Por María Gabriela Mata Carnevali
El 20 de febrero de 2020 murió el doctor Kaldone Nweihed, un nombre para no olvidar, de esos que tienen y hacen historia. Contarla memoria a memoria lo sumió en su estudio los últimos años, hasta que la enfermedad lo venció. Acá relatamos solo algunos pasajes para rendirle merecido homenaje a este digno hijo de la casa que vence las sombras tomados de una entrevista inédita realizada en 2017.
Palestino de origen libanés y venezolano por querencia y devoción desde 1956, Internacionalista de la Universidad Central de Venezuela, graduado Magna Cum Laude, profesor jubilado luego de 32 años de servicios en la Universidad Simón Bolívar y 15 en la educación secundaria, investigador incansable, como dijo le gustaría ser presentado, dejando humildemente a un lado los títulos de Doctor y Embajador de la República, respondió agudamente nuestras inquietudes en una tarde de marzo de 2017 sin olvidar la pasión que siempre lo ha caracterizado, evidenciando una vez más que la edad no la dicta el almanaque sino la voluntad de vivir y la disposición de compartir.
—¿Son sus orígenes sobrepuestos los que lo llevan a interesarse por las Relaciones Internacionales?
—Podría decirse así, sí. Fui internacionalista antes de recibir el diploma. Nací en Jerusalén, cuna de las tres grandes religiones monoteístas, en la época del mandato británico. Allí me hice adolescente. De esa época data mi espíritu de tolerancia y respeto absoluto hacia todos los credos. Mis padres, Ajaj Nweihed, abogado e historiador, y mi madre, Jamal Salim, escritora, ambos libaneses, me abrieron la puerta al mundo a través de una educación librepensadora en varios idiomas, viajes y un ilimitado acceso a los más variados libros. De hecho, vine a Venezuela gracias a un libro que me regaló mi padre por una reseña que despertó mi interés, SIMÓN BOLIVAR: MAN OF GLORY, del norteamericano Thomas Rourke. Y bueno, aquí me quedé. La historia convulsionada del Medio Oriente me hizo emigrar y mi admiración por Bolívar determinó el país de destino. Hubiera podido irme a Brasil o a Estados Unidos donde estaban mis tíos, pero preferí venir a Venezuela. Tuve el apoyo de mi hermana Nora y su esposo, el ingeniero Fuad Haluani, ya establecidos en Puerto la Cruz. Al principio trabajé en muchas cosas distintas, fui encargado de una mueblería en Barcelona, profesor de inglés en liceos de Barcelona, Maracaibo y Caracas; fue solo a los 38 años que entré a la UCV, mi alma mater. Mis compañeros me decían “el abuelo”. Recuerdo, entre otros, a Horacio Arteaga, Jorge Rondón, Francisco Velez, Edmundo González y Joselyn Cohen.
—¿Cómo definiría la ideología de aquellos sus primeros años?
—Algo así como tercermundista. Siempre me interesó la problemática del Tercer Mundo, área que hoy prefiero nombrar como Humania del Sur. Este concepto mío que viera luz en 1984 fue adoptado como título de la revista del Centro de Estudios de África y Asia de la ULA, con el que siempre he mantenido buenas relaciones. Esto le ha dado cierta proyección en la literatura especializada, pero soñamos con el día en el que sea de uso común. Humania es humanidad y como tal designa la expresión cultural, o sea, social, religiosa, económica y política de los humanos; y si le agregamos del Sur, entonces se entiende que hace referencia a aquellos que vivimos en esta parte del planeta, sin que medie ningún tipo de prejuicio.
—Menciona a la UCV, la USB, la ULA, ¿qué significan para usted tantos años de academia?
—También habría que incluir a la Universidad del Zulia a la Universidad de Carabobo y al Instituto de Mejoramiento Profesional (Pedagógico). De todos tengo un recuerdo, con todos establecí lazos institucionales, en todos hice buenos amigos. Al profesor Hernán Lucena del CEAA-ULA, lo conozco desde su época en la UC, cuando la visita de Nelson Mandela a Venezuela.
—La academia para mí significa el poder ser útil, el poder comunicarme con el país a través de la investigación, a través de la publicación de obras y, primordialmente, a través de la cátedra, el contacto diario vivificador con la juventud, que es un contagio muy positivo que mantiene al educador siempre en moción perpetua contra las leyes de la física. Siempre me concebí a mí mismo como un instrumento al servicio de la comunicación y la transmisión de conocimiento.
—¿Cómo se da y qué valor le adjudica a su salto a la vida pública?
—La verdad es que nunca hubo un salto propiamente ya que durante mis años en la dirección del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la USB (IEAL) tuve contactos con la diplomacia; y es que este instituto fue creado en 1975 con el fin de servir como el buzón de correos de nuestra universidad hacia el mundo político, pues el rector de la época, el muy conocido filósofo Ernesto Maíz Vallenilla, concebía la universidad como un ente que debía interactuar con la comunidad y contribuir en la búsqueda de soluciones a los problemas del país.
