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Guaidó el Joven

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Tal pareciera que la incertidumbre tiene partos.

No es extraña o inédita esta manera nuestra de vivir en los contrastes y, digo, pasado algún tiempo, perlificarlos en un “te acuerdas de cuando…”.

Nos satura de tal manera la noticia (¡que siempre tiende a pintarse de mala noticia para venderse fácilmente!) que saltamos, colador en mano, de un informador a otro buscando cosas con pinta sincera. La buena nueva se resumía en las redes a esos muñequitos, bien tontos, por cierto, de cumpleaños o Navidad, que ahorran pensar o escribir.

Estamos en una de convergencia, de realizar una cierta unidad en torno a la imagen y gesto de un chamo que, incluso con su lenguaje que se abre en ramas, comunica honestidad. Algo añorado y contrastante con las cadenas, símbolos y dorados palaciegos, con los que se arropan esos guácharos asustados.

La discusión es intensa y no la alcanzo a seguir. Las redes son estopas por hilar con más sabor a desahogo que a verdad.  Los secretos de los enterados resultan deshilvanados a pesar de un cierto número de periodistas que tienen la didáctica propiedad de hilvanar a los entrevistados desaforados.

Uno puede percibir, y también asumir, ciertas señas no tan claras como necesarias: Asamblea Nacional desencuevada, presidente encargado y preocupado por juramentarse iniciando unos plazos cortos para nuevas elecciones, unos de oposición en diversos niveles de deshoje de margaritas y reacios a cederle a la historia sus puestos. Pero descuella un curso propuesto y en ejecución: nuevo mando, 23 de enero, transición, selección de candidato, elecciones, triunfo posible y gran amplitud y apoyo necesarios para construir un país ética y económicamente destruido y que querrá continuar pidiendo desde su petrofilia, hambre y rota dignidad.

En el lado del gobierno, en grave pleito interno, la decisión de conservarlo tanto por los beneficios y podredumbres, como por la vieja y clásica devoción por el poder bien sea ese socialista, monárquico, narco, chino, ruso y hasta de cuartel o vecindario.

Compleja y difícil de graficar es la cosa.

Hay que meter en la cuenta la derrota, frustración y muerte de las peleas de calle en 2017. Cuando pudo, mucho más que las pretenciosas actitudes de la dirección de la oposición, el descaro y violencia del gobierno en su compromiso con los cubanos, de no cejar, de seguir en la revolución a todo costo, aun cuando ello significara, como lo estamos viendo, la muerte última del socialismo y la emergencia, una vez más, de su cara dictatorial. Esa derrota en la calle trajo la huida, la diáspora, el desengaño en su melancolía de hambre, que, si algo tuvo de bueno, fue el grito y la solidaridad internacional.

Pero hoy el viento viene de atrás y empuja. Nos ofrece este denso escenario en el que aparece una nueva generación a la que se debe dar apoyo.

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@perroalzao

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