A pesar de los peores pronósticos, el mes de enero nos sorprendió con dos milagros: una oposición unida en un solo propósito y un pueblo cansado de tanta mentira y tanta burla, que decidió salir a la calle a decirles a Maduro, a Cabello y al régimen todo: ¡Ya basta! Lo sucedido en Venezuela desde que comenzó este año 2019 es mucho más que sorprendente y pienso que es útil revisarlo para tener una idea clara de lo que podría suceder en el país. Que una oposición dividida hasta los tuétanos haya decidido respetar el pacto para constituir la nueva directiva de la AN, único poder legitimado por el pueblo, evidencia que todas las oposiciones reflexionaron sobre el valor de la unidad para enfrentar a un régimen cebado en los abusos de poder, en la inconstitucionalidad de todos sus actos y en la represión y persecución sostenida de los partidos y sus respectivos dirigentes.
Haber respetado ese pacto aumenta su valor ético y estratégico, no solo por el hecho de corresponderle a Voluntad Popular, partido fundado por Leopoldo López, calumniado y perseguido con sevicia e inhabilitado por el régimen desde los tiempos de Chávez, sino porque la designación del presidente de la Asamblea Nacional, única institución con rango y valor constitucional, recayó en Juan Guaidó, un diputado joven y bien formado políticamente, digno representante del nuevo liderazgo opositor, quien con un discurso renovado y lleno de nuevos contenidos, definió la ruta a seguir y convocó a una gran movilización para el 23 de enero a la que, para sorpresa de todos, y sobre todo para el régimen que llegó a pensar que la oposición estaba muerta, ese 90% de los venezolanos que quiere un cambio acudió con una energía y una fe en la lucha renovada, y eso nos está diciendo que estamos ante un nuevo escenario político, que la rebelión cívica y democrática está ya en la calle, que la lucha está viva, que aquí nadie se ha rendido y que todas las posiciones que hasta ahora lograron dividir y hasta desmoralizar el espíritu de lucha de ese casi 90% de venezolanos que rechazamos al régimen, por más divergentes que pudieran ser sus posiciones, tendrán que mantener una unidad de propósitos cada vez mayor, si es que en verdad se quiere rescatar una democracia renovada, y desde ella y con el esfuerzo de todos sacar a Venezuela del estado de ruina en el que la ha dejado el castrocomunismo.
Aun cuando podemos afirmar que el año comienza, sin lugar a dudas, mejor que como terminó, no podemos permitir que nuestras ansias de libertad pasen por encima de la realidad, lo cual nos obliga a no cantar victoria y a llevar adelante una lucha cívica, dura y profunda, optimista y creativa, en todos los frentes, para poder superar la tragedia. Y en ese territorio no hay que llamarse a engaños, hay que pisar tierra y pisarla bien para no sufrir desencantos y frustraciones y entender que esta es una lucha sin límite de tiempo, que hay que sepultar el triunfalismo inmediatista de amplios sectores de nuestra sociedad, porque frente a la posición democrática, estratégica, de posibilidades de cambio real, la valentía exhibida por quien en estos momento representa por su designación como presidente de la AN, el diputado Juan Guaidó, hay fuerzas que luchan con todas las armas imaginables para que las rutas del cambio no prosperen y toda esta esperanza se convierta en una nueva frustración del sueño. Y no me estoy refiriendo solamente a todos los recursos que con la sevicia extrema con la que el régimen acostumbra comportarse en su ejercicio de la represión está poniendo en marcha, que son y serán muchos, cargados todos con determinación de exterminio, sino a los de otros factores que, en la medida en que se alarguen las soluciones deseadas, irán mostrando los dientes que la impaciencia suele mostrar, lo cual pondría en peligro la unidad necesaria para triunfar.
Por ahora la inmensa mayoría de los venezolanos hemos aceptado el papel que a Juan Guaidó le repararon el destino y la historia y que seguiremos aceptando mientras su conducta no desmaye en el coraje y la sensatez que viene exhibiendo manejándose con la prudencia y el valor necesario para imponerse a la adversidad y a los malos propósitos de los enemigos. El tiempo que corre es incierto y muchas las batallas que hay que dar, por lo que la prudencia indica que no se puede bajar la guardia ante un enemigo tan peligroso.
Cuando decimos que en este momento se está jugando el destino del país, no exageramos. Cuando advertimos que la situación obliga a extremar la unidad de ese casi 90% de la población que rechaza a Maduro, a Cabello, a todos sus entornos incluidos sus respectivos lugartenientes, si es que queremos un cambio y tratar de superar la pesadilla castrocomunista, estamos expresando el sentir de un pueblo que se agota día tras día en la lucha por la supervivencia. Un pueblo expectante, rodeado de calamidades, exhausto y en ocasiones desesperado, al punto de verse obligado a irse de su país porque todos los horizontes les fueron clausurados, y que está exigiendo un cambio ya, sin importarle cómo, ni quién lo hará, pero con la condición de que sea ya.
Claro que tenemos que celebrar la colosal respuesta del pueblo ante el llamado hecho por Guaidó, al haber llenado todas las plazas y avenidas de Venezuela y más allá, con un gran fervor democrático, que produjo un giro de 180° en nuestro escenario político. Pero no hay que olvidar que a los representantes de la franquicia cubana les queda el odio, la violencia, el uso de la fuerza, los abusos de poder, los activos violentos que representan una cúpula militar controlada por el G2 cubano, todo lo cual, objetivamente hablando, es mucho si tomamos en cuenta que de este lado del campo está una oposición desarmada y apegada a la legalidad.
A la oposición le queda la Constitución, la unidad fundida en ese casi 90% de venezolanos que queremos un regreso a la democracia, lo cual sería imposible si no hay cambio de gobierno, una voluntad de lucha, sin tregua ni descanso, que se tiene que nutrir con la conciencia de saber que, de no triunfar, todo se perdería.
Como demócrata desearía que la presión sin tregua del pueblo de Venezuela, en alianza con la presión internacional, obligaran al régimen a ir a unas elecciones vigiladas por organismos internacionales, convencido como estoy de que las ganaríamos con abrumador margen aun bajo la “vigilancia” de las señoras del CNE con el refuerzo de Jorge Rodríguez, Smartmatic y los técnicos cubanos del G2. Imagine, querido lector, por un momento, el río humano que marchó este 23 de enero, votando. Qué maravilla sería.
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