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For Sama fue nominado en la categoría de documental pero no obtuvo el premio de la Academia. El Oscar prefirió consagrar el largometraje American Factory, producido por el matrimonio Obama en un filme sobre las tensas relaciones entre la industria norteamericana y la invasión del capital chino, por medio de una fábrica de diseño de vidrios.

Por supuesto, el mensaje de la segunda pieza se consagra en la temporada, por la preocupación ante la influencia del comunismo en el cinturón de las empresas occidentales. Naturalmente, el tema resulta vigente en la era del coronavirus y de nuestra propia alarma por la explotación asiática de los recursos del Arco Minero.

Pero For Sama, desde mi punto de vista, debió ser la ganadora el pasado domingo en la vitrina de las estatuillas, las estrellas y las agendas del momento. Específicamente, la considero la mejor película de no ficción de 2020, porque su relato nos interpreta a la distancia como venezolanos al asedio de la invasión rusa.

La cinta cuenta la historia de una insigne periodista que acaba de dar a luz en Alepo, tras intentar establecer un espacio de autonomía rebelde al margen del régimen del tirano Bashar al-Assad, un carnicero sin contemplaciones y conmiseraciones; campeón internacional en la división de los violadores de derechos humanos que ampara y apertrecha el cínico de Vladimir Putin.

El trabajo audiovisual va un paso más allá de lo denunciado en El último hombre de Alepo.

La aguerrida reportera Waad Al-Kateab decide romper el cerco de la censura, grabando la tragedia que supone sobrevivir en un terreno masacrado y bombardeado a diario, en un no lugar olvidado por la comunidad del gobierno mundial de los expertos, de los demagogos que solo son eficaces para reunirse, dialogar, negociar y sentarse, antes que para proponer soluciones a los casos que ameritan una respuesta inmediata.

Así ocurre en Damasco y Caracas, mientras los ciudadanos huyen despavoridos por la frontera, prefiriendo correr riesgos y peligros como caminantes y refugiados.

For Sama muestra el fracaso de las Naciones Unidas para conseguir una salida al laboratorio del horror, al Guernica 24 por 7, al holocausto que sufren las pobres víctimas del fascismo pornográfico de Siria.

No hay fake news u operaciones de falsa bandera. Es la cruda realidad que se expresa en la destrucción masiva de hospitales, de edificios llenos de civiles, de personas inocentes.

Sobre todo los niños protagonizan el peor drama de una obvia operación de arrase, de limpieza étnica en la tradición de la falta de piedad para Sarajevo.

Los chicos reciben racimos de pólvora y fuegos de mortero, a discreción, delante de una cámara urgente que cumple con observar y acompañar a unos seres completamente desprotegidos. Sus padres trabajan por liberar al país, por atender emergencias, por llevar el pan a la mesa, por brindar consuelo y una lección de resistencia.

Lamentablemente, la soberbia del poder no cree en democracia o en justicia.

For Sama evidencia cuál es la estrategia que tiene Rusia y Siria para los disidentes. Dos socios de Maduro, no por casualidad. El objetivo es convertir a Alepo en una ruina, a fin de reinar sobre sus cenizas.

A la Venezuela de oposición desean condenarla al mismo destino, al mismo futuro que alcanzó a Waad Al-Kateab. Menos mal que ella ha estado allí para documentar la catástrofe, sirviendo de ejemplo de búsqueda de emancipación, a pesar de la adversidad. Su consuelo es haber gestado criaturas que claman por nuestra atención, consideración y difusión. Hablamos de sus hijos y de su documental, el cual requiere difundirse y discutirse, para evitar que se perpetúe el desenlace que imponen y decretan los villanos.

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