Hace mucho tiempo vi una película y, por extraño que parezca, no la voy a contar. Solo diré que los protagonistas eran niños enfermos y les ocurrían cosas malas. Sentí que la indignación me enfurecía y que la justicia y la ira, en un intento infructuoso por enfrentar a la maldad, crecieron dentro de mí y se desbordaron. No vi el final, pero por intuirlo, hice lo único que podía hacer: cerrar los ojos e irme del cine.
Venezuela no es una sala de cine ni vivimos una ficción. Podemos irnos, pero jamás podremos ni debemos cerrar los ojos porque cada trozo de esta tierra destinada a triunfar, transformó nuestros pies en raíces y casi como un milagro de Dios clavó en nuestro pecho el amor, la historia de este país y a sus hijos que son nuestros.
Sí, es cierto, el guion cayó en manos de un grupo de perversos dramaturgos quienes por conveniencia intentan cambiar la historia y aunque la trama anterior no era perfecta, iba bien. Sus personajes, por humildes que fueran, acorde a su esfuerzo lograban ser felices. Hoy, un capítulo se cierra y nos hace llorar, ya que nuestros niños, los más inocentes e indefensos, de nuevo son las víctimas.
Renunciaron los tres últimos médicos de terapia intensiva en el Hospital de Niños J. M. de los Ríos. Noticia muy grave y renuncias más que justificadas, porque, ¿cómo puede funcionar un centro médico en la condición deplorable en la que este y muchos otros hospitales en Venezuela se encuentran?
Hoy voy a escribir corto porque me estoy rompiendo por dentro y cada pedazo sangra. Lo que ocurre en nuestro país es una tragedia que se agrava ante nuestros ojos porque un niño es sinónimo de esperanzas, inocencias y sueños… es sinónimo de dibujo con colores, de cuentos de hadas, de abrazos, risas y besos. Un niño es sinónimo de amor, pero en Venezuela, tristemente, equivale a carencia de educación y de principios, abandono, desnutrición, desamparo y muerte.
Y pensar que el Hospital Municipal de Niños de Caracas, así se llamaba antes, cambió su nombre a J. M. de los Ríos en homenaje al Dr. José Manuel de los Ríos, egresado de nuestra amada UCV. Este galeno, pionero en el área de pediatría en Venezuela, docente brillante y al igual que los médicos actuales, profesional preocupado por la salud de los niños pobres, jamás podría haber imaginado que en el año 2020, especialistas abnegados como él, no tendrían otra opción que ver morir a sus pequeños pacientes… es triste, repito, incluso es perverso, injusto e inmoral, presenciar cómo nuestros niños sufren o se nos mueren por cosas tan absurdas como bacterias que se multiplican por falta de higiene porque no hay desinfectantes con qué limpiar ni quién limpie, el número de camas es insuficiente, los insumos y medicamentos son escasos o no hay, las máquinas están averiadas o sin mantenimiento, los médicos son maltratados y reciben pagos miserables, no hay agua y la electricidad, así como el aire acondicionado, son un lujo y no una necesidad.
En el pasado, y fíjense qué irónico resulta hoy, la misión de este hospital de niños era “atención oportuna y eficaz”, ahora es tan solo un puñado de palabras muertas como el alma en vilo de los padres de esos pequeños quienes esperanzados aún, intentan ingresarlos para salvarles la vida. Pobres nuestros niños pobres, pobres esos padres, pobres nuestros médicos… pobre Venezuela.
Hoy escribí corto, lo hice con dolor, con la conciencia de que no debemos ser espectadores sino protagonistas. Eso implica la responsabilidad de generar ideas, levantar nuestras voces y hacer algo para entre todos cambiar un desenlace que no merecemos. Debemos, por nuestros niños y jóvenes, tener la fuerza y la dignidad de no resignarnos a ser un pobre país, que no puede cuidar a sus pobres niños pobres.
@jortegac15
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