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Milagros Socorro mira, escucha y cuenta

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Por GOLCAR ROJAS

Esta crónica la escribo entre trenes, autobuses, metro. A ratos andando de una parada de bus a una estación de tren, sin ver por dónde camino. Una parte con margaritas entre pecho y espalda que me ponen querendón y zalamero y hacen que el cariño y la admiración por Milagros Socorro aflore sin tapujos. Otras partes, las escribo con sueño, agotado. Tal vez, el lector lo note entre un párrafo y otro.

Son los saltos a los que nos hemos acostumbrado los venezolanos. Tanto los que siguen allá y tienen que correr de la cola de la gasolina a recoger agua, porque empezó a llegar por el grifo luego de varios días de sequía; o a aprovechar que llegó aceite al abasto.

Son los mismos saltos de los que salimos y tenemos que rebuscarnos la vida. Son los brincos del venezolano por el mundo, que no los podemos soslayar, ni al escribir una reseña de la presentación de un libro en Madrid.

La sala de la librería los editores estuvo a tope la noche del martes 18 de febrero. Hubo gente que se quedó fuera del local. Todos queríamos escuchar lo que Milagros Socorro venía a decir desde Dinamarca, donde reside ahora, o por ahora, en la presentación de su libro Un café con el dictador y otros relatos sin ficción, editado por Kalathos España.

La presentación fue cálida, cercana, divertida. Fue una emoción escuchar a Milagros hablar de amigos queridos como El Gusano Luis Brito y de Margarita Arribas. Entrañables y extrañados ambos.

Escucharla hablar, tan zuliana, tan perijanera, tan venezolana, en una librería madrileña, con el ímpetu que la caracteriza, de lo viva que está la creación en Venezuela, de cómo sigue vibrando el quehacer artístico a pesar de la devastación, es un canto de esperanza.

El estilo es una resignación

Milagros mira, Milagros observa, Milagros escucha. Milagros ve y cuenta. Crea historias con las historias que le cuentan, con lo que mira.

Es que Milagros Socorro tiene una prodigiosa capacidad para observar y transformar lo observado en literatura. En relatos, sean con ficción o sin ficción, que ponen al lector en el mismo punto de vista de la narradora. Milagros siempre nos hace una foto contada.

Mucha lluvia ha caído en la Sierra de Perijá, en la frontera occidental de Venezuela con Colombia, desde cuando aquella aprendiz de escritora hablaba de nieve y crisantemos en sus relatos. Muchas hojas y frutos deben haber caído del tamarindo del patio, desde entonces.

Milagros afinó la pluma, aguzó los sentidos, desarrolló un estilo propio. Ese estilo que, según sus palabras, no es más que una resignación:

—En realidad, el estilo es hacer lo que se puede. El estilo es una especie de resignación: Mira, esto es lo que yo puedo hacer. Hay que afeitarse, rebanarse de las grandes aspiraciones y de los vozarrones, y decir esto es lo que yo puedo hacer, este es mi acento. Estas son las cosas que a mí me gustan. Una vez que me resigné, eso es lo que yo he enseñado.

Porque es verdad. Milagros Socorro es escritora, es narradora, es periodista, es «cuentera»; pero es, esencialmente, maestra. Uno lee a Milagros, oye a Milagros, y encuentra que siempre está enseñando algo. Está reproduciendo y sembrando en lectores y escuchas lo que recibió de sus grandes maestros. Y como buena maestra que es, hace parecer fácil y sencillo lo que realmente cuesta trabajo, práctica y ejercicio diarios.

De su estilo, de literatura, de los relatos sin ficción, de historias con ficción, habló Milagros Socorro en la librería los editores, de la madrileña calle Guturbay, durante la presentación de Un café con el dictador y otros relatos sin ficción con Karina Sainz Borgo, autora de la exitosa novela La hija de la española.

Milagros habló con sencillez de su quehacer narrativo y literario, y con esa misma sencillez y convicción, habló de Venezuela:

—Yo siempre he tratado de no dar una idea adulterada de Venezuela. El país está devastado. No voy a venir a decir yo lo contrario, cuando tengo 20 años documentando la devastación y el saqueo. Pero esa no es la única realidad de Venezuela.

En ese punto, de que Venezuela no es solo la devastación de los últimos 20 años, insiste Milagros Socorro. Hace hincapié en que en el arte no hay subdesarrollo y en que no proyectemos una imagen harapienta del país, de un país en el descampado, porque, a su juicio, esa imagen no se corresponde con la realidad.

—Hoy, contra los vientos más bravos, nosotros seguimos siendo parte de la solución. De la solución para el continente, de la solución para el mundo y para los países sumidos en la opresión. Nosotros en este momento tenemos una pulsión de vida que no solamente nos mantiene vivos. En Caracas, no te das abasto para ver todo.

Milagros Socorro mira, escucha y cuenta

Tras la presentación de Un café con el dictador y otros relatos sin ficción cayeron unas margaritas y unas risas con Golcar Rojas, Verónica Jaffe, María Helena Portas, Verónica Gallego, Artemis Nader, Cristian Espinosa, Milagros Socorro y el editor David Alejandro Malavé.

No es Helena de Troya de los tangos

Milagros habla de Venezuela, y como veterana en entrevistas se adelanta a lo que puedan decir. Habla del profuso quehacer que hay en todas las áreas artísticas, en Caracas, para el que no se da abasto, y acota, «Tú dirás, bueno, no es gran mérito, es una capital», e inmediatamente se responde:

—Bueno, sí pero esto es una capital sin energía eléctrica. O sea, nosotros hemos visto obras de teatro iluminadas por teléfonos celulares. Pero se monta, las vemos y sigue habiéndolas…

Milagros asume Venezuela casi como un evangelio. Va de puerta en puerta, recordando que Venezuela no es «la Helena de Troya de los tangos: flaca, fané y descangayada. No. Venezuela sigue siendo Helena de Troya».

—Es decir, en nosotros sigue habiendo una inmensa vitalidad creadora.

Y la Socorro va con su evangelio. Donde halla tres personas juntas, o en actos en salones llenos a tope, como en esa noche madrileña, donde uno vio como el mundo se encogió o Venezuela se agrandó, según se mire, ella viene y continúa predicando:

—Venezuela sigue luchando. El país sigue con una enorme fuerza. No permitamos que Venezuela sea como la mujeres envejecidas de los tangos. Hay una corriente de los tangos que es sobre la mujer envejecida: la rubia Mireya, ¿te acordás hermano?… No, no, no. Venezuela no es como la rubia Mireya. Venezuela está batallando. Y no solo batallando, también está creando.

El eco esperanzador de la Socorro, se quedó en los asistentes como un credo. Yo espero que Un café con el dictador y otros relatos sin ficción halle un camino lleno de lectores y críticas, como se merece el libro y como se merece Milagros Socorro, incansable oidora de historias, que luego plasma en amenas crónicas y relatos.

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