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Humor italiano para combatir la ansiedad de la cuarentena

Por AFP
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Siguiendo la consigna gubernamental #iostoacasa (me quedo en casa), los italianos se enclaustraron en sus domicilios para protegerse de un enemigo invisible, el coronavirus, y se arman de humor para combatir la ansiedad.

Multiplican las iniciativas como las canciones en los balcones y los aplausos al personal sanitario que suscitaron elogios en todo el mundo.

Y para matar el tiempo, a falta de poder reunirse con los amigos en las cafeterías, compiten en ingenio en los grupos de discusión y las redes sociales.

Desde hace siete días solo pueden salir de casa para ir al trabajo, al médico o al supermercado y tienen prohibidas las reuniones. También pueden caminar o salir a correr por el barrio, solos o con el perro.

Por eso entre las bromas más populares abundan las fotos de cuadrúpedos para alquilar por hora y así evitar la multa de la policía que vigila el cumplimiento de las consignas. Un italiano aparece en un video en el que saca a su perro de pelaje negro y rizado. Mira el reloj y se esfuma de sopetón, arrojando al falso animal por encima del hombro.

En otro cortometraje, un italiano, con la mirada oculta por unos lentes de sol, interpreta a un DJ en la placa eléctrica de la cocina, meneándose al son de música estruendosa.

Un ciclista recorre el apartamento en una bicicleta de carreras hasta que su esposa, enfurecida, lo regaña. Un viajero entra por la puerta de su casa tosiendo y es recibido a zapatazos.

En una foto, un empleado en teletrabajo se lleva al salón de casa la hormigonera, un saco de cemento y una paleta. Pie de foto: «Cuando te dicen que traigas el trabajo a casa».

Y Dios da el gel a Adán

Hay quien interpreta el conocido fresco de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina, en el que Dios señala con el dedo índice a Adán. En tiempos del coronavirus, Dios lleva un frasco de gel desinfectante que vierte en la mano de Adán.

El confinamiento afecta también a los jubilados, a los padres que cuidan a niños privados de colegio, a todos aquellos que pueden trabajar desde casa e incluso a empleados de tiendas obligados a echar el cierre.

La consigna de quedarse en casa se toma muy en serio en una Italia que fue el primer país europeo en registrar, el 21 de febrero, un caso de contagio local; es decir, no importado. Casi un mes más tarde las calles de las ciudades están casi desiertas, recorridas por autobuses vacíos.

El país registró oficialmente 2.158 muertos de un total de 27.980 casos detectados, lo que lo convierte, con diferencia, en el más afectado de Europa.

En las calles no hay ganas de ironía. La mayoría de los que salen llevan mascarilla y se distancian cada vez más de los demás peatones, cambian de acera o se desvían en su camino.

Hace una semana se mantenían a un metro de distancia los unos de los otros en la fila del supermercado. Ahora las filas se prolongan por las aceras con separaciones entre ellos  hasta de cuatro metros. En el interior, los clientes más aterrorizados piden a las cajeras, protegidas con mascarillas y guantes, que desinfecten la cinta transportadora antes de su paso.

Un hombre da un billete de 5 euros a una anciana que pide limosna, pero lo hace arrojándolo a sus pies. En otro lugar, un repartidor de pizza se encuentra a cinco metros del cliente, inventando un nuevo ritual de pago sin contacto.

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