Ante el peligroso agotamiento de la capa de ozono, protectora del planeta, el descontrol climático y los desastres ecológicos producto de la irracionalidad de un desarrollo mal concebido, muchos coinciden en que es necesario plantearse y debatir qué vamos a hacer para construir sociedades posindustriales y salvar el planeta junto con las especies que aún sobreviven en él, incluyendo la nuestra.
Existen dos grandes tendencias en el movimiento ambientalista mundial, la primera está orquestada por extremistas de izquierda que inculpan al capitalismo de destruir la biodiversidad debido a que este se apoya en una concepción extractivista y expoliadora. Sin embargo, los portavoces de esta tendencia nunca han denunciado la deforestación del Amazonas brasileño durante el gobierno del socialista Lula, el arrase de reservas forestales para la siembra de coca ordenado por Evo Morales, ni la devastación de la biodiversidad en el sur de Venezuela que desarrolla ferozmente la corporación criminal chavista; tampoco mencionan la terrible degradación ambiental de la industria petrolera rusa, por solo mencionar estos casos. Esto sirve de ejemplo para demostrar el sesgo ideológico que permea la lucha a favor del medio ambiente y de quienes estarían detrás del financiamiento de estas organizaciones.
En contrapartida, está la llamada ecología liberal, en especial la denominada economía circular, que propugna integrar la ecología dentro de la economía de mercado a través de un desarrollo sustentable, junto a la necesidad de desarrollar aceleradamente modelos de energías alternativos. Sin negar la voracidad y el desprecio a la naturaleza que han demostrado el desarrollismo y las multinacionales de la globalización, hay que pisar tierra para retomar lo positivo y recuperable del desarrollo, para así innovar y crear a partir de los errores pero en especial de los logros y avances del presente, modelos sustentables hacia el futuro basados en los progresos del conocimiento y la información, así como de todas las herramientas científicas y tecnológicas desarrolladas hasta el presente. Los desacuerdos entre estas dos posturas son a veces más relevantes que la preocupación misma por el planeta.
No basta con la ideología ni la denuncia, es necesario un cambio de visión
Más allá de las ideologías en juego y de las necesarias campañas de denuncia, pienso que es necesario reflexionar sobre las causas que han ocasionado la crisis ambiental y los desequilibrios climáticos del presente. Una aproximación acertada la encontramos en los estudios de Philippe Descola (Les natures en question, 2017). Este antropólogo y profesor del Collège de France afirma que “la modernidad se construyó sobre la idea de una división fundamental entre naturaleza y cultura, entre humanos y no humanos, entre el mundo y el espíritu”. Somos herederos de una antigua concepción naturalista, característica de Europa, que establece una separación radical entre naturaleza y cultura, que consiste en hacer de la naturaleza un objeto autónomo que los humanos pueden controlar y poseer. En esta visión, enraizada en las sociedades occidentales, está el origen del problema, al separar al individuo de su relación original con la naturaleza y ver a ésta solo como un objeto de explotación y beneficio.
La dualidad o dicotomía de esta creencia aprendida de la separación entre el individuo y el mundo físico, la abordó Gilles Deleuze sin ambages al afirmar: “No venimos al mundo, somos el mundo”, recordándonos que la existencia humana y el mundo son un constante devenir en el que estamos inmersos formando una unidad inseparable.
Por su parte, el filósofo japonés Daisaku Ikeda, uno de los principales exponentes del budismo en el siglo XX, nos habla del milenario principio budista del Esho Funi, concepto que expresa la inseparabilidad del individuo y el medio ambiente. La vida (sho) y su entorno (e) son inseparables (funi). Ello a su vez implica que, aunque percibimos las cosas que nos rodean como separadas de nosotros, existe una dimensión de nuestra vida que es una con la naturaleza. En el nivel más esencial, no hay separación alguna entre nosotros mismos y nuestro entorno: “Cada vida humana, junto con su ambiente, participa de la fuerza vital fundamental del cosmos. El ambiente individual toma forma como ambiente objetivo. La existencia subjetiva y el ambiente objetivo constituyen una sola existencia. Es inconcebible que esta existencia pueda ser dividida en dos. La formación de una vida humana como existencia subjetiva es idéntica con la formación del ambiente de esa vida. No es posible separarlas, como no lo es separar el crecimiento y el desarrollo de plantas y animales del mundo en que viven”. (Daisaku Ikeda, La vida un enigma, Emecé, 1984).
Si en Occidente nos educan a percibir la naturaleza como algo que está allí afuera, completamente distinta y separada de nosotros, con las consecuencias antes señaladas, la filosofía budista aporta un sustancial concepto sobre la inseparabilidad del individuo y el medio ambiente.
Hace pocos días participé en París en el foro Amazonie vénézuélienne, (05.03.2020), organizado por la asociación Diáspora Venezuela-Francia, sobre la catástrofe ambiental y humana que se desarrolla en el sur de Venezuela, enfocando mi intervención sobre la filosofía de vida de los yekuana, un modelo de pensamiento comparable a la filosofía budista, ya que su cosmovisión parte de una integración indivisible entre individuo y su medio ambiente. Lo mismo ocurre con los yanomamis, en su concepción de la vida, cada individuo y todos los seres sean animales o vegetales son en sí portadores de una energía que forma parte de una fuerza vital universal común a todo lo que existe. Estos dos pueblos, hoy en peligro de extinción, han sobrevivido por miles de años en perfecta armonía en las selvas al sur del Orinoco al vivir y experimentar una perfecta unidad e inseparabilidad con ese mundo vegetal, de dialogar con la selva y entender los fenómenos que esta produce.
Nunca es tarde para un cambio de perspectiva y para cuestionar nuestros esquemas aprendidos. Es necesario realizar cambios en la educación y promover la reflexión sobre el concepto de unidad persona-naturaleza, individuo-mundo. Mientras no se entienda este principio fundamental, continuará inexorablemente el expolio, la dramática destrucción de la biodiversidad y la extinción de la sabiduría ancestral de las culturas indígenas del Amazonas.
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