La hegemonía roja, o más bien sus patronos cubanos, son duchos en enredar o enmarañar aquello que de por sí debería ser sencillo, hasta crear un ambiente de confusión, una especie de tremedal, que solo contribuye al continuismo. Lo estamos observando, o padeciendo, una vez más, con el tema de las supuestas dos Asambleas. Este tipo de enredos, por lo general, siguen un patrón: son zarpazos de hecho, que se les trata de revestir o disimular con trapisondas legales, lo que facilita su justificación entre los aliados de la hegemonía, dentro y fuera del país, y también, su justificación por parte de algunos sectores de oposición que le hacen el juego a Maduro y los suyos.
Lo hemos visto tantas pero tantas veces, que sorprende que alguien se pueda sorprender al respecto. En el fondo es la aplicación de la vieja máxima: divide y vencerás. Claro que no es una mera cuestión de pareceres distintos, inspirados por ideologías, principios o valoraciones estratégicas de diferente signo. No. Hay la implicación «metálica», los caminos literalmente verdes, que compran conciencias y vocerías. Y a veces con o poca o ninguna dificultad. Como hay una censura férrea de los medios, mucha gente no se entera bien de los tejemanejes, y lo que percibe es una fragmentación del campo opositor que, sin duda, no fortalece la esperanza. Hay que hacerle frente a ello, pero no es fácil. No obstante, hay que hacerlo.
Cuando lo bueno se presenta como malo y lo malo como bueno, se está intentando enredar. Cuando se miente con descaro ilimitado sobre la realidad del país, queriendo proyectar un mundo idílico que se enfrenta a las garras de los imperios, se está tratando de enredar. Cuando se niega cualquier tipo de responsabilidad del poder establecido, en los problemas que no se pueden obviar, se está intentando enredar. Cuando se apela a diálogos de tramoya dizque para fomentar una «normalización política» con disfraces democráticos, se está tratando de enredar. Y la experiencia demuestra, dolorosamente, que esos innumerables intentos no han sido fallidos.
Algunos sí, porque la extensión y profundidad de la catástrofe humanitaria es demasiado trágica. Pero otros de los intentos de enredar o enmarañar han tenido, por lo menos, relativo éxito. Al fin y al cabo, la hegemonía roja mantiene su poder despótico y depredador, a contravía de la voluntad de la gran mayoría del pueblo venezolano, que ansía un cambio efectivo en lo económico, lo social y lo político. Podríamos decir que de tantos enredos no solo queda algo, sino que queda mucho: la hegemonía en el poder y la nación aplastada por ese poder. Eso tiene que ser superado por los amplios caminos que consagra la Constitución, formalmente vigente.
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