Un desastre epidemiológico de enorme envergadura es lo que tiene que enfrentar el coloso asiático y segunda potencia económica mundial. El mundo está tan atiborrado de cifras que no tiene sentido abundar en ellas, porque simplemente no estamos en capacidad de interpretarlas con justeza ni imaginar la consecuencia que tienen para la humanidad.
El periodismo global está siendo sometido a una prueba de fuego. ¿Cuánto informar sobre la evolución del coronavirus sin generar ansiedad o pánico contagioso, o cuánto es lo correcto esconder so pena de pecar de irresponsabilidad ante la humanidad? En las redacciones de los periódicos y noticieros el tema se plantea con inquietud en cuanto al tono, la frecuencia y al contenido de lo que se difunde.
Los observadores de estos hechos, sin embargo, están en todas partes: en los medios periodísticos, científicos, sanitarios o gubernamentales, se intuye que apenas se conoce una parte pequeña de la historia que está en el trasfondo de esta mayúscula crisis. Y esto es un importante componente del problema.
Todo parte quizá de esa condición de parquedad en la comunicación que es intrínseca a la cultura china o a una muy deliberada actitud de sus gobernantes, un secretismo que resulta difícil de dosificar en casos de tanto impacto como este.
El caso es que el episodio está amenazando a China en terrenos que resultaban inimaginables. No son solo los 50 millones de habitantes de Hubei que han sido aislados del planeta. Es mucho más que eso.
Comienzan a producirse brotes racistas en muchas ciudades hasta a nivel de las escuelas primarias de terceros países. Una especie de “chinofobia” ha comenzado a coger cuerpo en muchos lugares en donde no se ha entendido o no se ha divulgado suficientemente la manera en que las autoridades chinas han priorizado la salud de los suyos y la planetaria frente a cualquier otro efecto pernicioso que este episodio pueda comportar para la gran potencia.
No es que no les quite el sueño la descolgada que han sufrido sus indicadores bursátiles, o la manera en que la paralización parcial de su economía y de su consumo interno provocará un nefasto efecto en sus socios comerciales de otras latitudes. Pero es bueno tener presente que han sido ellos los primeros en alertar a la OMS con detalles no conocidos por la gran audiencia acerca de la posibilidad de anunciar una emergencia mundial.
No cabe duda de que la información pública ha sido deliberadamente dosificada desde el origen de la crisis por parte de las fuentes chinas. No les cabe otra cosa a sus autoridades que continuar siendo prudentes en la divulgación mientras se siguen esmerando en la contención del daño.
Lo que también ha sido evidente es la decisión de Pekín de atajar al virus con la mayor rapidez sin detenerse en el cálculo de los costos. Y lo que nadie puede asegurar es que las autoridades sanitarias del gigante de Asia hayan escondido información útil a su administración central y que esta la haya soslayado frente a otros gobiernos. La colaboración ha sido extrema por fuera de sus fronteras para provocar una toma de decisiones adecuadas al tenor del problema y ello fue puesto en marcha a escala planetaria desde la primera semana de la expansión del virus.
La realidad, amigos lectores, es que no se reacciona adecuadamente cuando se yergue un dedo acusador en contra de esa China que batalla sin descanso desde su trinchera.
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