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España y las visitas inesperadas

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Después de que su auto se avería, Michael Starkwedde acude a la casa más cercana en busca de ayuda y allí se topa con Richard Warwick, muerto de un balazo y sentado en una silla de ruedas; a su lado se halla Laura, su mujer, de pie y empuñando un revólver. Ese es parte del argumento de Una visita inesperada, una de las obras más célebres de Agatha Christie, de la cual me he servido  esta vez para señalar el desconcierto que ha producido en Juan Guaidó y la señora Delcy Rodríguez su visita a España, donde se han encontrado una situación tan polarizada que seguramente los han dejado como  el mismo Michael Starwedde ante la visión de la casa de Lara y Richard.

Pocas veces me he referido a Juan Guaidó y a sus mantras machacones y he dejado de hacer otro tanto con los elementos que componen la oposición venezolana para que no me hierva la sangre (a estas alturas del partido se puede entender que es una de las tantas maneras que me he reservado para mantener la salud mental). Sin embargo, esta vez se hace obligado referirse a esa parte de nuestro problema por el conflicto que se ha creado en la madre patria con la visita de ambos políticos. Y es que ni ellos ni los mismos ciudadanos españoles esperaban que ambas visitas causaran el revuelo que han causado y menos la proyección internacional que ha tenido el caso.

A partir de la semana pasada el caso venezolano no solo no ha dejado de copar titulares y espacios televisivos día tras día –algo raro en un país donde un escándalo solapa a otro continuamente– sino que si ya lo que sucede en Venezuela se había convertido en un tema de política interna española desde que en ese país Unidas Podemos pasó a formar parte de la coalición de gobierno, con la llegada de ambos políticos esto se ha visto incrementado.

Hubo académicos y ciudadanos en general que nunca previeron que el chavismo se convertiría en un dolor de cabeza mundial. Chávez tenía mucho dinero, le sobraban ganas de ser un líder mundial, como lo había sido su admirado Carlos Andrés Pérez, y Fidel venía en caída libre, entonces ¿por qué no pensar que deseaba comandar a los “países no alineados” (lo de no alineados es un decir, claro) y a todo el socialismo mundial? Desde el comienzo de su gobierno el teniente coronel comenzó a financiar periódicos, partidos y televisoras con el fin de exportar su novedosa y hambreadora revolución. Le Monde Diplomatique, Aporrea, La Hojilla, Telesur, diario Vea, Podemos, etc., son algunos de los proyectos que utilizó el chavismo para posicionarse dentro y fuera de nuestras fronteras.

El partido Podemos de España merecería un trato aparte porque se creó con la intención expresa de que la revolución bolivariana cruzara el charco. Y desgraciadamente el objetivo parece haberse alcanzado. De alguna manera, este partido de “niños bien” ha cambiado la política española de los últimos años poniendo en jaque el tradicional bipartidismo y hasta la misma transición –en otros tiempos tan alabada–, despertando conflictos olvidados y cuestionando todo el régimen del 78 (corona incluida). El resultado está a la vista: una sociedad polarizada donde la llegada de dos venezolanos de posturas políticas diferentes  ha servido para apuntalar más las posiciones ya tomadas. Los partidos que componen la coalición de gobierno trataron en todo momento de restarle importancia al asunto, mientras los de la oposición aparcaron sus agendas para recibir a Guaidó y enfilar las baterías contra la señora Rodríguez.

Lo importante de todo esto es que el problema venezolano se ha ubicado en todos los foros importantes del mundo y que los gobernantes españoles no podrán seguir subestimando la política nacional. De ahora en adelante deberán tomar una posición más firme con respecto a Venezuela, aunque les pese.

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