—Uno de los primeros asuntos que me tocó atender fue la delimitación pendiente de áreas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela; me dediqué a ello algunos años, luego pasé a otros temas: el derecho del mar en general, los problemas fronterizos terrestres… y así fueron surgiendo nuevas áreas de investigación en la medida en que las circunstancias lo demandaban. Cuando se crea el Bolivarium, ese instituto tan especial que se encarga del estudio sistemático de los documentos de Bolívar, me incliné por Bolívar desde la perspectiva de los países en desarrollo y escribí Bolívar y el Tercer Mundo, obra galardonada con el Premio Municipal de Literatura (Mención Investigación Social) 1984, que tiene una reedición por la Universidad de los Andes. Las cosas, como ves, se dan en cadena; una lleva a la otra. Así, casi sin darme cuenta, llegué como investigador a la Cancillería y un poco después a la presidencia de la Comisión Presidencial de Integración y Asuntos Fronterizos (COPIAF).
—¿Y cuál es su balance de este período?
—Hubo altos y bajos. Un profesor universitario debe ser objetivo, y ser objetivo es decir la verdad, y las verdades a veces laceran a los gobiernos sensibles; entonces uno llega a la encrucijada de ser un funcionario más, lo cual le resta a uno valor como investigador universitario, o asumir con valentía su posición de librepensador y arriesgarse a tener discusiones y peleas con los gobiernos, como yo los he tenido.
—¿Qué significó para el doctor Kaldone ser nombrado embajador en 2003 durante el gobierno del presidente Chávez?
—Bueno, si omitimos el país de destino estaríamos admitiendo un fuerte tinte político a la pregunta y por ende a la respuesta esperada. La pregunta así, la interpretaría como ¿por qué acepta un intelectual el cargo de embajador que es un cargo político, en circunstancias difíciles para el país, como es esta dicotomía ideológica y en una situación que no se puede calificar de normal o de las más propicias para llevar adelante una diplomacia normal? Pero yo quisiera reformular la pregunta en el sentido de agregarle el nombre del país: Turquía.
—Muy bien, ¿qué significó para el doctor Kaldone ser nombrado embajador de Venezuela en Turquía durante el gobierno del presidente Chávez?
—Como bien lo saben aquellos que me conocen, dediqué mucho años a investigar la vida y obra de un general tachirense universal: Rafael Nogales Méndez, el cual estuvo en Turquía, en la época del imperio otomano, durante la primera guerra mundial, escribiendo su famosa obra: Cuatro años bajo la Media Luna. Después que Nogales termina su misión colapsa el imperio dando paso a una nueva república, la república turca, la cual en un principio simplemente archiva los papeles del imperio, los mete en un baúl, lo cierra e introduce una serie de reformas pro occidentales que cambian la faz del país. Y es sólo recientemente, ochenta años más tarde, cuando se han vuelto a abrir estos archivos lo cual me brindaba la valiosa oportunidad de ver que hizo en Turquía este célebre coterráneo universal. Tenía entre ceja y ceja sacarlo del olvido relativo e injusto en el que se disolvía su hazaña.
—Es decir que para el doctor Kaldone el destino Turquía implicaba un interés académico…
—Exacto. Además, habría que mencionar en este mismo sentido mi intención de traducir al turco el capítulo concerniente al imperio otomano de COLOMBEIA, las memorias de Miranda. Miranda estuvo en Turquía de julio a septiembre de 1786 y deja casi 100 páginas con sus impresiones de la gente, los bazares, los precios de las cosas, las iglesias, el trato de los oficiales, el clima, las misiones diplomáticas en Estambul para la fecha y, bueno, los turcos no tenían idea de que esto existía, pues para entonces Venezuela formaba parte del imperio español. Nos correspondió a nosotros hacer público que entre los muchos cronistas y viajeros que visitaron el Imperio estuvo un venezolano, y que ese venezolano fue nada menos que Miranda.
—Por si esto fuera poco, entre Venezuela y Turquía existe un nexo jurídico muy especial como es nuestra posición común frente al Derecho del Mar. No olvidemos que en el año 1982, cuando se firma la convención en Jamaica, se abstienen cuatro estados, dos por razones políticas (Estados Unidos e Israel), y dos por razones de delimitación marítima (Venezuela y Turquía). Ambos rechazamos la fórmula que en esta convención ha quedado como norma jurídica para resolver las delimitaciones pendientes de áreas marinas y submarinas. Y esto abre un espacio de cooperación en una disciplina a la cual este servidor había dedicado gran parte de su vida.
—¿Contento del resultado de su misión?
