Por CESIA HIRSHBEIN
Se oye a cierta gente quejarse cuando sale una película nueva, un libro recién editado o un documental novedoso sobre el Holocausto y los nazis. «¿Otra vez?», murmuran los quejosos con desdén. Pues sí, una y otra vez más, nunca serán suficientes las veces que se tenga que señalar a los nazis y sus crímenes de lesa humanidad. Y siempre se rescatarán de entre las ruinas, -testigos imborrables-, nuevos documentos y se descubrirán nuevas historias de las atrocidades que todos conocemos pero que muchos quieren callar.
La historia del Rabí Reuven Israel Kott, mi abuelo materno, uno de quince hermanos, nacido en el shtetl (pueblito) de Kozminek, en el propio corazón boscoso en Polonia, en 1897, es una de ellas. Su familia era jasídica seguidora de la dinastía rabínica Ger. Una historia documentada tanto por sus hijas, dos sobrevivientes de la Shoá -mi madre Ruth y mi tía Gala- y otra, Miriam, emigrada a Palestina antes de la guerra con papeles falsos elaborados por el propio padre, como por un libro de la historia de Kozminek.
Rabí Reuven Israel Kott fue un prodigio de la Torah. Su sagacidad y arrojo ayudaron a salvar cientos de miles de judíos de una muerte segura por los nazis.
Desde muy joven demostró talento para los estudios rabínicos y en especial para interpretar el Talmud y las escrituras judías. Tan precoz era que obtuvo el grado de rabino a los 17 años, me contó orgullosa mi madre. Pequeño de tamaño (metro y medio), pero grande de cerebro y corazón, me decía con una sonrisa nostálgica. Y no es que ella fuera más alta.
El rabino Reuven Israel fue elegido por su comunidad para ser su representante ante el Concejo provincial. Su fama era tal que al morir el presidente polaco Gabriel Narutowicz el 16 de diciembre de 1922, apenas cinco días después de haber asumido el poder, el joven Reuven estuvo parado delante de la tumba con otros clérigos y leyó un panegírico en nombre de los judíos de Polonia. Y es que Narutowicz era un político especial.
Vale la pena resaltar que el presidente asumió el poder en medio de una ola de protestas callejeras de grupos nacionalistas que le acusaban de «pro judío, masón y ateo» y de haber sido elegido «solo por rojos, judíos y alemanes», al extremo de enfrentar una manifestación opositora en la capital en el trayecto hacia la ceremonia de juramentación en el Sejm (Cámara baja del parlamento polaco). Narutowicz había tratado de incluir a sus adversarios en su gobierno. Él mismo se consideraba un candidato circunstancial sin vínculos con algún partido en concreto, menos aun con los partidos de izquierda o de minorías étnicas. Así que, a los pocos días de haber sido elegido, sin poder siquiera acomodarse literalmente en la silla presidencial, fue asesinado frente al público al momento de visitar una exposición de arte. El magnicida resultó ser un pintor y crítico de arte de 53 años, Eligiusz Niewiadowski, del Partido Nacional Democrático. Fue arrestado dos semanas después, sentenciado a muerte y ejecutado el 31 de enero de 1923.
Este asesinato mostró, en efecto, la intolerancia política que existía en la aún joven Segunda República Polaca.
Entretanto la vida de los ciudadanos judíos, aun cuando en apariencia buena, se fue volviendo tensa al percibirse un mar de fondo turbulento y oscuro. Así también lo sintió el Gran Rabino y urgió a sus seguidores a salir de Polonia y trasladarse a su tierra ancestral, que estaba bajo el férreo Mandato Británico, mandato que duró desde 1920 hasta 1948. En realidad, no solo en Polonia, sino en casi toda Europa, pensadores y políticos judíos de la talla de Jabotinski se reunían con miembros de la comunidad para tratar de convencerlos del peligro que se cernía sobre ellos y abandonaran Polonia. Los pogroms de Rusia y otros sitios así lo mostraban. El asunto era la dificultad de entrar a Eretz Israel.
