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La covid-19 como instrumento del totalitarismo en Venezuela: un mal cálculo

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En Alemania se viene implementando con enorme éxito la estrategia del despistaje masivo y, de hecho, hoy suman más de un millón las pruebas de detección del nuevo coronavirus realizadas. El resultado: se han diagnosticado, aislado y atendido de manera temprana un gran número de casos, evitándose con ello una mayor propagación de la covid-19 en esa nación y manteniéndose allí la tasa de mortalidad, por esta enfermedad, en el nivel más bajo que se ha podido verificar hasta hoy.

En Italia, con el elevadísimo costo de más de 130.000 infectados y cerca de 18.000 fallecidos, se entendió que la gestión hospitalaria de todos los casos solo sirve para convertir los centros de salud en los principales focos de contagio, por lo que ahora se limita la atención en estos a los casos graves mientras que a las demás personas infectadas se les brinda orientación, facilidades y apoyo para el cumplimiento de la obligatoria cuarentena en sus propios hogares, siendo la mayoría de ellas objeto de periódicas evaluaciones a distancia —con la ayuda de las tecnologías de la información y la comunicación— por no ameritar intervenciones terapéuticas de gran complejidad. El resultado: se ha comenzado finalmente a desacelerar el incremento de la tasa de morbilidad por covid-19 en ese país gracias al efecto combinado de estas y otras medidas.

El primero es un ejemplo de actuación oportuna y transparente, guiada por la ética y por la evidencia disponible. El segundo, el del responsable reconocimiento de la falibilidad en una situación en la que tal evidencia es aún escasa y de la capacidad y disposición tanto para la autoevaluación como para una continua mejora que se traduzca en cada vez más vidas salvadas.

En Venezuela, por el contrario, las acciones —y propósitos— van en dirección opuesta. La opacidad, la seudocientificidad y la irresponsabilidad general constituyen aquí una peligrosa norma forjada por el cálculo de la opresión y del enmascaramiento para la perpetuación del peor de los experimentos totalitarios, y la verdad y la vida apenas si se consideran matices de una retorcida instrumentalidad.

Pero jamás fue tan erróneo el perverso cálculo y el tiempo para la prevención de un daño mayor al ya ocasionado —pero cuyas consecuencias no son todavía manifiestas— casi se agota.

Solo cabe preguntar: ¿qué se hará cuando los cadáveres se empiecen a apilar, no por cientos, sino por miles?

Los jardines de Miraflores no son lo suficientemente grandes para ocultarlos.

¿Y qué se hará con las decenas de miles de dolientes de las víctimas para silenciarlos? ¿Y con los cientos de miles de dolientes de aquellos dolientes?

Hoy en Venezuela se habla de un exitoso control de la enfermedad, se elogia la actuación de cuerpos de «seguridad» devenidos hace mucho en fuerzas represoras y se anuncian «efectivas» medidas para terminar de derrotar (!) al coronavirus, pero lo cierto es que la transparente realización de confiables pruebas diagnósticas ha sido escasa, los esbirros del régimen solo han desincentivado con su violento proceder la comunicación de cuadros clínicos compatibles con covid-19, que se suman así a los casos asintomáticos que permanecen fuera del radar, y esas medidas más bien se vislumbran como el golpe que terminará de demoler lo poco que queda del sistema nacional de salud.

Lo más grave es que en esta ocasión el mal cálculo podría causar en cuestión de semanas una destrucción incluso mayor a la que se produjo en los últimos 21 años. Y no se trata esto de alarmismo.

Claro que de quienes son ya comparables a los mayores violadores de derechos humanos de la historia no se puede esperar algo distinto. ¿Pero y de los «buenos» de este lado?

No somos pocos los que desde el inicio de esta crisis dentro de la crisis venimos insistiendo en la necesidad de que el «liderazgo» opositor, dadas las criminales acciones y omisiones de los usurpadores, tomen las riendas de la situación y coordinen una labor auténticamente preventiva con lo poco que en el aquí y el ahora de la palpable realidad está disponible.

¿Lo están haciendo? Y ante la obvia respuesta es pertinente otra pregunta: ¿se trata de incapacidad o del simple escurrimiento de un bulto frente al que los verdaderos estadistas, los de las dimensiones de una Angela Merkel, no se amilanan?

@MiguelCardozoM

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