¿Qué papel tuvo José Altuve en el escándalo del robo ilegal de señas por parte de los Astros?
¿Fue el camarero venezolano uno de los beneficiados por la información ilegalmente conseguida a través del sistema ideado por Alex Cora? O por el contrario, ¿fue uno de esos jugadores anónimos que según versiones de prensa se sentían incómodos y manifestaban perder la concentración necesaria, debido a la supuesta distracción que significaba esperar el aviso desde la cueva?
Altuve ya habló y, sin embargo, es muy poco lo que aclaró. Tanto él como su compañero Alex Bregman dieron respuestas genéricas a las interrogantes que les fueron formuladas y hablaron más sobre acallar las críticas con buenos resultados y otra Serie Mundial que sobre el meollo del asunto, una duda que sigue en el aire y que afectará por igual a inocentes y culpables, mientras no se diga toda la verdad y no acepten los propios peloteros que lo sucedido fue una vergüenza y estuvo mal.
El robo de señas siempre ha existido en el beisbol, pero es una ligereza comparar aquello con esto. Señas robaban Pompeyo Davalillo y otros miembros de su generación, al tratar de descifrar los gestos de los coaches, para saber cuándo alguien aguantaba un pitcheo o trataría de robar una base. En los diamantes eso ha llegado a ser un arte, ver con paciencia las repeticiones del manager contrario, hasta hallarle sentido a sus gestos.
Los catchers usan doble juego de señas para evitar que los corredores en segunda base avisen a sus compañeros lo que está por venir. Pero este sistema que diseñó Cora es otra cosa, equiparable a un bateador que intente ver, así fuera de reojo, dónde se ubica el receptor y qué tipo de envío le van a hacer.
Un toletero así sería repudiado y no tardaría mucho en sentir ese rechazo con un bolazo en las costillas.
Eso fue lo que sistemáticamente hicieron los Astros en 2017 y los Medias Rojas un año después. Por eso hemos visto el repudio de los rivales, las críticas de periodistas y la posición de una buena parte de la afición, que censura lo sucedido.
Altuve es un gran bateador. Sin hacer trampa, consiguió una oportunidad con Houston, a pesar de su estatura. Y porque bateó mucho se convirtió en estrella. Fue campeón bate antes de 2017, sin necesitar que alguien le dijera que envío le lanzarían.
Pero también Barry Bonds, Alex Rodríguez, Manny Ramírez y Mark McGwire fueron grandes bateadores y decidieron hacer trampa. Todos confesaron o fueron descubiertos en flagrante dopaje. No necesitaban eso para dar cuadrangulares, pero lo usaron. Nunca sabremos cuántos batazos suyos que cayeron en las gradas hubieran sido en realidad elevados a la zona de seguridad, sin esa ayuda ilegal.
Lo mismo puede decirse sobre Altuve, los Astros y los Medias Rojas. Quizás el criollo habría bateado igual. Quizás esos conjuntos habrían ganado la Serie Mundial de todas maneras. Quizás estar atentos del sonido de la cueva era, en efecto, más una distracción que un auxilio. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que después del escándalo de los esteroides vale más ser prudente y esperar todas las pruebas, antes que defender gratuitamente a los acusados.
Tal vez sería diferente si la posición de los peloteros fuera otra. Si Altuve, Bregman y el resto de sus compañeros no nos prometieran jugar duro para acallar críticas, o regresar al Clásico de Octubre, sin reconocer que lo sucedido fue lamentable, y en cambio aceptaran que lo sucedido es una mancha, que fue vergonzoso violar las reglas y que el sistema diseñado por Cora fue hacer trampa. Así de simple, así de fuerte.
A veces es tiempo de asumir las culpas, aceptar que se hizo mal y simplemente pedir perdón. En esos casos, el tiempo se encarga de lo demás.
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