La miopía impide ver a distancia con claridad. Socialmente es lo que nos está ocurriendo. El día y su cuota de problemas nos impiden ver el mañana. El muy corto plazo nos cierra la visión del horizonte a largo alcance. El inmediatismo es parte de nuestro drama.
¿Alguien se está ocupando del futuro, cuya construcción depende en buena medida de las acciones de todos? ¿Alguien está pensando a Venezuela con esa proyección? Sería injusto sugerir que nadie. Lo cierto es que sí existen personas e instituciones que han hecho del futuro objeto no solo de su preocupación sino de una efectiva atención. Su trabajo, sin embargo, no será nunca suficiente sin una consciencia colectiva de la urgencia de hacerlo y de responder a preguntas claves como: qué queremos ser como país, con qué contamos, qué debemos hacer.
A la hora de pensar en estas peguntas resulta inevitable toparnos con los fantasmas de la nostalgia, de una equivocada visión de nuestras competencias, de la falta de percepción de los cambios ocurridos y de los que se anuncian. Pensar a Venezuela en términos del pasado –lo que fue, lo que pudo ser, lo que se perdió, lo que queda de ella- es negarle la posibilidad de trazar y construir un futuro realista y digno. La pretensión de construir el futuro copiando la nostálgica y benévola memoria del pasado no puede conducir a nada firme ni duradero.
Venezuela ha perdido en buena medida dos de sus fortalezas más mencionadas: el negocio petrolero y el bono demográfico. El negocio petrolero seguirá siendo importante, pero ya no tiene para Venezuela el peso y la promesa de antes. El negocio y el entorno petrolero dentro de la globalidad también se han transformado, sin mencionar la preocupación mundial sobre los efectos ambientales del uso de las energías fósiles. La OPEP ha perdido parte de su fortaleza, enfrentada ahora a la búsqueda de hegemonía de tres grandes competidores: Arabia, Rusia y Estados Unidos. Los otros productores, especialmente los que ofrecen menor volumen, cuentan cada vez menos en el juego. Ese es el caso de Venezuela.
La ventana de oportunidad que representaba para Venezuela el bono demográfico está también cerrándose. El bono demográfico es el período en el que la población activa e inactiva en edad de trabajar supera en cantidad a las personas económicamente dependientes, es decir, niños y adultos mayores. Un estudio reciente de la Cepal señala que la población de América Latina y el Caribe está envejeciendo con rapidez, y Venezuela más por la creciente y masiva migración, la más alta registrada en América Latina en su historia contemporánea. La pérdida de personas en edad productiva, muchas de ellas con altas calificaciones profesionales y técnicas, atenta contra la condición necesaria de mayor productividad y nos resta competitividad.
En el cambiante panorama mundial disponer de ventajas competitivas es crucial. Venezuela necesita recuperar las suyas, examinar sus verdaderas fortalezas y activarlas, siempre pensando en el largo plazo. Puede parecer elemental, pero sigue siendo fundamental priorizar la atención al recurso humano, su formación, su capacitación para el trabajo, el desarrollo de las capacidades que exige la globalidad. Y sigue siendo vital recuperar la condición de país agrícola, autosuficiente y exportador, así como construir una gran capacidad manufacturera e industrial, generadora de puestos de trabajo y con dirección innovadora y competitiva.
La visión de largo plazo choca contra el inmediatismo y el acomodo. Venezuela requiere construir su futuro aceleradamente, proactivamente y con estabilidad. El país ganaría bien poco con una postura empresarial inmediatista, dispuesta a aceptar una solución transitoria que le permita sobrevivir, e incluso crecer, pero sin una visión global del recorrido por hacer. Una recuperación circunstancial no es suficiente. Si no se garantiza la necesaria sostenibilidad no pasará de ser una ilusión.
Es necesario planificar con los pies bien puestos sobre la tierra. Y sin miopía.
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