“Éramos pocos y parió la abuela” dice el refrán que pretende significar, en su sentido más amplio, que cuando hay exceso de algo malo, ello se hará peor en perjuicio de todos. Ese es justamente el caso de Colombia con la infeliz llegada del coronavirus.
Una vez más una crisis somete a prueba a un gobierno debilitado por problemas sociales, por turbulencias económicas, por debilidad en el poder que se ejerce desde la Casa de Nariño, por la imposibilidad de construir consensos políticos para avanzar, por la fractura parlamentaria, por la presencia de un colosal contingente de refugiados venezolanos, por el fortalecimiento de la violencia y mayor penetración del narconegocio. Ni hablar del devastador efecto de la descolgada de los precios petroleros, un efecto colateral de la crisis económica que está tomando forma a partir de la paralización de China y la que está ocurriendo en cada uno de los países desarrollados sometidos a los efectos del virus.
Al razonable desorden que priva en cualquier lugar para tratar, en una primera instancia, de atender una pandemia de consecuencias inimaginables, han seguido medidas concretas para abordar cada uno de los aspectos que componen el inesperado pero monumental impacto ocasionado por una crisis de este calado
El martes de esta semana que concluye el gobierno nacional dictó la emergencia económica y social en uso de una facultad constitucional que le permite al presidente tomar al toro por las astas. Para ese momento ya las autoridades regionales habían iniciado la aplicación de medidas de prevención para atajar el crecimiento de una epidemia que se veía llegar con fuerza y que amenazaría devastar hospitales y centros de salud por su incapacidad de repuesta rápida. Con mayor o menor grado de simpatía todos se plegaron al desiderátum presidencial y el compromiso se hizo general.
Los errores que el gobierno de Iván Duque pueda cometer en la interpretación de la voracidad de este mal que aqueja al planeta entero afectarán al Ejecutivo frontalmente. Ya para este momento, antes de empezar la batalla, han sido y serán siendo la oportunidad esperada por los opositores para hacer trizas una gestión que, en su esencia, es arriesgada.
Esta ocasión no podía ser desperdiciada por los políticos para pescar en rio revuelto. Ya Gustavo Petro, ex alcalde de Bogotá y ex candidato a la presidencia de Colombia, tomó la antorcha del radicalismo izquierdista y grabó en Facebook un video que solicitó a sus seguidores colocar en las redes. En esta pieza comunicacional Petro asume un rol de experto en la materia y se alza como descalificador de las acciones diseñadas dentro del equipo de Iván Duque, antes de que incluso hayan sido implementadas.
Su argumentación está imaginada para confundir usando la experiencia negativa de otros países en el tratamiento de esta pandemia: España e Italia son su mejor ejemplo. No solo considera que la estrategia gubernamental colombiana privilegia en sus decisiones al capital en detrimento de la vida de los colombianos, sino que califica la postura de Iván Duque de un “genocidio por omisión”. Y les recuerda a los compatriotas que eligieron a este gobierno con sus votos la responsabilidad que les atañe en el resultado de este episodio. Política de la más barata, hay que decir, en un momento crítico para su país.
Es preciso remarcar que Colombia no es diferente de otros en aquello de que la justeza en las decisiones de quien los dirige y el éxito que consiga en su administración es calibrada con dureza por los administrados. Golpes de timón y cambios en la estrategia de abordaje de la crisis sanitaria y más adelante del descalabro social y económico estarán en el orden del día inevitablemente en esta particular batalla.
En este caso, al igual que en todos los otros países que han precedido a Colombia en el abordaje del caos pandémico, lo que debe privar es la solidaridad total de la colectividad, partidos políticos y actores sociales, empresariales y académicos de todo origen y filosofía, para que el resultado termine siendo un esfuerzo de todos. El sacrificio y la proactividad tendrán que ser la regla para cada uno de los colombianos.
Cualquier otra posición es alienante, destructiva y perversa. Es lo último que le hace falta a la Colombia de hoy.
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