informe de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, tanto en 2019 como hace pocas semanas). En un presente dominado por la brevedad y lo concreto, y al mismo tiempo exigente de la veracidad de los datos y el conocimiento; la reedición de la Historia mínima de Venezuela (la primera fue en 1992 y coordinada también por nuestro querido profesor Pino Iturrieta) con el aval del Colegio de México, es una excelente noticia.
Al leerlo, consideramos que sus autores buscan el sentido de nuestra historia. A pesar de que cada uno se dedica a una época determinada: Manuel Donís al tiempo colonial, Elías Pino al siglo XIX e Inés Quintero al siglo XX y lo que llevamos del XXI (hasta 2015); la obra tiende a dedicarle mayor atención a lo que podríamos llamar “proyecto republicano-democrático”. Desde el proceso de Independencia, aunque con la crisis de la sociedad colonial empieza a dar sus primeros pasos, dicho proyecto no ha dejado de mover a la acción política, cívica y militar de los venezolanos. Los mueve tanto para promoverlo como para destruirlo, y así poco a poco ha ido cambiando y asumiendo sus peculiaridades autóctonas. Peculiaridades que han debilitado, retrasado y tergiversado su desarrollo (Elías Pino habla de sus “tumbos”). Pero a pesar de ello este ideal se ha ido imponiendo, por lo cual Inés Quintero no dudó en llamar su capítulo (que es el más largo de todos): “El siglo XX: conquista, construcción y defensa de la democracia”. Porque no cabe duda de que las últimas décadas, en especial desde 1998, la sociedad (mayorías con el liderazgo de la clase media) ha demostrado el haber asumido los valores civilistas.
El presente es de cruz y muerte como la Semana Santa de hace casi 2.000 años. La resurrección ha demorado más de 3 días, pero aunque dominen las tinieblas y ya muchos se alejan por los caminos, hay una certeza más allá de la fe ¡qué ya es bastante! Esa certeza la ofrece el dato histórico, pero también las virtudes de los que día a día siguen trabajando de manera honesta sin abandonar la conciencia ciudadana. Nuestro esfuerzo vale la pena porque la democracia y la república no son extrañas a nuestra condición cultural ¡y sobre todo temporal! No hemos recorrido nuestra historia sin que la democracia y las libertades estén ausentes. Si en el pasado la hicimos realidad y en el presente mantenemos un apostolado cívico, el futuro nos pertenece. No tengamos miedo entonces al fracaso que nos rodea, no lo veamos con la percepción limitada de los pueblos que no conocen su historia.
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