“La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares”. Georges Clemenceau.
¿Es este el último acto de la obra presentada como la revolución bolivariana? Pareciera ser así. Los espectadores esperan que caiga el telón de una desventura digna de Sófocles, y no exagero. Recordando al argentino Eduardo Rinesi, hemos visto el guion de la política devenir en tragedia sin salir de ella misma o negándose a su práctica.
El teatro de la vida en Venezuela nos trajo hasta el drama más intenso, entre marquesinas que rezaban el credo populista, el desencuentro de la justicia y la demagogia dejó ver el impasse y, a la postre, el victimado pabellón de la patria arruinada, desunida, mísera y con millones de los suyos en fuga. Peor aún, necesitando desesperadamente una asistencia que no acaba de llegar porque este Creonte se niega a rajatablas a admitir y a comprender que, en efecto, la muerte acecha que casi banaliza, precedida de una sistemática y cotidiana desfiguración. El rosal del mando teme a la brisa que lo pone a prueba.
Antígona no podría dejar que su hermano quedara sin sepultura, comida para perros y buitres, como no puede Venezuela hoy obviar su desamparo, su abandono, su maldición. Lo que pase y tenga que pasar que acabe de acontecer y, como en el pasaje invocado del dramaturgo griego, el país prefiere aceptar el desafío de la muerte que vivir muriendo intrascendente, cada día en sus niños, ancianos, mujeres ultimados por el hambre, la desnutrición, el desamparo hospitalario que, por cierto, demanda estoicismo autárquico a quien llega, ahíto de carencias, en demanda de solidaridad o menoscabado por la convidada inseguridad que diezma al pueblo por el otro pueblo, antisocial y enajenado.
Aprendimos que la política es conflicto y las acciones que gestionan los humanos, en situaciones en que los intereses no son coincidentes sino, incluso, francamente divergentes, pero encaramos los descendientes de Adán y Eva esa dinámica desde distintas visiones que se expresan en el trajín societario, entre el individuo y el colectivo comunitario, entre el poder y aquellos que lo disfrutan o padecen. Buscar soluciones y regular, tolerar o preferir a unos u otras orientaciones es política. Toda esa experiencia vivencial está escrita en la potencialidad de la existencia humana y conoció y conocerá su específico y no siempre original desenlace. Los pueblos viven en cada generación su historia que es, sin embargo, la del mismo pueblo y quisiera al afirmarlo hacer notar que no es una verdad de Perogrullo sino una constatación cargada de significado.
Decía Camus que aprendíamos a vivir sin haber aprendido a pensar y así transitábamos nuestro discurrir temporal entre el olvido de lo que como pueblo antes fuimos y vivimos, de un lado, y del otro, arremetíamos temerarios creyendo que el presente necesariamente, impajarablemente conduce hacia el porvenir para, abruptamente, descubrir, y a menudo nos pasa, que ello no siempre termina de esa manera. Lo digno, lo verdaderamente importante es asumir cada episodio con coraje y dignidad.
Se hunde, pues, el modelo fidelista en su versión criolla, de la mano del difunto Chávez, de Maduro y otros de la comparsa, en el mar de todos los fracasos y sin otro temporal que su concupiscencia. Nadie en su sano juicio puede negar la evidencia. Aun para los ingenuos y cándidos miembros alistados en el papel de las misiones y recipiendarios de las prebendas acreditadas con el carnet de la patria, deja de notarse y expiarse la fatiga de una propuesta pública que los convirtió en masa de menesterosos, destruyendo, acabando con sus habilidades, destrezas o disponibilidades para trabajar y producir. El socialismo del siglo XXI es la historia de cómo el país de mejor perfil macroeconómico de América Latina en 2000 retrocedió para exhibir en sus grandes cuentas guarismos propios de países en guerra como Siria, y coyunturalmente se convirtió de súbito, y ese es el legado del castrochavismo, en ejemplo en el mundo académico de lo que no se puede nunca más repetir.
Avergüenza oír o leer las declaraciones de las dignidades oficialistas, como la vicepresidenta o el diputado Cabello, que tratan de desmentir que en Venezuela ingentes contingentes poblacionales sufren y arriesgan en la calamidad alimenticia o de salud de cada día su ya precaria vida. Denominan, altisonantes y distantes, la ayuda humanitaria en términos displicentes de limosna, y llenan de pleitesías los CLAP. Mostrando que no conocen, o muy poco, casi en el irrespeto, al humilde que sabe que la bolsa o la cajita no trae lo indispensable, sin proteínas tampoco y en cantidades francamente insuficientes. Eso sí es limosna, pero a cambio de tratarte como un siervo de la gleba y despojándote de tu soberanía.
Pero ¿termina realmente y cómo este retroceder agónico, rabioso, purulento que nos impuso el Estado chavista? No solo lo creo, sino que lo espero. Es cuestión de tiempo, y durará más o menos de acuerdo, además, con lo que decida hacer el partido de los militares, la nueva oligarquía, en los próximos días. Por las buenas quisiéramos, pero, como dice el refrán, “Dios ciega al que quiere perder”.
En efecto, llegamos en nuestro fluir auténtico al punto, como diría Borges, en que los senderos se bifurcan. Pido a Dios ilumine a quienes han gobernado y a sus pretorianos para que ofrezcan el servicio de apartarse y dejar hacer con prontitud a los que lo harán distinto, con ese joven surgido de la entraña popular, Guaidó, en cabeza de la institucionalidad. Pacíficamente y con la controvertida amnistía, el país optaría por acometer un cambio mayor y resurgir del mundo de los que, estando vivos, tienen los rasgos que impone la muerte. Es una emergencia, es urgente y, como decía Talleyrand, “si es urgente ya es tarde”.
Empero, pudiera ser que entre la temeridad y la vanidad que acompaña la arrogancia y la megalomanía, opere como una obsesión, como una compulsión, el deseo de mantenerse, ilegitimados y desconocidos por el humilde soberano y por el mundo, sentados lascivos sobre sus bayonetas y entonces, evocando a Fuenteovejuna, imaginamos que serán desalojados a empujones por decir lo menos. Viene a mi memoria Víctor Hugo y “nada es más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora”.
[email protected], @nchittylaroche
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