Venezuela es un país sumido en la miseria. No en una pobreza relativa, sino en la miseria. En Caracas la situación es menos notoria que en el resto de las regiones, y la censura mediática, aunada con la incesante propaganda, en algo logran eclipsar la tragedia. Acaso la más aguda que padezca cualquier nación de América Latina y el Caribe, con la excepción de Cuba y Haití, y quizá sin ella, porque Venezuela ha sido derrumbada a costa de transmutarse en una colonia cubana, y Haití es un caso que parecería no tener horizonte de esperanza.
La llamada «revolución» se ha llevado todo por delante, comenzando por el patrimonio productivo del país, Pdvsa incluida, y la capacidad de desarrollar nuestro potencial como nación. No creo que sea muy complicado el darse cuenta, a menos que uno sea un fanático político o, incluso peor, un cómplice político disfrazado de opositor. Aquellos pueden estar engañados o tan resentidos que se les nubla el entendimiento. Estos saben lo que quieren y lo buscan por caminos retorcidos.
De la bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de la historia -que todavía se mantiene, por cierto-, Venezuela ha sido sumida en una miseria espantosa. Tanto en lo económico como en la dimensión social. Y no se trata de un retroceso, como se dice por ahí: ojalá fuera un retroceso. Es un salto en el vacío, como consecuencia de una hegemonía despótica y depredadora. Nada importante se ha salvado de la devastación. Y todo eso continuará, mientras la hegemonía siga imperando.
Hace 20 años, por ejemplo, el equivalente en divisas del salario mínimo legal se acercaba a los 180 dólares mensuales. Con libertad cambiaria y en medio de una crisis financiera a escala mundial que colocó los precios internacionales del petróleo por debajo de los 10 dólares. Ahora, en 2020, el salario mínimo no llega a los 5 dólares mensuales. ¿Si esto no es un proceso de miseria, qué es?
Por donde uno mire la depauperación de la abrumadora mayoría de la población es evidente en los principales órdenes de la vida personal, familiar y comunitaria. La emigración masiva es una respuesta desesperada en diversos aspectos, y la explosión de la violencia criminal, comenzando por la aplicada por el poder establecido, también. A primera vista luce como una situación insostenible, pero se sostiene y se agrava. La consideración de este tema rebasa el alcance de estas breves líneas.
Se podrá alegar que insistir en estas cosas es como llover sobre mojado. Tal vez. Pero hay que seguir insistiendo. La resignación no es aceptable. Venezuela tiene que dejar de sobrevivir en la miseria de la hegemonía roja, y entrar en una etapa que le pueda ofrecer un futuro humano y digno a los venezolanos.
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