Apóyanos

Poemas de Ada Limón. Presentación y traducción: Jorge Vessel

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Un nombre

Cuando Eva caminó entre

los animales y les dio un nombre—

ruiseñor, aguililla pecho rojo,

cangrejo violinista, gamo—

me pregunto si quería

que le respondieran, si observaba

sus ojos abiertos y maravillosos

y susurraba, Mi nombre, 

denme mi nombre.


La visitante

La gata pinta del vecino camina por la línea del cerco

y los perros están vueltos locos a primera hora del día.

Mientras más alto ladran, más se enfadan,

y menos parece importarle a la gata. Ahora está detrás de

los maceteros elevados buscando, sin duda, a la familia

de ratones de campo que he dejado en paz porque, ¿por qué no?

Vestida para la ocasión, la gata transgresora luce su pelaje

de esmoquin para la provocación canina, pero la bulla

ya me incomoda. Puede que esto sea hacerse mayor.

Mi problema: veo lo que podría ir mal desde todo

ángulo por lo que no sé de qué lado estar.

¿Salvar a los ratones, ahuyentar a la gata, calmar a los perros?

¿Dejar que la gata se dé el gusto? ¿O que el gusto se lo den los perros?

En cambio, hago lo que mejor sé hacer: nada. Miro a la gata

que salta hasta el canal de drenaje, el rocío de las azucenas amarillas

humedece su pelaje, y desaparece. Los perros se calman

de nuevo, y los ratones están a salvo en sus cuevas, y yo

 

estoy aquí a la espera de que algo me pase a mí.


Lo que quiero recordar

Justo antes de la casa del General Vallejo,

con su piedra señorial y los muros amarillos

 

hay un terreno a lo largo de la vereda

a donde la lluvia primaveral atrae ranas,

 

toda una sinfonía de ellas, irrumpiendo

en el tiempo que le sigue al sol

 

ya hundido en el océano pacífico hace

apenas una hora. ¿Por qué te ubico

 

allí? Estoy en un avión que va hacia el oeste

y toda la gente es tan ruidosa que

 

duele hasta la sangre. Pero una vez me senté

al lado de un camino tibio aún

 

por calor del día, las piernas cruzadas,

con mi amigo Echo quien me enseñó a

 

amplificar el sonido extraño que emiten las ranas,

ahuecando mis manos a la altura de las orejas.

 

Necesito aferrarme a ello dentro de mí,

hoy que las noticias traen niños muertos,

 

sus rostros abriendo la boca para tomar un aire

que ya nunca llegará. Una vez fui niña también

 

y mi amigo y yo nos sentamos durante una hora,

nuestros ojos se acostumbraban al cielo nocturno,

 

ahuecando y extendiendo las manos para oír

la canción de los animales más tiernos.


Un nuevo himno nacional

De verdad, poco me importa el Himno

Nacional. Si lo piensas, verás que no es una buena

canción. Muy alta para la mayoría de nosotros con “el fulgor

rojo de cohetes” y además están las bombas.

(Siempre, siempre hay guerra y bombas.)

Una vez, lo canté en el desfile de bienvenida y logré que

hasta la incansable banda de la secundaria desentonase.

Pero la canción no significaba nada, solo un aviso

para ir al terreno de juego, algo de lo qué salir antes

de la golpiza de los jóvenes. ¿Y qué me dices de las estrofas

que nunca cantamos, la tercera que dice “ningún refugio

podría salvar al mercenario y al esclavo”? Tal vez,

de verdad, todas las canciones de este país tienen

una tercera estrofa que no se canta, algo despiadado

que serpentea debajo de nosotros mientras cantamos

las notas altas ciegamente y salpicamos cerveza en las gradas

esperando que gane nuestro equipo. No me malinterpretes,

sí me gusta la bandera, cómo ondula en el viento

como agua, elemental, y más aún cuando se muestra humilde,

cuando se pone de rodillas, agarrada por alguien que

lo ha perdido todo, cuando no es un arma,

cuando titila, cuando se dobla tan perfectamente

que puedes guardarla hasta que la vuelves a necesitar,

hasta que la vuelves a amar, hasta que el canto en tu boca

parece alimento, una canción cuyas notas las interpretan

hasta los bosques sin edad, las llanuras de hierba corta,

el Red River Gorge, el puñado de tierra sin

envenenar, la canción que es nuestro derecho natural,

que se canta en silencio cuando es difícil aguantar,

que suena a los dedos ásperos de alguien que se entretejen

con los de otro, ese sonido del fósforo que se enciende

en una caverna sin fin, ese canto que dice que mis huesos

son tus huesos, y tus huesos son mis huesos,

y acaso ¿no es eso suficiente?

El contrato dice: quisiéramos que la conversación fuese bilingüe

Cuando vengas, luce tu piel morena

para asegurarnos que los financiadores

 

queden complacidos. ¿Podrías llenar

esta casilla? Estamos solicitando una beca.

 

¿Tienes algunos poemas que le hablen a

Los adolescentes afligidos? Es mejor si son bilingües.

 

¿Quisieras venir a cenar con los

patrocinadores y beber Patrón a sorbos?

 

¿Nos contarías esas historias que nos

incomodan sin hacernos cómplices?

 

No vayas a leer esa en la que eres

tal como nosotros. Que si naciste en una casa verde,

 

con jardín, no nos cuentes cómo recogías

tomates y te los comías en la tierra

 

mientras veías a los buitres despedazar

los huesos de otra ave en la carretera. Cuéntanos

 

cómo tu padre se robaba los tapacubos

después de que un colega dijese que eso es lo que

 

hacían los de su clase. Cuéntanos cómo se

presentó en una reunión con un poncho puesto

 

y trató de venderle al hombre los tapacubos

que le había robado. No menciones que tu padre

 

era un maestro, que hablaba inglés, que le encantaba

hacer cerveza y el baloncesto, cuéntanos

 

de nuevo acerca del poncho, de los tapacubos,

de cómo los robaba, de cómo hacía lo que

 

intentaba probar que no había.


¿Qué dijiste, gorrión?

Un día entero sin hablar,

lluvia, luego sol, lluvia de nuevo,

unas pocas plantas en el suelo, hojas

novatas remetidas en tierra negra, y pienso

que soy buena para esto, este estar sola

en el mundo, el mirar las cosas

crecer, esta yo mayor, la de

zapatos cómodos y sin tiempo

para los platos, la que pasó una hora

tratando de descifrar que un pájaro

que canta con tres notas descendentes

no es más que un gorrión. ¿Qué haría yo

con una niña aquí? ¿Enseñarle a

plantar, mirarla como miro

las hojas de lechuga, suavemente, colocar

sus palmas sobre la tierra, hacerle la raya

en el pelo como si plantase una semilla? O

exigiría este día otra vez de forma egoísta,

un día completo sin ataduras para tratar

de descifrar qué pájaro me llamaba

y por qué.

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