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La marcha de la locura

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No conozco definición más acertada para describir el transcurso y desarrollo de la historia de la humanidad, y muy en particular la de la América española, que la adelantada por la historiadora norteamericana Barbara Tuchman: The March of Follies, la marcha de la locura¹.

Una lúcida manera de rechazar las teorías deterministas que atribuyen esa marcha a razones geográficas: Toynbee; culturales: Spengler; espirituales: Hegel;  o económico sociales: Marx, para otorgarle a la irracionalidad y a la estupidez la principal responsabilidad en esta concatenación de errores y desafueros con los que el género humano ha rechazado las mejores opciones que se le presentaron de controlar y mantener bajo su poder el transcurso de las acciones que han determinado la historia que llevamos viviendo desde el comienzo de los tiempos históricos.

Tuchman basa su sorprendente tesis en dos casos, para ella emblemáticos de la estupidez: el caballo de Troya y Vietnam. El primero, evidentemente, metafórico; el segundo de una sangrienta y cruel veracidad. En el colmo de su locura, los troyanos no encontraron mejor forma de resolver el enigma de ese gigantesco caballo de madera dejado por los griegos ante sus muros, que arrastrarlo tras sus puertas. Sin siquiera observar las razones de su descomunal peso: un cargamento de asaltantes. La de Vietnam fue la más absurda de las guerras libradas por Estados Unidos, a sabiendas de que saldrían trasquilados.

¿Cómo describir y dónde encontrar las razones del caos, la anarquía, la disolución y la sangría provocados por la acción de Simón Bolívar y veinte años de Guerra a Muerte entre criollos y españoles sino en la absoluta locura e irracionalidad de su comportamiento? ¿Despilfarrar la vida de más de medio millón de venezolanos –sumados por lo bajo los cadáveres de la guerra a muerte con los de la otra guerra civil, la Federal de 1848-1853– para lograr una independencia que el mismo Bolívar, al borde de su muerte en Santa Marta, se vería en la obligación de considerar absurda y absolutamente contraproducente?

Si a pesar de todo y tras siglo y medio de nefastas consecuencias los venezolanos se hicieron a la magna obra de curarse de esa atrocidad voluntarista e irracional enrumbándose por la senda de la libertad y la prosperidad liberal democráticas, la innata tendencia a la insania volvió a devorarlos cayendo en brazos si no de Bolívar –llevaba siglo y medio muerto– por lo menos de su nombre. Primero demolieron dos siglos de historia en su nombre, y para cerrar toda salida a la locura, abrieron el sarcófago con sus restos, los sometieron a los efluvios de fumadores y babalaos cubanos, le lijaron incluso sus huesos para, fumados o bebidos sus polvos, iluminara los pervertidos cerebros de los bolivarianos –encabezados por el loco Chávez– para terminar falsificando su imagen y convertirlo en un Bolívar bolivariano.

Jamás se vivió en América Latina mayor locura que la que ha devastado al más rico de sus países. Muerta la gran historiadora norteamericana ((Nueva York, 30 de enero de 1912- Greenwich, Connecticut, 6 de febrero de 1989) valdría la pena que alguno de sus discípulos escribiera un anexo con el caso venezolano. Un par de páginas serían suficientes para demostrar que la locura de los troyanos fue sobrepasada con creces por quienes se negaron a reconocer que las cortes de Cádiz brindaban un excelente puente de inclusión en una España en vías de liberalizarse y un continente vinculado a Europa era la mejor solución a nuestros problemas coloniales. San Martín y el mismo Bolívar debieron reconocerlo, cuando pensaron en asumir la representación de la corona en la conducción de sus países. Y pidieron el auxilio de Gran Bretaña y la Francia monárquica. Incluso de Estados Unidos. Más pudo la marcha de la locura.

Devorados por esta vorágine de locura no podemos desconocer los nefastos influjos que aún pesan sobre nuestra propia dirigencia. Convocan ahora con un mes de anticipación a otra marcha, mientras se aprestan a participar de otro proceso electoral controlado por la dictadura. Una y otras absolutamente inútiles. Vuelvo a citar al más grande pensador de Occidente, Albert Einstein: “Locura es cometer una y otra vez los mismos errores pensando que se obtendrán resultados distintos”. Y para quien el universo y la estupidez humana eran infinitos, de la infinitud del universo tenía serias dudas. De esta marcha de la locura no tenía ninguna.

(1) Barbara Tuchman, La marcha de la locuraLa sinrazón desde Troya hasta Vietnam. México: Fondo de Cultura Económica, 1984, 368 pp.

@sangarccs

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