Hoy, 1º de abril de 2020, se cumplen cien años del nacimiento de ese pequeño gran hombre: Víctor Giménez Landínez.
Por su vida, obra y legado, puede decirse de él, en palabras de Tomas Polanco, que es parte del “procerato civil que conforman la columna vertebral de la patria”; y de “los verdaderos héroes civiles”, porque según Oswaldo Álvarez Paz, “ha sido uno de los grandes de la historia contemporánea”.
No es posible en su centenario no hacer referencia a su condición de dirigente socialcristiano, promotor de la Unión Nacional Estudiantil, en 1936, y, fundador del partido Copei en 1946, en cuya formación doctrinaria como movimiento inspirado en la doctrina social de la Iglesia, puso especial empeño en su unidad, pues afirmaba que de “la conservación de su propia identidad, de su identidad fundamental”, que le dan razón como partido socialcristiano, depende no solo su unidad, sino fundamentalmente la confianza del pueblo en su plataforma ideológica y política.
De su conducta como dirigente y gobernante socialcristiano, puede decirse que, para él, la política era, ante todo, como la define el papa Francisco, “un servicio y no sierva de ambiciones individuales, de prepotencia de facciones o de centro de intereses”. Y “tampoco es patrona, que pretende regir todas las dimensiones de la vida de las personas, incluso recayendo en formas de autocracia y totalitarismo”. De allí su empeño que la reforma agraria en lugar de ser instrumento de odios de clase y de dominación política e ideológica, fuera un cauce pacifico para la resolución de los conflictos derivados de la injusta distribución de la propiedad de la tierra y del precarismo rural; y asimismo que constituyera una garantía del respeto a la dignidad de la persona, del trabajo rural productivo y del derecho de acceso a la propiedad de la tierra y un medio de promoción de la participación ciudadana y del desarrollo rural. Es decir, la reforma agraria integral como instrumento del desarrollo humano de los campesinos y de los productores agropecuarios; y no como instrumento meramente político o económico o de simple política de reparto de tierras.
De su pensamiento y acción de promoción de la paz social es testimonio histórico su labor como proyectista en 1958 de la primera ley moderna de reforma agraria, que consagró el modelo de reforma agraria integral y no de reforma agraria de masivas afectaciones y asignación de tierras. Recuerdo que, en una reunión en la Federación Campesina de Venezuela, Ramón Quijada dijo que tenía cuestionamientos a la política agraria de Giménez Landínez, pero que reconocía que a “él se le debía la paz social en el campo”. En efecto, su ánimo conciliador hizo posible, como pocas veces lo ha habido en Venezuela, un gran consenso para la aprobación del proyecto de ley de reforma agraria por todas las tendencias políticas y los diversos sectores rurales.
No cabe duda que en el proceso de negociación para la búsqueda de una vía democrática para la solución del problema agrario venezolano, fue decisiva la fortaleza moral y la formación política socialcristiana de Víctor Giménez Landínez, así como para conducir la deliberación bajo una metodología de negociación clara, transparente y sobre todo para garantizar la participación de la sociedad civil en dicho proceso y con el objetivo de promover la paz social en el sector rural. Planteamiento que Víctor Giménez Landínez plasmó en la definición de reforma agraria integral, que fue recogida en la Carta de Punta del Este, por la que se constituyó la Alianza para el Progreso, del 17 de agosto 1961: como un instrumento para solución pacífica y democrática de la injusticia agraria, que sin duda evitó, en Venezuela, a partir de 1958, conflictos bélicos para solucionarla, a diferencia de otros países que se desangraron por esta injusticia. Por eso, pienso que a Víctor Giménez Landínez le cabe la calificación de mensajero de la paz social agraria. Porque según su pensamiento socialcristiano la paz es obra de la justicia y por ello promovió la justicia social agraria en Venezuela y en Latinoamérica.
La vida y obra de Víctor Giménez Landínez, su legado moral, su conducta ética como político y su forma de ejercer la política al servicio del pueblo, han hecho que forme parte de la conciencia civil del país, cuyo pensamiento hay que recordar en momentos trágicos como los que atraviesa Venezuela. En el centenario de su nacimiento, de su tránsito por la vida pública y social, debe recordarse su legado como político y gobernante democratacristiano.
Rendimos, pues, en su centenario, un homenaje a quien fue ese prócer civil venezolano, Víctor Giménez Landínez que dio ejemplo de guía hacia esos valores de la paz y la promoción del desarrollo integral de la población y de la unidad del movimiento socialcristiano, hoy disperso y fragmentado, en mi criterio por razones de personalismos.
Pienso que de estar presente, Víctor Giménez Landínez recordaría a los socialcristianos venezolanos, como lo recordaba don Patricio Aylwin a los demócratas cristianos chilenos en una situación de confrontación parecida, de la responsabilidad frente al país, frente al socialcristianismo del resto del mundo de llamarse cristianos en ejercicio de la política, en su discurso del 31 de octubre de 1991 ante su Partido Demócrata Cristiano, de que no se responde a la confianza que le ha otorgado el pueblo, “si estamos disputando entre nosotros situaciones de poder, si estamos más preocupados de que me toca a mí, si estamos más preocupados de cálculos electoralistas, internos y externos”.
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