«Ego sum qui sum». Dios a Moisés (Éxodo 3 :14)
Una interesante plática aconteció hace algunas semanas, en el Consejo de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos, de la Facultad de Ciencias Políticas y Jurídicas de la UCV. Se trató de determinar si un trabajo de investigación sobre el tema género y derechos humanos era o no un elemento de naturaleza política o acaso, más bien jurídica.
No tuvimos tiempo de profundizar, pero quedó abierto a consideración y avanzaré en consecuencia algunas reflexiones al respecto, con el ánimo de penetrar en lo que viene siendo una línea de investigación en la que transito desde el inicio de 2020 o un poco antes quizá, el homo verus.
Comenzaré resaltando un trabajo del nunca suficientemente bien ponderado Michel Foucault y por el titulado Introducción a la vida no fascista, ampliamente glosado el susodicho en investigaciones sobre la política y su naturaleza, que escribió el francés a guisa de prólogo de la edición americana del anti-Edipo de Deleuze y Guattari. El título, nos indica Laura Llevadot, “es una paráfrasis irónica del libro de San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota. Con este incisivo título, Foucault señalaba dos desplazamientos con relación a la teoría política clásica que hoy se han vuelto casi obvios; en primer lugar, que la vida cotidiana es política, que lo personal es político, tal como lo denunciaban las feministas, que la parte aparentemente más intima de nuestra vida reproduce a menudo las relaciones de dominación que encontramos en la sociedad porque está hecha a partir de sus consignas y estructuras y, en segundo lugar, que lo más fácil, lo que nos sale espontáneamente si no prestamos atención, es que esa política que rige nuestras vidas íntimas es totalmente fascista, que replicamos a menudo en nuestras relaciones, con nosotros mismos y con cada gesto impensado, esquemas autoritarios, relaciones jerárquicas, juicios sumarísimos, violencia y humillación, hasta propagar la tristeza en el lugar mismo en que creemos dar a luz al amor”. (Valls Boix, Juan Evaristo, Agamben, Política sin obra, Editorial Gedisa, Madrid 2016) Subrayado nuestro.
Arendt conmovió el paradigma epistémico de acuerdo con el cual el poder era una manifestación de mando y obediencia, que incluía necesariamente el uso de la violencia cuando afirmó por el contrario que solo había poder cuando mediara la concertación entre los destinatarios. Aún cuando la reflexión de la filósofa alemana de origen hebreo no corresponde a una acabada elaboración conclusiva, abrió un boquete en la perspectiva analítica que se exhibía para aquel momento monolítica y le opuso su originalidad y su genio provocador y rutilante. En su libro sobre la mentira y la violencia se lee una definición del poder como la aptitud del hombre para accionar, para accionar de forma concertada. El poder debe ser aceptado para que subsista y no impuesto meramente.
Arendt no arriba a ese puerto epistémico sin un recorrido sobre nociones claves que en su pensar clarifican, muestran, desnudan su hallazgo al contrastarlo con aquellas profesadas por la mayoría de los que teorizaban sobre el tema. La consideración sobre las esferas públicas y privadas aporta elementos imprescindibles al seguimiento genealógico del asunto, así como la fundamentación histórica que se permite la alumna de Heidegger, metodológicamente punzante y precisa y audaz a la hora de develar lo que otros no ven o manejan asidos a perspectivas arrastradas como un hecho cultural simplemente. Por eso, hago notar que Arendt contribuye a cimentar su aserto sobre el poder como fenómeno de acción y concertación al afirmar: “El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder. Esto implica que no es correcto pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia, hablar de un poder no violento constituye en realidad una redundancia. La violencia puede destruir al poder; [pero] es absolutamente incapaz de crearlo” (Crisis de la república, versión de Guillermo Solana, Taurus, Madrid, 1998, p. 146).
El poder requiere entonces la convicción compartida y militancia en ella. Y a mi juicio, allí aparece como constructo básico, la política que emerge simultánea, en una dinámica simbiótica y sistémica. Todos involucrados en el espacio público, identificándose con sus pares, pero al hacerlo expresa una identidad propia en un momento irrepetible.
Por eso, cada ser humano lo es en su carácter de zoon politikon, lo cual supone una compulsiva comunicación con sus congéneres ciertamente, pero en el ejercicio tiene, requiere, demanda una afirmación de identidad propia de su condición humana que, como nos enseña Kant, en cada cual hay no un medio sino un fin en sí mismo.
Si lo personal es político, como lo indicó Foucault, la definición de cada cual es política, es una escogencia y una correspondencia, se trata de un rasgo fenotípico que supone el genotipo y la influencia ambiental social con consecuencias para él y para su entorno societario que no puede ni debe ser soslayado ni por él ni por los otros, so pena de disfuncionalidad. A esos elementos el agrega uno capital y es, su escogencia, su libertad, su impulso, su perfil personalísimo que lo acaba por definir y acredita su identidad personal y su posicionamiento.
