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XI frente a su secretismo

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A inicios de esta semana millones de chinos se disponían a regresar a sus trabajos. Sus rostros reflejaban desconcierto, temor, rabia también. Ninguno dejaba traslucir tranquilidad. Algo ha estado fallando dentro de una sociedad controlada hasta en los más nimios detalles de la vida cotidiana; pero, de alguna manera, en la cúpula del partido no pudo preverse que el país entero se detendría en seco. Ya llevan tres semanas en medio del marasmo.

La normalidad volverá a ser la regla cuando hayan cesado las medidas de emergencia. Mientras tanto, más de 8 millones de viajeros que salieron de sus hogares en la capital para pasar las vacaciones del Año Nuevo lunar junto a los suyos continúan sin poder retornar a sus hogares ni a sus puestos de trabajo.

Crece en todas partes el sentimiento de que así como el gobierno se preocupa de repartir el bienestar –aunque algunos aseguran que las mascarillas sanitarias de los altos jerarcas, no se parecen en calidad a las del pueblo raso–, en ningún lugar del planeta son más conscientes que en China de que la desventura tocará por igual en cada puerta y la desgracia económica se contabilizará por cada ciudadano del común. Lo que no saben es cuánto ni de qué tamaño será el retroceso individual cuando el país de nuevo pueda arrancar sus motores.

Ocurre que para esta hora ya es posible medir el impacto dentro del país de esta crisis a través de las cámaras de industria y de comercio de terceros países que actúan dentro de la geografía china. Sin embargo, la regla gubernamental sigue siendo la del secretismo total. No obstante ello, las redes digitales, aunque controladas de la manera más férrea, transmiten y posiblemente agrandan los eventos nacionales que tienen que ver con el avance de la contaminación. Abundan los casos de sanciones severas, además de injustas para quienes han cometido el delito de informar.

Ya no es un secreto en China que de los 14 millones de habitantes de Wuhan, la ciudad donde aparecieron los primeros casos de coronavirus, 5 millones ya habían dejado la localidad para el momento en el que el gobierno formalmente anunció la cuarentena, el 23 de enero. Un artículo rubricado por Xiao Qiang en la publicación Project Syndicate devela cómo es que la cúpula que gobierna al gigante, a pesar de haber actuado diligentemente en contener la contaminación noticiosa, ha perdido el control de su propia “controlocracia”.

Es que se ha vuelto imperativo que sea el propio Xi Jinping quien pague los platos rotos de esta catástrofe, que en lo político es mucho más china que mundial. Conscientes de ello y de la necesidad de poner una barrera a la degradación de la imagen del mandatario, han echado mano de las nuevas tecnologías, controlando los flujos de datos a través de todos los mecanismos que pone al alcance la inteligencia artificial, incluyendo sofisticados algoritmos de reconocimiento de voz. Solo que en la medida en que se fortalece el cerco informativo oficial y se refuerzan los elementos de dosificación de la información, la desesperación y el disgusto del hombre de a pie crece.

Es así como, de la nada, el médico que falleció contaminado por el coronavisrus se convirtió en el héroe de todos aquellos que llevan una herramienta de comunicación en el bolsillo. Li Wenliang fue de los primeros ciudadanos en alertar a sus compatriotas y en abogar por transparencia y apertura en relación con el virus que comenzaba a crecer exponencialmente.

 

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