Por BEATRIZ DE MAJO
Escribir es la mejor manera
de proyectarse.
Y también es la más exigente manera
de comprometerse.
Abrazar la tarea de escribir artículos de opinión con regularidad en un periódico de alta circulación y orientador de tendencias como El Nacional, equivale a desvestirse frente a los lectores cada vez que se plasma en letras un análisis, un recuento, un pensamiento, una acusación, un temor o una esperanza. Para ello hace falta constancia de propósito, tenacidad de investigador, conocimiento sobre las interioridades y los vaivenes del tema que se selecciona, inteligencia para interpretar hechos y tendencias, pero, sobre todo, es menester ser valiente.
En los tiempos que se circunscriben a los años en que Leopoldo López Gil fue colaborador editorial de El Nacional, una especial fortaleza de personalidad, entereza en las ideas y arrojo eran, además, imprescindible. Fueron los años en que Venezuela fue perdiendo el camino de las libertades. Ser espectador del destrozo de un país y, al propio tiempo, disponer de una tribuna en el medio más leído por la Venezuela pensante era un privilegio, sin duda, pero era igualmente un reto imposible de ser asumido sin costo.
La lectura de los diferentes artículos que llevan la rúbrica de Leopoldo y que son recogidos en este libro, muestran, del modo más diáfano, la manera en que el autor fue percibiendo cronológicamente el deterioro de los valores, el equivocado manejo de la administración del país la interpretación tendenciosa de su historia, la manipulación de las realidades y el secuestro de las libertades. En medio del deterioro creciente y generalizado, cada vez que este compatriota tomó la pluma para expresar sus visiones a lo largo de las dos pasadas décadas lo hizo desde lo más profundo de su convicción de lo necesario que resultaba cambiar el rumbo de muchas cosas.
Para Leo, la tarea de señalar los entuertos y proponer las soluciones, la de tratar temas espinosos y manifestar sus reservas, resultó más ardua y penosa que para otros colaboradores de opinión del periódico El Nacional y de otros respetados articulistas del país. Lo fue por su cercanía familiar con los hechos políticos que se iban sucediendo en las esferas gubernamentales. Cuando se acentuó la censura oficial a la prensa libre, adversar al régimen en cualquiera de los temas en los que López se manifestaba en sus análisis y notas de opinión, no solo conllevaba el riesgo de retaliaciones personales. Entrañaba amenazas y agresiones en contra de sus seres queridos más cercanos.
Su hijo Leopoldo López Mendoza, reconocido líder de la oposición, se convirtió en un objetivo para el régimen, con las consecuencias que ya conocemos: injustas y falaces acusaciones lo convirtieron en un preso político desde el año 2014. Aún hoy se encuentra recluido en la Embajada de España en Caracas sin poder hacer uso de sus derechos y perseguido sin piedad por el gobierno usurpador.
Las retaliaciones en contra del propio Leopoldo, el padre, no tardaron en llegar tampoco. Desde el año 2015 tuvo que convertirse en exiliado cuando fue objeto de una acusación penal en su contra de parte de uno de los hombres más fuertes y atrabiliarios del régimen usurpador junto con otros periodistas de El Nacional y otros medios.
Pocas semanas antes de su destierro forzado por la dictadura, Leopoldo había escrito en su columna de opinión:
Estamos aborregados. Nos hemos convertido en multitud irracional, que con la tabla rasa del autoritarismo hace a un pueblo ciego y sometido, generando en sus consecuencias una terrible cadena que comienza con la escasez y produce abundancia. Abundancia de problemas económicos, sociales y de salud pública que surgen de ineficientes y miserables políticas equivocadas, que hasta el mismo socialismo ha sepultado.
Nunca el silencio fue un refugio para Leopoldo, ni ante la persecución a su hijo, ni ante las amenazas a su esposa Antonieta, ni ante su propio asedio, ni ante la censura que el Gobierno de Nicolás Maduro quiso imponer a El Nacional y que redundó en la imposibilidad de importar papel para su edición impresa y una demanda civil pecuniaria de mucho calibre para sus accionistas.
Hoy puedo dar fe de que la honestidad intelectual de Leopoldo no tiene límites. Aun en los peores momentos de la agresión gubernamental a los medios y a sus articulistas de opinión, sus convicciones políticas fueron vertidas en sus escritos y su pensamiento contribuyó siempre a guiar a la oposición en la lucha a favor del retorno a la democracia.
Este compendio de sus artículos es una muestra de lo que Leopoldo está dejando como legado a sus compatriotas. Parte de esta compilación incluye la etapa de su vida en la que aún se encontraba en el país. Mi contacto con él y con su familia ha sido muy estrecho desde los años en que nos sentábamos juntos en el Consejo Editorial de El Nacional y de lo cual hace más de veinticinco años. Más recientemente, me ha tocado vivir muy de cerca y compartir las amarguras del destierro en esta tierra española que nos acogió con los brazos abiertos y con una generosidad inusitada.
Hoy sé, con inequívoca certeza, de cuál material está hecho este hombre y puedo aquilatar la influencia que ejercerá sobre las generaciones que nos sobrevivirán. Leopoldo abordó su carrera como articulista armado de una formación muy universal, de experiencias globales de toda índole que comenzaron desde que le tocó, muy joven, formarse fuera del país. Ello le dejó, desde una edad temprana, un bagaje de conocimientos sobre el comportamiento y los valores de otras culturas.
Más adelante, ello le debe haber sido muy útil cuando estuvo al frente del programa de formación profesional y técnico más vasto que haya conocido nuestro país: el Programa Mariscal de Ayacucho. A la cabeza de esta institución consiguió ser un adalid de modernización del país a través de la recuperación del mejor talento y su formación en las más prestigiosas universidades y casas de estudio del planeta. El retorno a Venezuela de los miles de becarios del Programa contribuyó a hacer más consistente, eficiente y productivo nuestro tejido social.
Esos años en función pública lo pusieron en contacto, igualmente, y se nutrió con avidez de la interacción con muy destacados líderes de la formación educativa en los mejores centros de enseñanza del orbe. Quizá de ellos extrajo en parte sus vastos conocimientos para expresarse en materias muy variadas y en muchos tópicos de interés, unido ello a su inclinación a sembrarse en otros, en formar a la ciudadanía, en compartir sus aprendizajes.
Muy valioso en su pensamiento ha sido el provenir, tanto él como su esposa, Antonieta Mendoza Coburn, de familias con un superlativa arraigo y compromiso nacional. Esa doble relación con estirpes muy vinculadas con la historia del país, tiene que haber influido en que ambos se aplicaran a ser batalladores demócratas en los episodios del difícil devenir nacional que les tocó transitar y, particularmente, en aquellos vinculados con la reinstauración de las libertades. Antonieta ha sido la mejor compañera para hacerle frente a la adversidad y para involucrarse ambos, al igual que sus hijos, en la proactividad de la causa venezolanista.
Es así como puedo afirmar que este compendio valioso de temas ha sido abordado con verticalidad y coraje. Un día los venezolanos lo leerán con fruición. Aquí queda un ejemplo de lo que es ser un buen venezolano: fiel a sus principios, consistente en sus criterios y comprometido con su país.
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