El hambre crece todos los días en Venezuela, a tanta velocidad que devora las estadísticas. Según Naciones Unidas, al menos 6,8 millones de personas pasan hambre hoy en el país que fue el más rico de la región. Así lo han constatado este mes cinco agencias de la ONU, calculando que el hambre se ha multiplicado casi por cuatro desde la llegada de Nicolás Maduro al poder.
La aritmética es como un martillo: desde el 6,2% que pasaba hambre durante el periodo 2012-2014 hasta el 21,2% de barrigas vacías entre 2016 y 2018. Y lo que falta por venir, que ya ha provocado la fuga de más de cinco millones de personas, desparramadas en su mayoría por Sudamérica, EE.UU. y España. Una realidad que escuece tanto que la obesa propaganda bolivariana trata de esconder o mitigar sin mayor rubor. «Quién dice que no hay comida en Venezuela. Disfrutando de un delicioso desayuno criollo en Caracas», escribió el sandinista Luis Torr en sus redes, junto a la fotografía de un plato de arepitas con carne mechada, huevos, queso y plátano frito. «A pesar de que se les dice que no hay comida en Venezuela, los restaurantes locales de clase trabajadora parecen desafiar esta narrativa», profundizó la antiimperialista estadounidense Aminta antes de zamparse un plato de carne con aguacate y tomates.
Buena parte de los 800 invitados de la revolución al Foro de San Pablo, que se celebra en Venezuela, quisieron apoyar a Maduro con las imágenes de sus opíparas comidas, que junto a sus viajes, desplazamientos y seguridad han costado al país 200 millones de dólares, según la oposición. Unas estampas que son reales pero que no describen la realidad. O al menos una parte mínima de esa realidad: ambos platos costaron alrededor de 80.000 bolívares fuertes (10 dólares), lo que significa al menos dos salarios mínimos mensuales (40.000 bolívares). Un precio inalcanzable para la mayoría del país.
«Además de la hiperinflación y la contracción de la economía, las políticas económicas y sociales adoptadas durante la última década han debilitado los sistemas de producción y distribución de alimentos, aumentando la cantidad de personas que dependen de programas de asistencia alimentaria», constató Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU y expresidenta socialista de Chile, en su informe sobre derechos humanos en Venezuela. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), 3,7 millones de venezolanos se encuentran en estado de desnutrición, que afecta sobre todo a niños y mujeres. Bachelet destacó precisamente a las mujeres como un grupo de riesgo, «quienes se ven obligadas a dedicar un promedio de 10 horas al día a hacer filas para obtener comida» y que además «en algunos casos se vieron forzadas a intercambiar comida por sexo».
Las comparaciones son inevitables, incluso para la FAO: solo países afectados por conflictos, como Yemen y Siria, registraron una tasa de prevalencia de subalimentación del 27%, solo 5,8% por encima de Venezuela, el país con mayores reservas de petróleo del planeta, las mayores de oro de la región y segundas de gas. Y si a los incrédulos turistas de la revolución no les bastan todos estos datos, también pueden dar una vuelta por el interior del país para comprobar que el hambre y la desnutrición son hoy su peor receta gastronómica y también su peor dieta: el 67% de los venezolanos adelgazaron 11 kilos solo durante 2017.
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