Los males del populismo están esparcidos por todos los continentes. Ya no se puede localizar su epicentro en países latinoamericanos, donde décadas atrás las espadas militaristas se imponían, dando paso en algunos casos a los caudillos que propugnaban esa perversa manera de entronizarse en el poder.
Si algo ha quedado reconfirmado en esta nueva gira internacional de Juan Guaidó es que Venezuela es víctima de esa anacrónica receta que encubren con los empaques de «revoluciones o procesos inspirados en el socialismo».
Son una secta entrenada para las más descaradas simulaciones. Expertos en aparentar ser respetuosos de las reglas del juego, de las que se valen sinuosamente para alcanzar el poder, ya no por las vías de las fracasadas guerrillas alentadas por Fidel Castro, como lo intentó hacer en los comienzos de los años sesenta en mi país. Esos métodos fueron dejados de lado para ensayar el mecanismo de la participación electoral, cabalgando en los lomos de la democracia que les abre sus cauces, desde donde navegan hasta llegar a puerto seguro.
Luego, estos populistas disfrazados de salvadores arponean con mucha precisión esa misma democracia, hiriéndola de muerte, para así comenzar a darse la Constitución que más les convenga. Al mismo tiempo, redactan y promulgan, irregularmente, una hilera de leyes acomodadas a sus ideas deleznables para apoderarse de las instituciones de un Estado que debilitan, dejándolo sin base jurídica, sin separación de poderes; con un aparataje manipulado por los jerarcas comprometidos con la dictadura, que comenzará a establecerse para que el caudillo, suerte de falso mesías, sea la deidad de un pueblo al que le cantarán estribillos edulcorados que le resultarán atractivos al principio, pero luego de unos años experimentarán las amarguras que arrastra en sus entrañas semejante esperpento populista.
Al momento que escribo estas líneas, Juan Guaidó finaliza un exitoso recorrido por Europa y América, dejando claramente caracterizado el régimen encabezado por el dictador Maduro.
Es una “corporación criminal”, ha sostenido Guaidó en argumentos sólidos. No solo pedimos apoyo para superar esta desgracia incubada en ese maléfico proyecto populista, sino que presentamos nuestro patético caso como un espejo en que deben mirarse los líderes políticos y los pueblos de las naciones visitadas.
Que tengan clara la advertencia esos países, incluso aquellos que disfrutan de democracias estables que han generado progreso para sus ciudadanos, porque «el diablo anda suelto» y se aprovecha de las debilidades de los gobiernos de turno, fomentando diferencias que dejan heridas para luego beber del desangramiento de instituciones nobles que socavan para treparse sobre las ruinas de la democracia.
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