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¿Una república bananera?

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“In the constitution of this small, maritime banana republic, was a forgotten section”

El término de república banarera –banana republic– es fruto del fértil humus imaginativo, rico en etano, de su magistral creador, el escritor estadounidense William Sydney Porter, mejor conocido como O. Henry, uno de los más hábiles maestros del cuento y autor de Cabbages and Kings, The Four Million, The Rolling Stone y Roads of Destiny, entre muchas otras compilaciones de sus extraordinarias narraciones. Acusado de malversar los fondos del First National Bank, donde trabajaba, Henry escapó de la justicia por tres años y fue a refugiarse en Centroamérica, específicamente en Honduras, aunque se afirma que también pudo estar en Guatemala, cuya economía monoproductora se hallaba por entonces plenamente controlada por la United Fruit Company, la misma empresa que unos años más tarde se convertiría en motivo de inspiración de La hojarasca de García Márquez, a causa de la huelga de los trabajadores de las bananeras, que terminó en una de las más cruentas masacres efectuadas por las fuerzas armadas de Colombia.

Desde entonces, la caracterización de un determinado país como una república bananera se ha ido transformando en voz de grueso y amargo significado peyorativo, al referirse a su condición política e institucional inestable y corrupta, pobre y atrasada, sin mayor instrucción ni higiene, extraña y distante a la conquista del progreso y desarrollo, con una economía basada esencialmente en la producción de materias primas de escaso valor. Todo lo cual halla en el escenario del llamado tercermundismo su más fiel expresión. Al frente de las repúblicas bananeras se encuentra un régimen ilegítimo y tiránico, una dictadura servil, títere, sometida a los designios de países explotadores, colonialistas o imperialistas, cuyos poderosos grupos económicos transnacionales obtienen jugosas ganancias mediante el pago de sobornos a tiranos y sectores financieros locales, que se benefician con la explotación y la miseria de las grandes mayorías de la población.

Hace pocos días fue presentado en Madrid, en la librería Juan Rulfo, del Fondo de Cultura Económica -”una pequeña embajada de México en España”, según afirmara el editor de la publicación-, el libro Venezuela: más allá de mentiras y mitos de Arantxa Tirado Sánchez, publicado por la editorial Akal. La presentación contó con la participación del eurodiputado Javier Couso y del escritor Juan Manuel de Prada. Ambos ponentes, a pesar de las evidentes diferencias ideológicas existentes entre ellos, coincidieron en afirmar que el trabajo de Arantxa Tirado tiene el propósito de informar sobre lo que realmente ocurre en Venezuela, “más allá” -según promete el título- de los intereses que guían la política informativa de los grandes medios de comunicación de masas, especialmente de aquellas cadenas, cubiertas de flores, que están al servicio del “imperialismo norteamericano”.

Hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, afirma la autora en sus revelaciones de último momento acerca del “más allá” de la verdad, Venezuela fue lo que podría llamarse una república bananera, al servicio de los intereses del gran capital y en detrimento directo de la justicia social. Un país de hambre y miseria generalizadas, repartidas entre las grandes mayorías desposeídas. En otras palabras, fue gracias a Chávez -un tipo, en opinión de Javier Couso, “de una cultura tal, de una sensibilidad tal, de una sapiencia militar, simpatía y carisma tales”- que comenzó a concretarse el gran trabajo de construir, no tanto ex-nihilo como ex-bananus, un gran país, ejemplo de dignidad antiimperialista. Hoy el gran país que comenzara a construir esta suerte de versión llanera de Fielding Mellish -el personaje central de Bananas, de Woody Allen-, después de haber conquistado tantos y tantos logros importantes -¡uf!-, ha sido obligado a retroceder por la fuerza, sometido como se encuentra a un bloqueo económico brutal, producto de una guerra no convencional, que tiene por objetivo reapropiarse de su territorio y volver a colocarla al servicio de los grandes intereses de los consorcios financieros imperiales. En resumen, antes de Fielding Rafael, Venezuela era una república bananera. Con Fielding Rafael casi se logra el milagro de salir definitivamente de los bananos y los guayucos, ¡casi! Y ahora, con todo esto del bloqueo y la guerra económica contra el paisa Stalin y el Chapo del Furrial, las cosas se han complicado un poco, y se ha tenido que retroceder. Claro, no tanto, aunque el jaleo no ha sido fácil.

Más allá de los negocios o de los costes y beneficios que puedan llegar a obtenerse dentro y fuera de la industria editorial -a fin de cuentas, las economías diversificadas se adecúan con las bananeras cuando se trata de las “razones” del mercado-, se puede decir que la señora Arantxa Tirado ha hecho una pasmosa contribución a la comprensión no de una sino de dos historias de la reconstrucción de la actual crisis orgánica que padece Venezuela. Oro parece, plata no es. No sin audacia, Tirado ha entretejido -y ha entrelazado- una historia en sí misma, o acerca de la fantasía, y una historia para sí misma, o acerca de la estulticia. La primera caracteriza el empeño del izquierdismo -ya denunciado por el propio Marx en el Manifiesto– por imaginar un mundo no como es, objetivamente, sino como debe ser, subjetivamente, según las aspiraciones y deseos que se levantan sobre los sedimentos del pantanal de las propias presunciones y prejuicios. La segunda sugiere que, en Venezuela, las bananas andaban sin pijamas. Las riquezas naturales no son nada si no hay la diversificación de la economía que el comandante Fielding se proponía impulsar, pero “el sabotaje”, una vez más, ha terminado reafirmando su condición de república bananera.

En alguna parte de su intervención, Juan Manuel de Prada exhortaba a abandonar “la mugre espesa de apriorismos” sobre la cual se sustenta la discusión de los términos en conflicto. Y citaba a Chesterton -el “príncipe de la paradoja”, de quien nadie puede poner en duda su ortodoxia católica- para recordar que la denuncia de las calamidades que padecen las sociedades comunistas solo persigue ocultar las calamidades que padecen las sociedades capitalistas. Tal vez convenga dar vuelta a la imagen chestertiana, a fin de poner en evidencia cómo, precisamente antes de que el chavismo marcara con furia la huella de sus botas sobre Venezuela, entre maduros, guineos y dominicos franquistas, miles de españoles salieron huyendo de España para dejar atrás la hambruna y, a la vez, para contribuir en la construcción de una de las industrias diversificadas más sólidas -si no la más sólida- de América Latina. Que fue el chavismo, con su política de expropiaciones y cierre de industrias, el que hizo de Venezuela un país monoproductor, maleducado, enfermo y pobre, es decir, bananero. Y que, además, como si no fuese suficiente, fue esa izquierda pervertida, carente de ideas y valores, la que terminó introduciéndola en el muy rentable y bananero negocio del narcotráfico.

@jrherreraucv

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