Hay en Paul Valery una magia que seduce a primera lectura. De él recuerdo muchos versos pero tengo particular debilidad por aquellos que en Esbozo de una serpiente rezan: “¡Sol, Sol!… ¡Mentira resplandeciente! / Tú, Sol que a la muerte la enmascaras / Bajo el azul y oro de una tienda / do celebran consejo las flores”. Tal vez por mi fascinación confesa es que reí desbordado cuando conocí su frase: “La política es el arte de impedir que la gente se mezcle en lo que le concierne”. Los sempiternos remendadores de la virginidad de los dirigentes siempre trataron, con inutilidad, de restarle impacto a dicha afirmación diciendo que era una perspicaz ironía del agudo hombre de letras.
En realidad la política lleva siglos siendo manejada al real saber y entender de una casta que muta según los intereses del momento. Y siempre bajo la mirada complaciente de las diferentes élites que suelen sobrevolar cual moscas golosas alrededor del poder y el presupuesto del Estado. Son castas que solo velan por sus intereses, sin ver más allá del monto que sube o baja en sus balances metálicos o sociales. Es así como hemos visto, a lo largo de la historia, a lo más representativo de la sociedad sucumbir ante el triunfador de turno. En Venezuela es una larga tradición de la que desde tiempos de Bolívar tenemos noticias. Él formaba parte de la crema y nata criolla, por lo que amigos y familiares les eran más que cercanos, sus compañías en distintos lechos dejaron muchos cuchicheos sueltos en la ahora llamada leyenda urbana. José Antonio Páez, su antagonista en origen socioeconómico pero compañero de gestas recibió igual celebración al sucederle como hombre fuerte de turno. Pasó con Castro, Gómez, Pérez Jiménez y Chávez, por citar al voleo solo a algunos de los tunantes que ejercieron el poder en nuestro país.
Siempre el poder ha legitimado cualquier barbarie, y para ello la propaganda ha sido un factor determinante. Este es un largo y espinoso concepto del cual se han escrito millones de palabras, pero en lo que se concuerda por lo general es en lo poco honesto que suele ser. Se afirma que la Fiesta de la Federación organizada para celebrar el primer aniversario de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1790 en el Campo de Marte de París; así como El Culto del Ser Supremo, fueron actos de propaganda política de los cuales aprendió Napoleón para estructurar su mito-leyenda, efecto y consecuencia de la magnificación por medio del arte y la prensa de sus victorias, lo cual creó una imagen ideal de sus fuerzas armadas y su persona. Se puede afirmar que el enano corso fue pionero en el uso sistemático y consciente de las técnicas modernas de propaganda.
Un siglo más tarde Lenin y Trostky tomarían para sí estas técnicas y las aplicarían en la revolución rusa. Trotsky, con audacia inaudita para aquellos tiempos, utilizó por primera vez los medios radiofónicos como medio para dirigirse a las “masas sufrientes”, aplicando un mortal bypass a los gobernantes de entonces. Años después serían Hitler y Goebbels quienes perfeccionarían la propaganda como herramienta de control social. Goebbels decía en aparente tono jocoso: “La Iglesia Católica se mantiene porque repite lo mismo desde hace 2.000 años. El Estado nacionalsocialista debe actuar de la misma manera”. Y convirtió la propaganda nacionalsocialista en un martillo que machacó implacable a todo el pueblo alemán, y extensa parte del mundo, porque como recitaba Goebbels: “Hacer propaganda es hablar de la idea en todas partes, hasta en el tranvía”.
Si bien todos sabemos cómo terminaron el retaco austríaco y su ministro para la Ilustración Pública y Propaganda, muchas de las innovaciones técnicas y de procedimientos de ellos en este campo se mantienen vigentes. Una de las razones fundamentales de su éxito fue el predominio de la imagen ante la explicación y hurgando en lo más oscuro del llamado inconsciente colectivo, exaltando la pureza de la sangre, los instintos elementales de crimen y de destrucción; como bien explica Jean-Marie Domenech: “Remontándose, mediante la cruz gamada, hasta la más antigua mitología solar; por otra, utiliza sucesivamente temas diversos, y aun contradictorios, con la sola preocupación de orientar a las muchedumbres en la perspectiva del momento”.