Reuven Israel Kott encontró que el mejor modo de llevar a cabo su misión de ayudar era el de elaborar documentos falsos, pues las restricciones de los británicos a los judíos para ingresar a Palestina eran cada vez más rigurosas.
Reuven Israel recogió dinero y sobornó a las autoridades polacas para obtener certificados de nacimiento en blanco. También creó familias nuevas, juntó a personas de distintas familias, cambió nombres e identidades e hizo que cada familia tuviera un mínimo de doce hijos. Les dio instrucciones precisas a los elegidos que tenían que adherirse a sus identidades falsas como si fueran sus propias pieles. La mayoría le hizo caso al rabí, pero los pocos que no lo hicieron fueron capturados.
Llegado un momento, alguien lo delató ante las autoridades bajo la amenaza de ser enviado de vuelta a Polonia. En esos días el rabí y su hermano viajaban en un tren hacia Varsovia. Tres oficiales vestidos de civil se les acercaron. Con disimulo, después de verificar sus identidades, reconocieron a Reuven Israel y lo apresaron bajo los cargos de soborno y falsificación. Como judío religioso, no tocaba la comida de la prisión por ser ésta no kosher, así que cada día una de sus hijas le traía la comida de casa a pesar de estar lejos.
Después de varios meses de prisión, uno de sus tantos hermanos consiguió que su caso se debatiera en la corte. Cuando fue a contarle la buena nueva le preguntó si conocía algún abogado para que lo defienda porque la comunidad lo iba a ayudar. Entonces Reuven Israel garabateó algo en un trozo de papel y entre las rejas se lo deslizó al bolsillo. Cuando el hermano desplegó y leyó la nota se puso en estado de shock: «Contrátame al abogado más antisemita de Varsovia». La familia se puso igual. ¿Con tantos abogados judíos de primera, por qué querría un antisemita?, se decían uno al otro. ¿Sería que el encarcelamiento lo había enajenado?
Su hermano les aseguró que estaba en sus cabales. Fue a Varsovia y consiguió un abogado conocido por su odio visceral contra los judíos.
Llegó el día de la audiencia, y la corte estaba llena de cientos de hasidim (judíos devotos) de la comunidad. Se le permitió solo tres minutos con el abogado antes de que comenzara el juicio. Para el asombro de todos, el abogado se paró, hizo un argumento brillante y el caso se resolvió en favor de nuestro rabí.
Es leyenda ya que se regó en su shtetl lo que contó a sus allegados para convencer al abogado:
—Los estudios talmúdicos me enseñaron que, en un acuerdo de negocios, si obtienes tres respuestas positivas, el negocio se cerrará. Entonces le pregunté al abogado: ¿Odias a los judíos? ¿Quieres verme podrido y muerto en prisión? ¿Quieres que todos nosotros salgamos de Polonia? Al decir que sí a las tres preguntas, le espeté: «Entonces, ¿qué bien puede hacerte un miserable judío pudriéndose en la prisión? Si me liberas yo lograré que salgan todos los judíos de Polonia».
El rabí continuó con su labor de «crear» numerosas familias y nuevas identidades que emigraron a Eretz Israel. Incluso, el abogado antisemita lo ayudó a conseguir certificados de nacimiento sin llenar.
Era de esperar que la gente le preguntara cuándo se iría él:
—Yo soy como el capitán de un barco que se está hundiendo. Es mi responsabilidad sacar del país a todos los judíos polacos antes de montarme en el bote salvavidas.
La verdad es que, según mi madre, cuando llegó el momento de la guerra no se sintió en capacidad de irse. ¿Cuál era su profesión? ¿Qué haría en Erezt Israel? Ahí nadie lo reconocería. En su shtetl era alguien, con honores.
De tal modo que, durante más de 20 años, rabí Reuven Israel Kott ayudó a cientos de miles de judíos a escapar de Polonia. Él no pudo hacerlo, fue asesinado en Auschwitz en 1944 junto a una de sus cuatro hijas. Todos los días me sigo preguntando cómo mi madre Ruth, mi padre Ezra, mi tía Gala y otros pocos familiares lograron sobrevivir y salir del infierno a la luz.
Honor a todos ellos.
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