Por Lidia Salazar Yndriago
Soñar una escuela diferente significa reorientar de una manera profunda el acto pedagógico, intentando una mirada más despejada, que nos permita aventurarnos en un sendero sin perder el camino. Pensar en el acto pedagógico ha sido quizás la amplia e intempestiva aventura que hemos emprendido. Es un universo complejo y fascinante que conlleva a la invitación del pensar de todos los educadores.
Ahora bien, esa comprensión debe pasar por otra fundamentación, por cuanto el espíritu no entra en el campo de investigación positivista, pero puede perfectamente hacerlo en el fenomenológico. De esta manera, ante la necesidad de cambios de paradigmas en las sociedades altamente competitivas y complejas, es necesario el fortalecimiento de saberes y relacionarlos con los sentimientos.
La sociedad en los actuales momentos se debate en una pluralidad de contradicciones lo cual implica introducirse en todo lo que significa y simboliza situaciones que son propias del mundo de la complejidad en que vivimos atrapados por una red donde las posturas políticas, económicas, culturales y por ende educativas, tienden a mantenerse en direcciones opuestas al verdadero panorama que demanda la sociedad actual. Al respecto Morín (1999) expresa sobre el particular: «La educación del futuro deberá velar porque la idea de unidad de la especie humana no borre la de su diversidad, y que la de su diversidad no borre la de su unidad. Existe una unidad humana. Existe una diversidad humana. La unidad no está solamente en los rasgos biológicos de la especie homo sapiens (…) Existe también una diversidad propiamente biológica en el seno de la unidad humana; no sólo hay una unidad cerebral sino mental, psíquica, afectiva e intelectual». (p.33)
Sobre el aspecto fenomenológico, hay que establecer una correlación entre Husserl y Heidegger; entendiendo que para el primero esta se centra en lo real y las relaciones sociales que mueven a las personas, mientras para el segundo el aspecto metafísico, centrado en el ser, vendría a convertirse en el significante de la vida. Husserl genera una visión de aprendizajes vinculados con todas las manifestaciones que rodean a los seres. Su fenomenología no asienta el ser metafísico de Heidegger. Allí estriban grandes diferencias.
En la actualidad, el conductismo sigue marcando un rumbo casi que robótico sobre la conducta de la población infantil y adulta; incluso hasta con mayor determinismo, irónicamente dinamizadas por el hecho tecnológico. La televisión, la radio, Internet, las telecomunicaciones en general han impuesto sus códigos, sus modismos, sus propios espacios. La complejidad de los sistemas de vida, han orientado a la población a concentrarse en las grandes ciudades, movidas por centros comerciales e infraestructuras complejas de consumo, muchas de ellas basadas en necesidades artificiales.
Históricamente, la educación es tan amplia como la de la humanidad, es decir, aparece con el ser humano y continúa con el transcurrir del tiempo, transmite de generación en generación los logros de una comunidad. Cuando ocurre la formalización de la educación surgen dudas acerca de qué, cómo, para qué, son los procesos de formación en una sociedad tan mediatizada y artificial como la que vivimos, en donde en determinadas ocasiones se antepone lo material sobre lo humano, y hoy, en tiempos de coronavirus, vemos cómo finalmente es lo humano lo que debe prevalecer sobre el resto de las cosas, que el propio ser humano ha colocado sobre su existencia.
La pedagogía en este milenio debe estar orientada desde la vida y para la vida; pedagogía que luche con valor el egoísmo, el consumismo, la violencia, entre otros; que despierte el ser humano sensible que todos llevamos dentro, nos ayude a construir la personalidad; a educar la paciencia, domar la ira para que las pasiones no se desborden; de manera que podamos promover la libertad de pensamiento y a expresar la crítica sincera, honesta y constructiva. Una educación como la descrita debe fundamentarse en los valores como principios rectores que marcan la actitud y la conducta de las personas, al ser entendidos como aportes positivos en sus vidas.
Ante esta realidad debemos comprender que el coronavirus, una enfermedad que se ha convertido en una pandemia que nos azota como parte de nuestros errores como humanidad, también se convierta en un eje de arranque como educación ante las complejidades del mundo.
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