Necesitaría extenderme mucho más, y si bien estamos en tiempo de cuarentena, tampoco voy a darles la lata con el tema, aunque debo mencionar que en el ínterin ambas partes, comunistas y nazis, pusieron a prueba sus experticias en el área en Italia con Mussolini y en España durante la guerra civil que terminó ganando Franco. Décadas más tarde la Unión Soviética puso al servicio de otro cadáver ilustre, Fidel Castro Ruz, todas sus habilidades para vender lo invendible en la “Revolución cubana”. La lucha contra el imperialismo, la derrota del analfabetismo, el país más sano del mundo, los gusanos, la autodeterminación de los pueblos, fueron algunos de los tópicos que el héroe caribeño sembró en el mundo para enmascarar su sevicia e incompetencia. Si bien es cierto que Cuba se había convertido en un semillero de cuanta malamaña había, también lo es que era un país con avances económicos, arquitectónicos, audiovisuales que luego fueron exterminados por los barbudos. Cumplieron a rajatabla con una premisa comunista, o socialista como gustan decir los vagos de este tiempo, quedarse con todo para luego no hacer nada con ello. Demostraron su habilidad para robarle todo a todos y matar de hambre a todos.
Cuando apareció el comandante sabanetero en el escenario continental, Castro lo arropó y puso a su servicio su entero arsenal propagandístico, el que había ido acumulando y perfeccionando a lo largo de cruentas décadas, armas que ensayó y perfeccionó en las costillas de la población cubana. A la par de ello acudieron lambucios revestidos de togas, o medios de comunicación, a ungirlo. Monedero y Ramonet son buenos ejemplos de lo que escribo. A Venezuela acudió una jauría rabiosa de perros de presa franceses, españoles, alemanes, ingleses, estadounidenses, colombianos, y muchos otros países, para ponerse al servicio de la gran puesta en escena del socialismo del siglo XXI. Eso sí, con los bolsillos bien abiertos. Con la excusa de extender la revolución “bolivariana”, así llamada en realidad por la cantidad de bolívares convertidos a distintas divisas que se repartieron con irresponsable prodigalidad, se financiaron a cuantos impresentables se pueda cualquier mente imaginar. Podemos en España es la mejor muestra de lo que afirmo.
Ahora que nuestro país confronta una nueva peste, porque la del chavismo ya llevamos interminables años padeciéndola, vemos cómo el virus rojo rojito sigue haciendo de las suyas. Y su saña es de un vigor que nunca imaginé. Cruzó el Atlántico y, por medio de Iglesias y Monedero, de nuevo con la propaganda de por medio, depurada y actualizada, se hicieron del poder. En ambas orillas del océano vemos, en esta mala hora, cómo la irresponsabilidad se manifiesta con la brutalidad propia de los maleantes más siniestros que se pueda nadie imaginar. Con la excusa de la peste china, de cuna comunista, que nadie se olvide de ello, se imponen cepos inimaginables. Todo con la clara idea de secuestrar a la ciudadanía y obligar a la complicidad a todos aquellos que lideran cualquier sector de la sociedad, lo cual ocurre cuando no hay firmeza frente a la barbarie. Es así como vimos a algunos “dirigentes” haciendo llamados al FMI dando respaldo tácito a la solicitud del Bigote Bailarín de 5.000 millones de “dolaritos”, los cuales afortunadamente fueron negados, para afrontar la crisis sanitaria en Venezuela.
De nuevo la propaganda asoma su hocico, y ahora se pretende, alcahuetería mediante, arropados por el manto de “la solidaridad y la humanidad” recibir dinero que le permita seguir aniquilando con vigor socialista a todos aquellos que logren infectar con sus charlatanerías de feria medieval. ¿Será que nunca habrá una vacuna para tanta superchería? Quizás nos inoculemos cuando, reformulando a Valery, dejemos de abandonar en manos de la casta política todo y nos mezclemos en aquello que nos concierne para apartar las tres P de este artículo. Y como bien escribió él en El cementerio marino: “¡Al idólatra aparta, perra espléndida!”
© Alfredo Cedeño
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