Las conversaciones terapéuticas no solo movilizan la reflexión de los pacientes, también tocan el alma de quien intenta ofrecer ayuda.
Hablando con un paciente sobre su enorme ansiedad por no estar alcanzando su “sueño”, en plena supervivencia migratoria, me hizo pensar nuevamente en esa irresistible falacia de asumir que sin el cumplimiento de determinada meta, la vida está inexorablemente dirigida a la infelicidad, el fracaso o la miseria emocional.
Es incuestionable la existencia de deseos significativos, generadores de intensas motivaciones y de esfuerzos sostenidos para su logro, pero suponer que representan la única manera de encauzar nuestra vida, es confundir “una opción preferida” con la “única opción”.
El tener un hijo, construir una relación de pareja, alcanzar prosperidad, vivir una vida sin enfermedades, ser reconocido o valorado socialmente, tener éxito profesional o residir en un entorno seguro, son anhelos genuinos de las personas; pero asumir que es “insoportable” vivir sin alguno de ellos implica una visión fragmentada y absolutista de la vida. En el común de los casos, esa sensación inicial de “insoportabilidad” ante la ausencia de lo deseado se va haciendo gradualmente relativa, encontrándose otros modos de continuar aferrados a la vida.
Alguien podría argumentar que hay razones por las que vale la pena morir, que hay cosas que no pueden ser toleradas. Aun en estos casos me gusta pensar que son resultado de una alternativa elegida por la persona, más que un desenlace inevitable a consecuencia de falta de opciones.
Es más bello poéticamente morir por lo que queremos, que morir porque no hay remedio.
@psicologiayvida
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