Llegados a este punto, el doctor Kaldone se apoltrona en su silla y nos regala una amplia sonrisa antes de responder:
—Apartando el trabajo de rutina, editamos los 2 libros que teníamos en mente: Uno sobre Nogales Méndez en inglés y en turco: The World of Venezuelan Nogales Bey / Venezuelali Nogales Bey’ in Dunyasi– y el mencionado capítulo de COLOMBEIA en turco; ambos los presentamos ante el cuerpo diplomático allá y tuvieron muy buena acogida. Además, dejamos una estatua de Bolívar en un céntrico parque de Ankara y nos las arreglamos para, con el mismo presupuesto, hacer también un busto de Miranda.
—Tanta admiración y entrega por la figura de Nogales se comprende mejor al leer el capítulo I de Reencuentro con Nogales, edición de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses (BATT, 2012), donde el Dr. Kaldone se pasea por las mágicas coincidencias que unen su vida a la de este criollo universal, venezolano y otomano. La Magia del Renacer lo titula y en sus páginas leemos algo de nostalgia.
—Sin embargo, renunció…
—Sí, en 2007. Aduje razones de salud, pero, además, la verdad es que no estuve de acuerdo ni con el cierre de RCTV, ni con el referéndum constitucional convocado con el objeto de modificar 69 artículos de la Constitución de 1999, entre los cuales estaba el de conformar a Venezuela como Estado socialista. Como hombre de ciencias soy racional, pero no puedo evitar cierto sentimentalismo y yo amaba a RCTV. Hay amores de amores ¡Qué le vamos a hacer! Cuando el entonces canciller Nicolás Maduro me mandó a llamar a Caracas junto a otros embajadores de África y Asia para explicarnos por qué se cerró RCTV, supe que hasta allí había llegado mi paso por el Servicio Exterior. Luego con lo del referéndum me di cuenta que había tomado la decisión correcta. No dije nada porque no era mi intención hacer o que se hiciera política con eso. Me limité a seguir escribiendo sobre Asia en el diario VEA y en 2015 publicamos un libro sobre Asia Central, titulado así, Asia Central: De la estepa y el caballo al oleoducto y el rascacielos con el apoyo del CEAA-ULA.
—A propósito del CEAA-ULA, recuerdo haberlo escuchado decir en una conferencia sobre la política exterior de la V República organizada en espacios ulandinos justo antes de su viaje a Ankara: “Chávez es lo que es por la internalización del mensaje bolivariano. Mientras Bolívar sea el norte, no habrá falla posible” ¿Qué pasó? ¿Traicionó Chávez a Bolívar con el llamado socialismo del siglo XXI?
—El presidente Chávez me llamó porque había leído mi libro Bolívar y el Tercer Mundo en Yare; el mismo Arias Cárdenas me lo presentó en 1994 en Maracaibo y yo acudí a su llamado porque lo creí bolivariano. Creo le gustó porque, voluntariamente, me escribió la presentación a la segunda edición.
En este punto no pudo evitar una sonrisa pícara.
—En fin, me sumé al equipo inicial de gobierno porque pensé que el ideal bolivariano favorecería a todo el país. Nunca vislumbré la deriva socialista ni la marcada división de nuestra sociedad. Chávez recibió un país unido y ahora los odios clasistas nos lo han partido en dos. Eso me hace hervir la sangre. Nada más alejado del ideal de Bolívar, quien dio su vida por la unión nacional y latinoamericana.
—¿Cuál es su balance a la fecha de la política exterior “revolucionaria” ?
—Yo no creo que esto sea una revolución. Y, por cierto, la palabra revolución no está en la Constitución de 1999.
—¿Se avanzó en el objetivo de promover un mundo multipolar? ¿Ganó o perdió la integración latinoamericana? ¿Hay verdadera diplomacia de los pueblos?
—No. El gobierno ha sabido maniobrar para mantenerse en el poder gracias a los petrodólares que compran voluntades a nivel regional, pero no ha contribuido verdaderamente a la construcción de un mundo multipolar, un objetivo que sobrepasa sus capacidades. Con la salida de Venezuela de la CAN y la división ideológica de América Latina tampoco se contribuyó al ideal bolivariano de la integración. En cuanto a la diplomacia de los pueblos, particularmente opino que eso es un contrasentido. El juego diplomático está reservado para los gobiernos. El que los pueblos organizados cuenten cada día más en las RRII es otra cosa.
—¿Cómo le gustaría ser recordado?
—Como un hombre justo. Un hombre que nunca discriminó a nadie por el género, color de la piel, edad, credo religioso, posición política o rango social.
—Sin duda. ¿Un mensaje para nuestros estudiantes?
—Que no pierdan la esperanza. Parafraseando a Bolívar diría: “Yo espero mucho del tiempo; su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados, y los prodigios futuros deben ser muy superiores a los pretéritos”. Eso sí, hay que defender la institucionalidad (léase la democracia).
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