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El virus de la desinformación

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El mundo entero está “modo” virus, no es para menos, estamos presenciando la más grande amenaza para la humanidad en la historia. Pero no debemos dejar de tener en cuenta que muchas otras veces la humanidad ha pasado por semejantes amenazas: epidemias, pestes, guerras, catástrofes naturales, etcétera. La humanidad tiene una enorme resiliencia, y Dios nunca nos abandona. Dejando de lado, el también fascinante campo de los aspectos biológicos y epidemiológicos del coronavirus 19, me enfocaré en los aspectos sociales y políticos de esta crisis.

Creo que lo más destacable de esta crisis es la incidencia que ha tenido la revolución 4.0 en este asunto. En épocas anteriores en las que no existía Internet, la diseminación de la información era más parsimoniosa y por lo tanto más equilibrada. La característica principal de la información es su sobreabundancia, vivimos en una sociedad hiperinformada, y esta sobrecarga de información redunda en una menor calidad de esta; hay mucho “ruido” en el  ecosistema de la información digital.

Esta característica tiene como consecuencia, paradójicamente, la desinformación. Más grave que la propagación biológica del virus es la propagación de desinformación acerca de la pandemia, pues ello conlleva a graves limitaciones en la efectividad de las medidas para enfrentar las consecuencias de la epidemia a nivel político, social y económico.

En primer lugar, la desinformación acerca de la pandemia y los métodos de curación es  evidente: desde mensajes inocentes sobre el uso del limón y el vinagre, hasta propaganda pagada en los medios de supercherías que prometen curaciones milagrosas (supongo la invisibilidad de la ministra de Ciencia, es porque debe estar abocada en crear otro menjurje milagroso que al igual que el que prescribe contra el cáncer sería otro engaño a pobres incautos desinformados por su ciencia no creíble para el medio científico sino solo para ella, según ella misma declaró).

En segundo lugar, tenemos las escandalosas y falsas informaciones tanto de los que exageran la gravedad de la pandemia, como de los que minimizan exageradamente la importancia de esta. Ambos hacen un gran daño, pues no permiten la debida evaluación objetiva de la situación y evitan la buena toma de decisiones para enfrentar la crisis.

En tercer lugar está la desinformación económica. Esta se basa fundamentalmente en el arraigo en paradigmas que la crisis ha derribado y que impiden enfrentar la gravedad del desbarajuste económico, quizás la más grave consecuencia de esta pandemia. Se requiere abandonar la ortodoxia y adoptar una economía de guerra, mientras más rápido y más profunda sea esta toma de decisión, más rápido tendremos la recuperación de la economía.

Finalmente, tenemos la desinformación política, acá están como ejemplos los casos de España, en donde el gobierno engaña al país, refutando en un primer lugar la gravedad de la crisis, por intereses políticos, como el de mantener marchas de ideología de izquierda, como la del 8 de marzo, las cuales fueron foco de transmisión del virus. Los ridículos casos de Brasil y México, donde ignorantes gobernantes niegan la crisis ocasionada por la pandemia.

Pero indudablemente el campeón de la desinformación política ha sido China, origen de la pandemia. Por 2 meses ocultó la epidemia, luego le quiere echar la culpa a Estados Unidos de haber transportado el virus hasta China, y ahora hace un ejercicio de relaciones públicas para idiotas, tratando de negar su responsabilidad en tan catastrófica pandemia.

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