Apóyanos

Poemas de Lilliam Moro (1946-2020)

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

El balsero

Cuando lo recogieron

era un cadáver más, boca arriba en la balsa,

con los ojos comidos por el sol,

los párpados abiertos que dejaron pasar

la última mirada interrogante

al cielo azul bellísimo, indolente.

 

Mirad el fondo de esas cuencas podridas:

ahí reposa la Historia con todos sus discursos.


Ofelia flota sobre las aguas verdes

 A Sir John Everett Millais

Ofelia flota sobre las aguas verdes,

su cabello enredado entre nenúfares,

los juncos de la orilla.

Los pececillos de colores entran en sus oídos

Con su batir de aletas diminutas

Reproduciendo el perenne murmullo de la alucinación.

Ofelia flota y está inmóvil.

Bajo sus párpados conserva la imagen última:

el fugaz pajarillo, la abeja sobre el lirio,

las ojeras del príncipe de Dinamarca.

La conciencia se desvanece lentamente con su cerebro

que ya de descompone.

Pero no habrá descanso para la dulce Ofelia:

la locura no es alimento de la muerte

y flotará –como ella ahora-

sobre los ruidos del cuerpo reventándose,

sobre el hedor de sus emanaciones

y aun cuando todo esto haya pasado

persistirá en los órdenes desconocidos,

en los recuerdos que en los demás pervivan,

en el remordimiento del ojeroso príncipe.


Elogio del danzón

 En recuerdo del primer danzón,

Las alturas de Simpson, 1879.

Para Ana Riutort

           

Inquieta abre la puerta llenando aquel salón

la herencia afrancesada,

el experto compás que intenta una cadencia

más colonial si cabe. Son las luces

que blanquean la piel como es debido.

La contradanza está sonando.

No obstante la levita y el cuello almidonado.

las largas y acampanadas faldas,

se cuela entre los pies un ritmo abrupto,

melancólico suena en aire y percusión:

toque negro insolente pese a las muchas luces.

Y el cochero allá afuera sonríe picaresco

y el que lleva las copas de ponche se estremece:

el flautita mulato se ha estado congraciando.

Han nacido el danzón y muchas cosas:

Las alturas de Simpson están tomadas ya.


Precauciones

Cuando amanezco, a veces,

una mirada en derredor me dice

que vivir es muy fácil:

-tengo todo mi cuerpo en buen estado,

trabajo, como recibo a veces cartas.,

y tengo compañía-

Cuando amanezco, a veces,

una mirada en derredor me dice

que no abra la puerta si me llaman,

que no coja el teléfono

y que ningún periódico se escurra

de puertas para adentro:

porque afuera está aullando la fiera de la desesperanza

porque allí está de guardia el hecho imprevisible

porque un montón de cosas se me vienen encima

sin que yo las comprenda.


En memoria de ellos

Los poetas poetas

mueren en vida o se suicidan

o se entregan al virus de las tres iniciales

o abren las puertas al cangrejo que camina de lado

y los devora internamente como si fuera un gran amor.

Los poetas poetas,

los que desprecian las certezas,

los aguafiestas, lo que visten tan mal,

son los que eligen arder como en la alquimia

para crear los mundos imposibles

que sustituyan la sonrisa forzada,

la mediocre metáfora,

el premiecito que los compra,

la otra mejilla puesta para la bofetada

del que administra las medallas y el hambre.

Los poetas poetas se arriesgan al olvido,

la peor de las muertes.


Alba de Tormes obligó por fin a descansar a la que nunca descansó

A Santa Teresa de Ávila

Préstame tu inocente desvarío,

la imposible quietud de tus quimeras,

tus incansables huellas andariegas,

tus ateridos pies besando el frío,

 

la empecinada fuerza de tu brío,

tus palabras ardientes, las primeras

dudas y certidumbres, tus maneras

de sentir el ardiente escalofrío.

 

Un Amor absoluto que libere

del cuerpo el alma que volar quisiera

y que por no morir de sí se muere

 

mientras el corazón se transverbera

por la flecha de amor que quema y hiere

y otra vida a esta vida la supera.


José Lezama Lima

Para Vicente Báez

dónde los libros,

los empolvados, los queridos;

dónde el helado de fruta en sutil equilibrio

sobre el barquillo tan crujiente;

dónde la brisa que casi apaga el oloroso habano,

la Avenida del Puerto, las tardes de aquiescencia,

y esa tranquilidad crepuscular que mitiga la sordidez del día;

dónde la bondadosa porcelana,

el diario milagro del café,

la taza pequeñísima que aún quedaba visible

entre los grandes dedos;

dónde las madrugadas del asma recurrente,

el horrible pitido entre pecho y espalda,

dónde la medicina que siempre llega tarde

de tan lejos, tan lejos;

dónde las confituras,

el festivo papel de celofán hecho para envolver todo lo efímero;

dónde la madre;

dónde aquellos amigos —los de entonces, los únicos—,

que se fueron marchando poco a poco

sin ruido de palabras;

dónde los manuscritos importantes,

y los menos también, el simple y olvidado papelito,

el apunte fugaz,

el verso suelto que no llegó a ser parte de un poema,

quizás escudriñado ávidamente

ahora que ya no estás para prohibir la entrada

a los esbirros ilustrados:

que no entren, no, a esa casa

en una calle de simbólico nombre: Trocadero;

dónde los libros dedicados,

los huérfanos zapatos,

las cartas de Eloísa;

dónde el miedo, Maestro, siempre el miedo

cuando entre madrugada y madrugada

ibas creando el Paradiso.


Lilliam Moro nació en La Habana y murió en Miami (1946-2020). Su exilio se inició en 1970. Por cuatro décadas vivió en España. Fue poeta y novelista. En su trayectoria, destacan las numerosas ediciones crítico-pedagógicas que hizo de clásicos de la literatura española: Don Quijote de la Mancha, El Lazarillo de Tormes, Poema del Cid, La Celestina, El burlador de Sevilla y La vida es sueño, entre muchas otras.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional