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Poemas de Felipe Lázaro

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El beso del ídolo

Nacería de nuevo donde la nieve es una reliquia

los grandes humos son tan reales como las palabras

y una langosta coronada de piña hacen el deleite cotidiano.

 

Mejor la frente irascible

como tormenta de veloces potros salvajes

 

que besar tu costado apagado por la desidia

murmurando un lamento quedo pero orgulloso:

 

Masticaría tu nombre hasta sangrar roda duda

Saciando una sed indescifrablemente seca

que transforma el sueño engañoso e iracundo

de dormir cuando quiero estar despìerto.


Tratado matemático

                                     Para Carlos Contramaestre

Es tan difícil amar lo fácilmente logrado

que lo erótico ya no está en la lejanía

sino en lo inconcluso de un espacio eterno

que nos proyecte a distancias inalcanzables.

 

Amar es dejar de ser

sin excusas pasajeras.

 

Imposible es dividirse

y mejor sería multiplicarse.

 

Sumar poros es lo que cuenta.

Restar es la impotencia de un gran desafío.

 

Más vale toda álgebra amorosa

y caso la trigonometría

que pensar en axiomas existenciales.

 

Al final, somos como líneas paralelas,

La nada más matemática y plural:

Intentar siempre un idilio que nunca termine.


Repensando en cubano un poema de Nicanor Parra

                                                                  Para Louis Bourne

Todas las mujeres en un definitivo poema:

las calladas, las patidifusas o acomplejadas,

las tímidas –nerviosas del colchón-,

las inconclusas,

También las secretarias.

 

Todas las féminas en desfile amoroso:

la bizca y la atormentada,

la miope o la cuerda.

 

Todas las damas lascivas

como miel de vida,

sensibles:

la señora o la ramera,

la matrona y la madama

(con perdón de Madonna).

 

La fiel esposa que después deviene loba,

la media naranja y la cara mitad,

el ángel del hogar o la dulce enemiga.

 

La mujer pública, mundana, perdida.

La costilla de Adán

y las hembras.

Esas son algunas de las inquietas musas.

Faltan las que nunca deben olvidarse:

las amantes,

las imposibles,

las soñolientas

hasta las perfectas

que en interminable orgasmo consumen todo su ser.

¡Esas son las magníficas!

 

Finalmente quedan las irreparables,

Las que cuestan lágrimas.

¡Esas son las perdibles!


Díptico del eterno exiliado

                                          Para José Mario, in memoriam

                                                                                    Soy un exiliado total

                                                                                       Guillermo Rosales

                                                    I

Nos quedamos con tantas dudas e interrogantes

que faltó más de una conversación

con la frecuencia del abrazo que todo lo sella.

 

No obstante, ahora revives en la cercanía de nuestra memoria,

justo cuando has iniciado un viaje sin retorno

con tus ciudades amadas como equipaje:

esas interminables calles neoyorquinas.

tus sueños en un tranvía lisboeta,

taciturno quizá en Café de Flore

o la presencia en Praga del verdadero rostro humano

sesenta y ocho veces congelado.

Hasta tu cotidiano caminar por los madriles

-de Lavapiés a Sol y viceversa-

donde repites con la ebriedad de tus versos

la travesía de los deseos.

 

Pero aún falta regodearte en otras latitudes

que reclaman tu regreso,

en este preciso instante

cuando deambulas en la nada.                     

Ahora que no necesitas ningún trámite

para volver a tu Isla,

porque llevas su mapa incrustado en tus neuronas.

 

Y así trasnochas como fantasma en tu Habana,

Ansioso de recuperar todo aquello que te sostuvo en vida:

El Gato Tuerto, La Roca, el puerto;

El Pastores o la Rampa,

hasta la escalinata que libertino frecuentabas

con la lucidez de tus poemas más subversivos,

irremediablemente proféticos de tu posterior destino:

¡Un Rimbaud que ardía en el trópico

mientras toda querencia se convertía en cenizas!

 

Volver a ese espacio vital

de tu primer bautizo amoroso.

como el alegre y travieso adolescente

que asombraba a su entorno familiar leyendo a Proust.

Sentar tu precocidad en la lujuria del Malecón

y ver escapar los abrazos idos

que retornan con la incertidumbre del oleaje,

donde el susurro de otras voces

danzan en la intimidad de un caracol

y repiten con la sonoridad de la nostalgia

el ceremonial de esas canciones

-preferiblemente de Bola de Nieve o de Vicentino Valdés-

grabadas en lluvia de tus recuerdos

en un bar sin nombre

de una esquina cualquiera…

II

Tan caro precio pagaste por el amor de ese paisaje

que tan solo se escucha el triste eco solitario de u voz.

Con tu poesía rodeas la esencia del verdor insular,

vitral ausente de todo tipo de emblemas patrios.

Sin datos inscritos en tu pasaporte

deshaces la telaraña de tus ensueños

y confirmas la más trágica verdad:

los hombres don más libres después de muertos.

 

Al final, quemaste tu vida a grandes sorbos:

rebelde, iconoclasta, irreverente,

doblemente exiliado,

poeta madito en tierra y en el destierro.

 

Precursor de tantos enfrentamientos,

rechazas la fugacidad de las vanidades

-incluido los transitorios ismos-

y nos dejas tu paso por este mundo

como un enigma injustamente inacabado.

 

Portador de la más cínica sonrisa,

ya saltas y brincas a tu libre albedrío,

a carcajadas te retuerces

de toda pequeñez humana.

Repiensas tu vida como un misterio

al borde del más inusual abismo.

Rehaces tus huellas

como testigo de una época

teñida de sangre a borbotones:

¡Ay Cuba!

La historia se equivoca tantas veces. 


Jack Daniel’s galopa de nuevo

El dolor en la nuca es extenuante,

los poros destilan un sudor ebrio de felicidad

par saciar la sed intempestiva de cada mañana.

 

Es como un amanecer azucarado

con unos brillantes ojos achinados

que reclaman amor a destajo

en la impaciencia de toda memoria.

 

Es la vida misma, como carrusel cotidiano,

dictando vaciar el cáliz de un solo trago

cuando los hielos no llegan a consumir

su inevitable tiempo de desgaste,

pues el calor verbal consume todo líquido

y el mejor espejo es el fondo de cualquier vaso.


Ella, la escurridiza

                                               Para Alfredo, en su reino salmantino.

Ella presidía el desayuno de poetas.

Era la más animosa,

la más concreta presencia de nuestros versos.

Gozaba, saltaba de una loncha de salmón ahumado

a las copas del cava casi congelado,

que cómplice libaba a hurtadillas;

despejadas las reales dudas de esa mañana.

 

En pandilla caminamos juntos hacia la Plaza Mayor

-a donde siempre se vuelve

y pasea toda la juventud del Universo-.

Recordábamos poemas y anécdotas de bardos,

buscando la complicidad del mediodía,

de la tarde o de la noche salmantina

hasta ese amanecer único de piedras rojizas

que nos incrusta la Historia en cada poro de nuestra aturdida piel.

 

Ella, la escurridiza, nos seguía a todas partes.

La recuerdo tomando tragos a mansalva hasta la madrugada,

rastreando nuestras huellas:

de bar en bar,

de taberna en taberna.

 

Sí, ella ha bebido a nuestro lado.

Doy fe de ello.

Sentada en una alta butaca,

como una silente señorita aristócrata,

nos platicaba a susurros, de amores y desamores

hasta desvanecerse en la niebla de la ebriedad

y volver sigilosamente –como cada mañanita-

a su perfecto estado pétreo

para que los incesantes visitantes la busquen en la piedra.

 

Ella, socarrona y divertida,

duerme, ya eterna, su resaca milenaria.


Memoria de mandarín

                                          En la Isla Entera.

Sigiloso cabecea con un largo suspiro,

como si hiciese un gesto afirmativo.

 

En su sueño, un gato deslumbrado

degusta

el contenido de la neverita del hotel.

 

A sorbos acompasados,

el felino bebe lo etílicamente posible:

botellines de cerveza,

botellitas de whisky, vodka o ginebra

-según su más estricto estado de ánimo-.

 

Rituales engulle, glotonamente,

bombones de varios sabores,

casca maníes en abundancia.

Adereza el condumio con diminutas bolsas de patatas fritas

que le encanta rasgar con sus finas uñas bien cuidadas.

 

Ya en el protocolario acto,

ante el tedioso turno de lectura

-entre aturdido y soñoliento.

el poeta rememora con sabiduría de mandarín

su propia afición de catador

y todos sus recuerdos bebibles

se mezclan como el más eficaz somnífero.

 

De repente, todo el auditorio se percata de su dormidera.

El salón se estremece con una estruendosa ovación.

 

Todavía se escucha el bullicioso lenguaje de aprobación

de un público entregado a la poesía

 

Mientras, el soñador ausente,

silente y taciturno,

solo deja escapar una lágrima.


Tiempo de exilio

Haber heredado el silencio por costumbre.

 

La nada acumulándose a pasos agigantados

estériles segundos que apenas se suceden

cuando el calendario pesa más que la vida

y es incierto el respirar constante.

 

Ya nada asombra a no ser la bondad.

Y el equilibrio necesario de los días

aturdido

experimenta con la lejanía.


Felipe Lázaro (Cuba, 1948). Poeta, narrador y editor. Desde hace 33 años dirige la editorial Betania, en España. Sus últimos títulos publicados son Tiempo de exilio. Antología poética, 1974-2016 (2017), el libro de relatos Invisibles triángulos de muerte. Con Cuba en la memoria (2018) y la quinta edición de Conversaciones con Gastón Baquero (2019).

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