La Plaza Flores de Puerto Cabello fue durante buena parte del siglo XIX y principios del siguiente el principal punto de encuentro de la sociedad porteña. Llamada en algún momento Alameda Guzmán Blanco, más tarde Plaza Castro y, a partir del año 1909, Plaza Flores, de ella se conservan numerosas postales y fotografías que la muestran poblada de variados y frondosos árboles, cuyas sombras prodigaron a los enamorados y caminantes atardeceres de ensueños bañados por la brisa marina. Se trata de la misma plaza, inmortalizada por la célebre canción de don Ítalo Pizzolante, en la que las tardes son de acuarelas.
Una centenaria plaza cuya apariencia se mantuvo inmutable a lo largo de décadas, con la sola excepción de la instalación y posterior remoción de una cerca ornamental, en la que siempre destacó su fuente en mármol de Carrara, adornada por el niño tritón, construido en los talleres alemanes de G. L. van Kress, el año 1808, conjunto del que se dice obtuvo importante premio el año 1933 en Berlín. Debe su nombre al prócer de la Independencia y primer presidente del Ecuador, general Juan José Flores, nacido en la ciudad marinera, representado en un modesto bronce colocado en el extremo norte. La última vez que la plaza, recordamos, recibió un cariño fue cuando por iniciativa de la empresa portuaria DP World, el año 2008, se adelantó una importante campaña de arborización, esfuerzo perdido luego de que el puerto fuera revertido.
Sin embargo, de aquella alameda poco queda, menos ahora que el espacio fuera objeto de una reconstrucción de burda factura y desértica apariencia. Desde que las obras de demolición comenzaran en los primeros meses del año pasado, para dar paso a un inconsulto proyecto, hicimos las correspondientes denuncias ante el Instituto de Patrimonio Cultural, sin que ni siquiera recibiéramos un cortés acuse de recibo. No aspirábamos otra cosa que la intervención del ente regulador de la conservación del patrimonio arquitectónico, a fin de revisar el proyecto, detener la destrucción de los viejos árboles allí presentes y exigir los correctivos del caso. Ante el silencio del IPC, ratificamos nuestra denuncia y la ampliamos llamando la atención de los responsables sobre el hecho de que los nuevos elementos constructivos en algunos puntos dificultaban la visibilidad de su histórica fuente, el tratamiento dado a la vegetación existente en el lugar y la utilización de un piso de cemento estampado, en sustitución de las losas previamente existentes, poco cónsono con la importancia de la plaza. De nada sirvieron la denuncia y los recordatorios, la antigua plaza sencillamente desapareció.
En materia de conservación del patrimonio arquitectónico, la ciudad tiene un funesto historial. La zona histórica, relativamente pequeña, se ha venido a menos ante la ausencia de políticas bien diseñadas y sostenibles en el tiempo, cuando no por apresuradas e inconsultas intervenciones en menoscabo de los monumentos e inmuebles de interés. Lo sucedido con la Plaza Flores es lamentable, pues si bien es cierto cualquier iniciativa gubernamental debe ser objeto de celebración, también debe ser producto de un ejercicio plural alimentado por la opinión de la comunidad y todos aquellos que deseen aportar ideas, fundamentado siempre en expertos criterios.
@ahcarabobo
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