No hay espacio para abundar en el protagonismo moral del hombre y a los fines de este modestísimo ensayo, no haré convocatoria aun cuando, para hablar del hombre hay que hablar de persona en su naturaleza y apreciación, pero bastará una cita cuya pertinencia, por ella sola, para luego volver al carril que nos ha traído hasta acá. Se trató de una conferencia dictada hace unos años en la Universidad Católica de Santo Toribio de Mogrovejo, titulada “Persona y personalismo”, con ocasión de su nombramiento como doctor honoris causa en octubre de 2008.
El persona Elio Sgreccia fue la primera persona que comenzó a hablar de “bioética personalista” en los años ochenta (solo se hablaba de bioética principialista, utilitarista, bioética liberal y casuística) y…La persona humana es fundamento ético en sentido subjetivo (acción es ética cuando expresa una elección de la persona); en sentido objetivo (la persona es fundamento, medida y término de la acción moral). En otras palabras, una acción es ética si respeta la plena dignidad de la persona humana y los valores que están intrínsecamente inscritos en su naturaleza.
Y agrega Sgreccia: “La reflexión filosófica contemporánea sobre el concepto de persona, recupera el significado de la relación, no en el sentido de auto-relación sino de hetero-relación, es decir, relación con el mundo y con los demás. Husserl identifica el Yo con intencionalidad entienda como relación “con” lo otro. La conciencia es el trascendental que “da sentido al mundo”, y no a sí misma. Scheler definió persona como “relación con el mundo”, la sociedad y el ambiente. Heidegger el concepto de persona como “ser-aquí” (Da-sein) y como relación con el mundo (in-der-Welt-sein). (Bioética, persona humana y personalismo Prezi 2014)
Corrientemente, sin embargo, la personalidad es entendida como las formas de presentación, expresión e identificación de la persona y la recepción de esas manifestaciones por parte de la comunidad en la que el ser humano convive. Cada uno asume sus características, las que legitima por su escogencia como propias y en esa medida, las que son percibidas como de esa persona.
Políticamente y jurídicamente, un ser humano es, pues, sujeto en acto y potencia, titular de derechos y obligaciones y ciudadano susceptible de ejercicio como miembro del cuerpo político. En tal carácter, ejerce su libertad basado en su discernimiento y en el marco legal que rodea a todos sus similares, pero también en lo que a él concierna y en sus vertientes existenciales, en su condición de individuo.
Quiso el derecho subsumir la personalidad en un cuadro legal, pero la persona como entidad lo trasciende y lo anticipa y así no logra racionalmente comprimirlo en una disposición. La persona es más que el trato que el derecho pueda darle y suele culminar, ampliando su consideración jurídica.
El asunto se complica en cuanto a la conciliación de los elementos objetivos de la identidad formal, tales como, nacionalidad, filiación, sexo, raza y la conciliación con su derecho a ser y mostrarse como lo que quiere ser. De allí que, la Constitución Nacional en su artículo 20, en el título tercero de los Derechos humanos y garantías y de los deberes, establezca: Toda persona tiene derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad, sin más limitaciones que las que derivan del derecho de las demás y del orden público y social.(subrayado nuestro).
También es de rigor constitucional y es menester destacarlo, el principio de progresividad que acompaña al reconocimiento y garantía de los derechos humanos, dándoles una perspectiva que los magnifica y convierte en una categoría en constante y definitivo progreso aunque produzca paralelamente, una suerte de hipertrofia del individuo ante el cosmos social que lo rodea y lo contiene. Así, postula una categoría que deviene avasallante ante los derechos de los demás y, el orden público y social que deberán admitirlo en la complejidad de su fenomenología. Como diría Bobbio al referirse a la filosofía política y al derecho, son caras de una misma moneda.
Por eso, el individuo ha movido la cerca de sus derechos en detrimento de la de los demás, pero igualmente del orden público y social que luce perplejo o simplemente superado por la gravitación conceptual de los derechos del individuo y su expansión en el coto racional de occidente fundamentalmente.
De allí que el feminismo, el LGBT, el matrimonio entre personas del mismo sexo encuentren más que comprensión, sostenido apoyo de los Estados y del derecho positivo que está presto para modificar incluso la institucionalidad más cara para la sociedad, complaciendo sus demandas que otrora habrían sido calificadas como estrafalarias e incluso, delictuales y baste recordar el juicio a Oscar Wilde, la argumentación de los abogados como tesis contrapuestas y las decisiones tomadas y ejecutadas por la justicia británica, a la luz del tratamiento que el asunto recibe hoy en día en el Reino Unido.
El homo verus es político porque su exposición lo es. También su naturaleza por cuanto afecta inevitablemente a los otros, los irradia e impacta aun más allá de su paulatina reducción como sujeto gregario, el individuo reta la sociedad con la complicidad de la sociedad misma y del aparato público. Es un signo de este tiempo.
@nchittylaroche
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