El ser humano, a pesar de transitar momentos difíciles, siempre se aferra a la esperanza, como una forma de fe, en la expectativa de obtener resultados favorables, a pesar de lo negativo que puede ser su vida o las circunstancias adversas de su entorno. No obstante, a veces esperar, con poco fundamento, que se conseguirá lo deseado o pretendido, la solución no llega como uno desea, sino que se alarga la agonía, convirtiendo el tiempo en una dilación permanente de la ilusión, acompañada de promesas inalcanzables y objetivos irrealizables.
Si lo llevamos al campo religioso, la esperanza se convierte en una creencia, específicamente en el área del cristianismo, es una virtud teologal, que, junto con la fe y la caridad, se espera que Dios otorgue los bienes que ha prometido y realice los milagros solicitados.
Por lo tanto, el ser humano se aferra a su dogma para convertir la esperanza en un estado de ánimo con el que pueda canalizar sus deseos de obtener aquello que anhela y transformarlo en algo posible, a pesar de estar inmerso en un mar de dificultades. Ya sea desde el punto de vista lógico científico o con base en la fe religiosa, quien tenga optimismo, ilusión y certeza considera que podrá alcanzar la meta tan soñada.
De cualquier manera, las personas se aferran a su credo, a sus ideales, para hacer frente a situaciones complicadas, como una opción para no ser embestidos por la depresión, donde se fundamentan en la presunción de que la realidad y las circunstancias que los rodean pronto mejorarán.
Cabe destacar que el ánimo, el vigor y el empuje actúan como un estimulante y, a la vez, aportan tranquilidad y fuerza para que no se diluya la esperanza. Si se pierde la seguridad y la determinación, la vida se transforma en un complejo espinoso y arduo batallar contra los obstáculos.
En consecuencia, en el campo de la política, surge una forma de dominación de las masas que consiste en incentivar el engaño, la mentira y la falsedad, que se traduce en un tráfico de esperanza, que no es otra cosa que populismo exacerbado que trastoca las emociones del pueblo, vendiendo mentiras como si fueran verdades, prometiendo lo imposible porque es lo que las masas quieren oír, a pesar de que son una sarta de engaños que no tienen fundamento alguno en lo real, pero su finalidad es incentivar el adoctrinamiento para que aquellos que escuchen el mensaje terminen convencidos de esa falsedad, porque ya la sociedad, receptora del anuncio, ha vivido, vive y vivirá un eterno desespero, al borde del colapso y no tienen nada que perder. Por lo tanto, esa verborrea sin fundamento es música para sus oídos, aunque a la larga se conviertan en promesas sin cumplir, porque son inaplicables a la verdad que nos toca vivir, en pocas palabras, una forma de sometimiento del pueblo.
Por tal motivo, es mantener a los incautos en un presente continuo, que parece no tener fin, aplicando estrategias para que el pasado sea olvidado y no sea ponderado en sus implicaciones en la actualidad, para que así el futuro sea lo que los demagogos proponen, que no es otra cosa que una paja loca, que termina siendo lo mismo de siempre, sin importar la tendencia política del populachero del momento, explotando las necesidades de aquel sector de la sociedad más vulnerable, en el que la desesperanza, el dolor y la tristeza se convierten en los elementos para obtener lo que quieren, que no es otra cosa que manipular.
Se puede inferir que aquellas comunidades sujetas a los vaivenes del demagogo de turno viven en un latente desafío, en el que las condiciones de su existencia se encuentran en una situación injusta e inaceptable. Para revertir dicha condición, hay que solidificar las bases democráticas de tal manera que sean inmunes al proselitismo político y a los encantadores de serpientes, donde el Estado esté diseñado con base en unas directrices políticas eficientes, transparentes y responsables. Construyendo una sociedad organizada, justa y consecuente, en donde la libertad, el pluralismo y la tolerancia sean ancladas sobre bases firmes. Al mismo tiempo, formando funcionarios del Estado que sean cualificados para desempeñarse como empleados públicos, donde cualquier nación debe hacer énfasis en priorizar las condiciones de salud, educación, seguridad y economía.
Y por sobre todas las cosas y condiciones, todo gobierno de turno, sea de derecha o de izquierda, debe prestar atención en el interés social, es decir, gobernar para toda la población, sin discriminación.
Es inevitable, en países con una institucionalidad débil y a expensas del gobierno de turno, sea presa de políticos corruptos, donde grupos económicos, nacionales e internacionales, se disputen el control de la nación; donde la ceguera producida por la ambición de enriquecerse de manera inmediata condena al pueblo a la miseria y a la dilapidación de los bienes del Estado.
Lo anterior explica las migraciones que sufren muchos países, donde escapar es la única vía, la nueva forma de sobrevivencia, pues aquellos que buscan un mejor futuro más allá de sus fronteras en realidad lo que sueñan es conseguir una verdadera nación, que les pueda brindar oportunidades de crecimiento y una mejor calidad de vida.
De igual forma, a veces la existencia nos golpea con fuerza. Intentamos lograr algo y no se consigue, se invierte tiempo luchando y parece que se acumulan en el camino más fracasos que éxitos. En circunstancias como estas no es difícil perder la esperanza.
Sin embargo, muchas veces no podemos escapar del pesimismo, porque hay personas que nunca han recibido nada y esperan poco de la vida. Pero debemos esmerarnos en cambiar esa postura, para así poder alcanzar nuestros sueños. Por lo tanto, hay que ser conscientes de que nuestras esperanzas son nuestras, avivan nuestros objetivos y metas, diseñan nuestro futuro y solo con nuestro esfuerzo, dedicación y fe seremos capaces de alcanzarlas. Como decía Heráclito: “Las esperanzas representan siempre lo inesperado, seamos valientes y carguemos nuestro futuro de esperanzas e ilusiones”, pero siempre teniendo los pies sobre la tierra, en pocas palabras, nunca hay que dejar de ser realistas.
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