Por supuesto que eran otros tiempos; sin duda, más propicios y auspiciosos para el desarrollo de la libre potencialidad de las facultades creadoras del espíritu.
En Caracas, por ejemplo, Sabana Grande era una eterna fiesta de tertulias, diálogos, reuniones poéticas, café, literatura, cerveza, vino y poesía. Desde el Triángulo de las Bermudas, el Callejón de la Puñalada, Il Vecchio Molino, hasta la Librería Suma pasando por Alejandría, cualquier día de la semana en horas de la mañana o tarde podías ver a escritores como Oswaldo Trejo y Salvador Garmendia tranquilamente sentados alrededor de una mesa del Gran Café bebiendo una cerveza o departiendo amigablemente en compañía de un café y una cajetilla de cigarrillos.
Muchas veces caminaba yo por el bulevar desde Plaza Venezuela hasta Chacaíto y alcanzaba a ver al escritor Oswaldo Trejo escribiendo en una libreta de apuntes quién sabe qué cosas para un futuro cuento o relato. No pocas veces pasaba yo a husmear los anaqueles de la librería Suma y para grata sorpresa mía ahí estaba el escritor Ben Ami Fihman o el también el escritor y gran leyenda de la fotografía Vasco Szinetar conversando con el dueño del mítico templo sagrado de los libros de la Caracas de entonces, Raùl.
Era frecuente ver al gigante de las letras venezolanas Eduardo Liendo entregado en la lectura de las novedades que acababan de llegar de España, México o Buenos Aires… A pesar de vivir en Mérida, no era infrecuente ver al gran poeta Ángel Eduardo Acevedo de vez en cuando acodado en la barra de algún bar casi exclusivamente frecuentado por escritores e intelectuales de gran valía y notoriedad que con los años iban a convertirse en lo más granado del parnaso literario venezolano.
El Foro Libertador, la Galería de Arte Nacional, el Ateneo de Caracas y su Cinemateca Nacional eran lugares de obligada asistencia los fines de semana para ver los incesantes ciclos de cine francés, italiano, alemán, japonés con sus filmografías que movilizaban la opinión y la sensibilidad de la crítica nacional e internacional.
Monte Àvila Editores y Ediciones Fundarte se erigían como dos buques insignias de la política editorial nacional junto con la impoluta y brillante Biblioteca Ayacucho y la revista Imagen era un admirable reducto de artillería de la estética de la creación verbal. Los escritores eran convocados por la dirección general sectorial de literatura del Consejo Nacional de la Cultura para dictar charlas y conferencias en cualquier estado del paìs y se les retribuía su trabajo intelectual con honorarios profesionales en un tiempo prudente al cabo del finiquito de la actividad realizada en cuestión.
Tres grandes diarios de circulación nacional, a saber: El Nacional, El Universal y Últimas Noticias, exhibían cada uno en su formato correspondiente el respectivo suplemento dominical cultural y literario en los que se expresaban las corrientes intelectuales más extrañas y disímiles de la intelligentzia nacional sin desmedro de su autonomía criterilógica y epistemológica.
Nunca tuve que valerme de “amigos” que intercedieran mediante lobbys culturales para publicar en, por ejemplo, Verbigracia, (suplemento cultural del diario El Universal, magistralmente dirigido por la poeta y ensayista Patricia Guzmán) o cuando llevé un largo texto literario el Suplemento Cultural de Últimas Noticias, a la sazón dirigido por el gran maestro Nelson Luis Martínez. Lo mismo puedo decir del Papel Literario del diario El Nacional, dirigido por Nelson Rivera Prato.
Los tiempos actuales, obviamente, son tiempos lúgubres y aciagos para la cultura nacional, tiempos del deterioro y la debacle. Tiempos de la catástrofe y el holocausto. Creo que la mejor definición de esta terrible época histórica es que vivimos los tiempos de la desolación. No cabe duda de que aquellos tiempos no volverán a repetirse nunca jamás, pero estos que actualmente sufrimos y padecemos inequívocamente pasarán y tampoco volverán…
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