Ya los grandes gurús de la geopolítica mundial están adelantando posiciones acerca del debilitamiento o fortalecimiento de China una vez que el tenebroso capítulo del coronavirus adquiera una dimensión manejable. El único que parece tener una bola de cristal es el FMI, que ha efectuado un vaticinio de Perogrullo: los centros de poder del mundo se verán modificados al final de la pesadilla.
El caso es que aún estamos a mitad de la película y lo que apenas podemos atisbar es la manera en que cada país está manejando su imagen dentro del marasmo. Aunque resulte evidente la transformación y la recomposición del rompecabezas del escenario mundial, nadie a esta hora es capaz de anticipar el resultado final en términos de influencia planetaria. Lo que es claro es que un acertado manejo de la imagen le otorga al país exitoso más tickets para la rifa de una mejor y mayor influencia en el futuro.
Por el momento, hay que decir que la imagen ante terceros del gigante chino en medio de todo este tinglado se ha ido modificando a voluntad de los propios interesados. En Pekín se sabía de sobra que la manipulación de la data del inicio de esta historia en Wuhan -fuera su motivación legítima o no- les redituaría una paliza comunicacional de parte de la comunidad internacional. Así ha sido.
Pero el plan de emergencia propio en el tratamiento de la catástrofe sanitaria, la desescalada del contagio y la vuelta a la normalidad han sido impecables. Por ello desde Pekín le han puesto volumen a sus ejecutorias de manera que sus detalles se sepan en todos los puntos cardinales del planeta.
Otro elemento importante es que en Pekín han estado efectuando esfuerzos de envergadura porque en el mundo se sienta su vocación de colaboración y de multilateralidad en este trance. Con Rusia la cooperación bilateral recíproca se materializó desde los primeros días de la pandemia en Wuhan, a través del suministro de equipos y material sanitario. Los planes de rescate de unos cuantos de los países miembros de la Unión Europea han sido calcados de los planes chinos de confinamiento gracias a ayuda técnica iniciada por China, pero al margen de ello, una ayuda material importante, pública y privada, se ha estado haciendo sentir desde el lado asiático hacia España, Italia, Francia, Bélgica y otros en el viejo continente.
Lo más diciente de todo es que Estados Unidos -por paradójico que esto sea- ha acudido a China para fortalecer la capacidad de respuesta de algunas de sus ciudades más abatidas por la pandemia. Ello fue el resultado de una comunicación directa entre Donald Trump y Xi Jinping en el mes abril, y la respuesta ha sido instantánea. De igual manera, China no ha dejado de cumplir, con la excusa de la hibernación impuesta a la economía de su país, ninguno de los compromisos comerciales pactados con Estados Unidos dentro de la fase uno del acuerdo bilateral firmado en enero.
El liderazgo del futuro es, sin duda, un valor sobre el cual influye la imagen que cada país haya proyectado en el manejo de esta crisis. Quien tendrá el beneficio de la confianza colectiva será aquel que haya podido exhibir mejores y más rápidos resultados en el terreno de la reconstrucción económica y en haber aliviado el daño sobre la salud de sus ciudadanos.
Si hoy hiciéramos una encuesta de opinión sobre la eficiencia evidenciada en estos terrenos, China se llevaría la palma, aunque haya otros países de la órbita capitalista que han conseguido también salir airosos. No es solo una cuestión de imagen, pero sin duda que una buena percepción de lo ocurrido, lo que depende de una óptima política comunicacional de sus actores, influye notablemente.
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