Los chinos tenían ya parte de la experiencia aprendida de otros virus de comportamiento similar al 2019-NCOV. Ya en 2003 el SARS había hecho estragos partiendo de la ciudad de Guandong en el sureste de ese país. En esa ocasión, un profesor italiano infectado que se alojó en el Hotel Metropole de Hong Kong contaminó a 12 huéspedes, que a su vez lo distribuyeron por una buena cantidad de países. En poco más de un mes 8.500 casos terminaron en 800 fallecimientos en 34 naciones. Pero en solo 2 meses la secuencia completa del genoma de este virus había sido dada a conocer a la comunidad médica.
De entonces a esta parte se ha investigado extensivamente en China sobre la zoonosis, es decir, sobre la forma en que enfermedades de los animales pueden migrar al ser humano. Con ello se ha logrado demostrar que es de inmensa importancia evitar el contacto con animales silvestres o salvajes que no están controlados por la sanidad veterinaria.
Y sin embargo la actual forma de coronavirus de nuevo se origina en un mercado de los que se denominan “wet market” en Wuhan y cuya característica destacada es que allí se producen contactos directos entre seres humanos y animales portadores de este virus que solo debería transmitirse entre ellos pero no a nuestra especie.
La razón que explica que estos mercados se continúan manteniendo en China es que ellos forman parte de una cultura muy enraizada dentro de las poblaciones alejadas de las ciudades, en donde algunos de los animales salvajes que allí se venden, frescos o vivos, son un manjar muy apreciado. Un estudio de Bloomberg señala que “allí se reúnen todos los elementos para que el fenómeno del salto viral tenga lugar, pues en estos sitios se da una mezcla perfecta entre animales portadores pasivos y asintomáticos; animales intermediarios, que son los que actúan como transmisores, y el contacto con las personas”.
¿Haber actuado oficialmente en el sentido de desmontar este tipo de mercados después del SARS en 2003 habría impedido la aparición del nuevo virus? Nadie lo sabe. ¿Estamos entonces frente a una irresponsabilidad manifiesta del Estado totalitario chino o se trata de una posición oficial proteccionista frente a los usos y costumbres de sus gentes, un tema que en la milenaria China tiene una connotación mucho más arraigada que en Occidente? En su descargo es preciso remarcar que hay países como Laos en los que estos “wet markets” se mantienen, en condiciones de higiene deplorables, y gracias a la venta de animales salvajes e incluso de especies protegidas.
Los expertos del mundo señalan, por otro lado –y no solo los chinos–, que el control del comercio al igual que el consumo de animales salvajes es una tarea casi inútil por la dificultad de su implementación y que lo apropiado, ante la amenaza sanitaria, es mejorar la manera de afrontar una crisis de contaminación. Eso exactamente es lo que ha estado jugando en la mente de los gobernantes chinos y así han actuado.
Si a las enseñanzas del viejo episodio del SARS se le suma la convicción científica de que la transmisión entre personas no es muy eficaz porque las cepas potencialmente mortales no están adaptadas a su nuevo receptor, el hombre, lo que es necesario atacar, en la hora y crisis actual, es la movilidad de la ciudadanía al interior de un país y la movilidad planetaria, que es lo que explica su extensión a tantos lugares. Eso fue lo que pusieron en práctica dentro de la gran potencia de Asia desde diciembre pasado y es eso lo que comienza a emularse en todas partes como una lección aprendida.
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