Como en otras partes he insistido sobre la necesidad que tenemos los venezolanos de volver a la ruta del republicanismo, se me ha pedido que introduzca el punto porque no parece demasiado claro. Bien porque no se observa a primera vista, bien porque lo he expresado en términos confusos. De allí la reflexión siguiente, en espera de mayor fortuna.
La ausencia de libertad y democracia es una de las características más abultadas de la actualidad, debido a cómo se ha empeñado el chavismo en borrarlas de la faz de Venezuela. Que nos dediquemos como sociedad no solo a colocarlas en el centro de la escena, sino también a convertirlas en retorno obligatorio, no tiene posibilidad de rebatimiento. Pero hay un elemento anterior a ellas, o del cual dependen ellas necesariamente, que no ha ocupado la atención de quienes hacen el papel de sus campeones. Ellas no pueden existir sin domicilio porque no son criaturas de la intemperie, porque no son plantas silvestres que florecen en descampado.
La libertad y la democracia son el resultado de una fábrica pensada a propósito para darles cobijo y para hacerlas distintas cuando las necesidades de la arquitectura lo imponen. Se trata de una estructura llevada a cabo a través del tiempo, y modificada cuando las señales de cada tiempo lo solicitan. ¿Para qué? Para permitir el asentamiento de una forma de vida distinta de la vivida durante el período colonial, en nuestro caso, hasta llegar a las realizaciones más próximas de las cuales podemos tener referencias cercanas que, como la historia no pasa en vano, se pueden estimar como fundamento de las búsquedas actuales.
Los resortes se pueden poner en movimiento porque los antepasados nos describieron los rasgos de su existencia o porque, sin necesidad de expresarlos en términos directos, los ofrecieron a través de sus formas de subsistir, de manejar una casa, de levantar una familia y de relacionarse con los asuntos públicos. O como ellos prefirieron hacerlo de manera diversa debido a la influencia de climas de opinión que carecían de importancia en el pasado. Hablamos de un trabajo realizado en el seno de diversas temporalidades que produjeron saberes y experiencias por cuyo restablecimiento debemos luchar o luchamos ahora, en general, sin saber exactamente lo que hacemos o pretendemos.
La lucha de nuestros días se debe entender como producto de una obra antecedente, que fue animada por una idea de republicanismo escrita en el acta de nacimiento de la nación y actualizada progresivamente, como una guerra ancestral contra la antirrepública, como el apego a unos procederes y a unos principios de los cuales nadie ha renegado y a los cuales se debe fidelidad. Existe una esencia nacional que han sostenido dos siglos de andadura, una doctrina antigua que han remozado las generaciones anteriores para garantizar su continuidad, para que no sea perecedera.
Los líderes de la actualidad deben entender, con necesaria propiedad, que los asuntos que los mueven y conmueven no son hechuras del presente, sino fragmentos de una evolución realizada en medio de sacrificios admirables que no han tenido cabida en sus horas de soledad, ni en sus discursos de flamante factura, ni en los documentos que publican. Quizá tampoco en las reflexiones de sus reuniones privadas. En consecuencia, pueden ser demócratas y probablemente libertadores, pero republicanos conscientes jamás.
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