La amenaza del coronavirus es global. Ningún país está excepto de ser atacado por semejante pandemia. Por lo tanto, las alarmas suenan con estridencia en Venezuela, donde la crisis existencial es de todos conocida.
Suponemos que los venezolanos apelamos a los rezos, esperando que Dios se apiade de nosotros. No exageramos afirmando que semejante régimen, como el que usurpa los poderes públicos en nuestro país, no está en capacidad de controlar los efectos de un catarro, menos los que se desprenden de esa endemoniada enfermedad que tuvo su epicentro en China.
La vulnerabilidad de Venezuela es más que conocida y denunciada ante los organismos sanitarios del mundo. No hay agua potable, por eso las enfermedades gástricas están a la orden del día. Agua potable es sinónimo de salud al igual que hablar de canalización de aguas servidas es comprender que sin esos desarrollos la salud se pone en riesgo. En anteriores entregas me he referido a los millones de hogares venezolanos adonde no llega agua potable, incluso, muchos hospitales, no solo son privados de medicinas o insumos, sino también de ese líquido tan preciado como es el agua potable.
Por otro lado, está también verificada la descomunal desnutrición que afecta a más de 300.000 niños, por lo que están expuestos a que simples enfermedades están llevándose por delante sus vidas. Criaturas que no son alimentadas adecuadamente porque una canasta alimentaria está cada día más distante del poder adquisitivo de sus progenitores.
Los informes de la ONU son elocuentes. La inmensa mayoría de la población acusa síntomas inequívocos de pobreza, incluida la clase media que potenció la era democrática. Los salarios son de hambre, por más que Maduro haga esas piruetas de incrementarlos, casi que trimestralmente, esos bolívares no son sino ingresos raquíticos que no tienen fuerza para lidiar contra el alto costo de la vida.
Además de la hambruna y del colapso de los servicios esenciales, como el agua potable, la luz eléctrica y el transporte público, está la catástrofe sanitaria antes comentada superficialmente. Porque aguas abajo afloran endemoniadas enfermedades como la malaria, la difteria, el sarampión y el dengue, ocasionando estragos en los pueblos de la república.
Es lógica, más que razonable y justificada, la preocupación que conmueve a los venezolanos cuando leemos los reportes que dan cuenta de los avances del coronavirus. Todos pensamos en lo que pudiera ocurrir en nuestro país si ojalá que no, semejante contagio brota y se expande en el territorio nacional.
Esperamos que los usurpadores no usen esta tragedia para seguir robando con el pretexto de comprar insumos con sobreprecio o facturaciones fantasmas. Pedimos la solidaridad preventiva de la comunidad internacional para atender a una población desprovista de servicios elementales de salud.
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