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El abismo entre política, diplomacia y carencias

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Diplomáticos, profesionales de carrera y designados por jefes de Estado -no siempre expertos sino personalidades vinculadas a intereses del mandante, como sucede con muchos de los nombrados por el interinato de Juan Guaidó y políticos que lo flanquean- son importantes, necesarios, pero tienen sus propios tiempos y estilos.

Debaten, se reúnen, dialogan, escuchan, responden, plantean temas y anotan contratemas, evalúan argumentos que constantemente consultan a sus respectivos gobiernos. Por eso nunca son rápidos, llegando -no siempre- a conclusiones y acuerdos eficientes, las menos de las veces, son más las ocasiones cuando se equivocan, tomados por inocentes, envueltos y atenazados por enredaderas de astutos habilidosos, sagaces, cínicos, avispados, o todas las anteriores.

Hay demasiados casos emblemáticos. El reciente acuerdo en La Habana entre enviados del presidente Juan Manuel Santos que empezó él mismo por engañar a los colombianos haciéndoles creer que el suyo sería un mandato prolongación del de Álvaro Uribe cuando, en realidad, fue todo lo contrario. Soporíferas discusiones entre plenipotenciarios de Santos, enviados por los narco-guerrilleros de las FARC -delegados rebeldes que ni siquiera tenían el respaldo de todos los facciosos-, como se ha comprobado ahora con una guerrilla conocida como “disidentes de las FARC”, y los representantes poco confiables del castrismo cubano y chavistas defensores de las mafias narcoguerrillas.

Como aquella larguísima, tediosa discusión que consiguió una paralización de la guerra para dejar a Corea dividida en dos países y la beligerancia en suspenso. O quizás los diálogos diplomáticos que, tras baños de sangre, billones de dólares en bombardeos, equipos militares, quebró y mutiló a una generación estadounidense, dejaron a Vietnam como empezó, una rebelión independentista con el liderazgo de Ho Chi Min que, para suerte de ese país a diferencia del asesino de Cambodia y los jemeres rojos, los hermanos Castro, Chávez, Maduro, sus bandidos e inútiles, resultó ser un líder competente y eficaz.

Pero mientras sus excelencias viajan cómodos, placenteros, con gastos pagos y hospedaje en buenos hoteles o residencias que no cancelan con sus propios recursos, se encierran en largas reuniones aburridas, sin riesgos en las cuales nada o muy poco pueden resolver por sí mismos sin preguntar a sus mandantes cancillerías.

Los pueblos son tolerantes, aguantan con paciencia y angustia, como en esta Venezuela que se debate entre la torpeza, corrupción castro-madurista, lentitud y experimentos de un sector opositor con mucho empeño pero sin poder real, tercamente negada a solicitar ayuda, una ciudadanía atiborrada de hambre, enfermedades, atención médica sin insumos ni medicamentos, transporte público cada día más costoso y menos eficaz, inseguridad desbordada, aumentos de precios que hacen inútiles y hasta insultantes ajustes salariales, arbitrariedades y abusos policiales, militares y políticos politiqueros vendidos, cómplices traidores sufragados por el régimen; fallas constantes de los servicios públicos, carencias de todo tipo, calles rotas, vigilancia soez de escuchas y delatores de la tiranía, arrestos injustos y sin explicaciones por jactanciosos baladrones enmascarados, torturas y abandono cuando caen en prisión por cualquier causa, sean delitos reales, caprichos o suspicacias.

Ese es el problema real, urgente, inmediato, que para los excelentísimos diplomáticos es cosa de frases y argumentos, calificativos antes ir a cenar o almorzar, después de un generoso y nutritivo desayuno que les den fuerzas para prolongados y difusos debates en un ambiente confortable, protegido y acogedor.

Para los venezolanos en el país, y los que han acogido a millones de migrantes en busca de esperanzas manejables, la realidad es la de miseria, desgracia, infelicidad, injusticia a las cuales despiertan cada mañana y con las cuales se acuestan cada noche.

“Hechos y no palabras”, dice el viejo refrán. En esta Venezuela destrozada por la verborrea, falta de piedad e inmisericordia del comunismo castro-madurismo populista, socialista, y prometedor sin ínfulas de cumplimientos, habría que decir “comida, tranquilidad y oportunidades, no palabras”.

Excelsitudes y señorías diplomáticas, políticas y honorables politiqueros, ustedes son minorías, ya nadie les cree, apártense son un estorbo; los hambrientos abandonados son la inmensa mayoría en este país devastado y estafado durante los últimos veinte años.

@ArmandoMartini

 

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