El retorno de Carlos Orta a Venezuela a principios de los años ochenta convertido en reconocido bailarín internacional, lo mostró también como un coreógrafo de notorias particularidades. Combinaba con audacia sus primeras referencias sobre la danza escénica vivenciadas en Francia, con las visiones neoexpresionistas obtenidas en Alemania, sus experiencias dentro del ballet contemporáneo logradas en Holanda y los postulados modernistas del movimiento revelados en Nueva York.
Orta venía de un desempeño notable como intérprete y creador emergente en el Wuppertal Tanz Theater, dirigido por Pina Bausch y el Tanz Forum de Colonia, el Neederland Dance Theater, así como en la Compañía de José Limón, de Nueva York, lo que se traducía en información diversa e influencias múltiples. Refería que su idea de la danza, su simplicidad y complejidad, se encontraba en todo aquello que determinaba sus procesos creativos.
Danzahoy, el Ballet Nuevo Mundo y el Ballet Contemporáneo de Cámara fueron los primeros espacios nacionales abiertos al Carlos Orta creador. Precisamente, para la primera de estas plataformas concibió hace cuarenta años una obra que se convertiría en su referencia clara como autor. Un modo de andar por la vida no solo anunció a un coreógrafo insospechado, sino que vislumbró la década de los ochenta que se presentaría como transformadora de la danza artística venezolana. La pieza indagaba a un tiempo lo popular urbano y una deslumbrante modernidad. Las sonoridades musicales de Astor Piazzola, integradas plenamente al discurso corporal, le otorgaban un sentido de identidad que abarcaba a toda Latinoamérica.
Un modo de andar por la vida, luego llamada simplemente Tangos, determinó los inicios no solo de Danzahoy como proyecto institucional, sino también los de Acción Colectiva y Coreoarte, los tres emblemas fundamentales de un tiempo en el que la danza nacional se tornó amplia, diversa y expansiva. Cada una de estas agrupaciones ofreció una concepción diferenciada de la obra. La primera, la abordaba desde una perspectiva depuradamente abstracta, aunque sin sacrificar el contenido expresivo, además de enfatizar en una espacialidad exhaustiva. La segunda (en ella bailó el propio Orta), colocaba el acento en una teatralidad más profunda en la búsqueda de un gesto corporal de mayor humanismo. Finalmente, la tercera, mostró las evidencias del tránsito de Carlos Orta por los caminos comprometidos de lo popular citadino latinoamericano.
Las tres representaron maneras distintas, aunque no contradictorias, de encarar a la pareja en sus dimensiones sentimental, sensual y pasional. Sus impulsos fueron generados desde lo violentamente instintivo hasta lo calculadamente racional. Seducción, enfrentamiento y rivalidad se hacían presentes en un ritual escénico sin historias predeterminadas, sustentado en cambio en elaboradas conceptualizaciones.
Para Carlos Orta, Coreoarte representó el espacio a través del cual logró desarrollar y proyectar una manera particular de asumir la danza, vinculada con sus experiencias personales y sus propias valoraciones. De visión universal sobre el arte, sin embargo, centró su objetivo creativo en lo popular venezolano y latinoamericano. Sin abandonar su carrera internacional, con particular interés de dedicó a formar a jóvenes bailarines dentro de la doctrina de la danza que profesaba, llegando a convertir a muchos de ellos en artistas de esta disciplina llamados a resonar y mantener en el tiempo lo recibido.
La voz de la bailarina y antropóloga Gladys Alemán orientó sobre los valores con los que el bailarín conformó esta institución: “Es con este joven grupo con el cual Orta se identifica plenamente, en él deposita esperanzas e inquietudes de maestro forjador de juventudes. En él encuentra el afecto, la serenidad, y comprensión de espíritu, tantas veces sin respuesta, buscados en otros lugares y otros tiempos”.
En algún momento Carlos Orta se planteó el hecho de quizás no haber conseguido su modo andar por la vida. Se respondía que, seguramente, nunca procuró encontrarlo.
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