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Salto largo

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Yulimar Rojas con nuevo récord mundial bajo techo y Emilio Lovera curado en salud. Venezuela aplaude de pie. Con esta frase celebré los dos acontecimientos de los cuales me enteré casi simultáneamente, a sabiendas de que se trata –evidentemente– de dos venezolanos que hoy reciben la ovación por sus méritos y sus condiciones personales y profesionales.

Ella, una atleta de alto rendimiento, multimedallista, y él un artista de la escena, un excelente humorista que no hace otra cosa que hacernos reír con su arte, y aleccionarnos con su ejemplo de vida y su disciplinada constancia por hacernos ver un país diferente.

En lo particular, Yulimar Rojas ha demostrado otro talante, luego de haberse pronunciado alguna vez en favor del gobierno por haber recibido una vivienda en su Barcelona natal, en Anzoátegui.

No olvidemos precisar las diferencias entre Estado, gobierno y nación. Cuando el gobierno en condiciones normales (el de hoy muy desprestigiado, incluso señalado de “usurpador”) está encargado del Estado, cualquier aporte, subvención o subsidio lo realiza con dineros del erario, es decir, con dinero público y no del peculio particular de ningún funcionario.

Las clases dominantes conocen el poder del arte, aunque finjan ignorarlo, y las trapisondas para incorporar al artista a su entorno. Igual usan el poder que ostentan para incorporar a escritores, deportistas y a otros tantos que les aplaudan.

No debe olvidarse cuando después de un triunfo alcanzado por la atleta, un locutor de un “canal oficial” intentó insistentemente para que la deportista admitiera o afirmara que su logro se lo debía al jefe aposentado en Miraflores. Hoy la laureada atleta, por dicha, dedica sus premios, galardones y preseas a su país natal: Venezuela.

Los sátrapas saben que un cargo, privilegio o sinecura, puede obrar como agua fría sobre el ímpetu idealista de las intenciones buenas.

En las cortes de los mandones brillan lúgubres payasos capaces de componer poemas y manejar palabras. Y también deportistas dispuestos a cantar loas, tomarse la foto, recibir dádivas, aunque el rendimiento sea recurrentemente nulo. Incluso, preparados para ocupar cargos en la administración y percibir los proventos habidos y por haber.

Vergüenza da el servilismo de aduladores que se venden a la satrapía por un plato de lentejas. Intelectuales, deportistas o artistas de alquiler, dispuestos a recoger la limosna del déspota de turno.

Al artista –y al profesional en general– hay que pagarle; pero cuando se trueca la conciencia y la dignidad por monedas, la vergüenza es propia y ajena.

Se puede ser un gran escritor y un pequeño hombre; un gran escritor y un enano miserable. Se puede ser un revolucionario y tener la pesebrera colmada de pienso para el invierno.

La barbarie –como se sabe– prefiere espejos complacientes, a aquellos de la madrastra que les diga la verdad sobre sus fechorías y fealdades.

Yulimar Rojas no ha sido funcionaria, ergo, no ha manejado fondos públicos. Tampoco se le ha vinculado con altas sumas de dinero halladas en su haber ni en ninguno de sus asistentes ni colaboradores. Hoy la atleta es patrocinada por reconocidas marcas de productos deportivos e integra el equipo de atletismo que auspicia el Barcelona de España. No es poca cosa.

Comparar a la hermosa gacela saltarina de largos y altos saltos con la ex ministra lo que da es grima.

¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista que han criticado haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos.

Hoy apuesto a la unidad de mi país. Si convoca la instancia política que agrupa a los factores de la oposición democrática venezolana, de nuevo andaré sus calles, con mi fe y aperos de compañía ondeando bandera vocearé consignas, no me dolerán mis pasos ni a ella el desgaste en sus aceras, ni mis pies, la misma impronta en mi ciudad.

Conviene recordar la detestable frase: «por eso estamos como estamos». ¡NO!

Estamos así porque en 1998 la mayoría eligió a aquel desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante, que en mala hora sembró esta pesadilla de más de veintiún años, coloreada de un rojo alarmante.

La mayoría que votó, es decir, del padrón electoral que sufragó por el golpista. Ni me fui a la playa ni me quedé dormido. Advertí sobre la desgracia que significaría tal triunfo. El mandón ganó con 59% del 65% de los votos. «Una mínima mayoría», Jorge Olavarría dixit.

Se enamoraron de un golpista que intentó un magnicidio contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Se olvidaron de las dictaduras militares del siglo XIX y las del siglo XX, Cipriano Castro, Gómez, Pérez Jiménez.

De esta trágica pesadilla pintada de intenso dolor; de vicios y corruptelas; de llanto y quizá del daño más grave causado a los venezolanos: la diáspora, debemos dar un salto al estilo Yulimar Rojas, y alcanzar la distancia que nos permita mudarnos a un mejor país, pero en el mismo sitio.

 

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