A los abajo firmantes
Una tragedia material y espiritual de estas dimensiones, cuyo desenlace desconocemos, pero cuyos costos ya pesan de manera abrumadora sobre todos los venezolanos –alimentando la vergüenza ante la indignidad de políticos y militares empoderados y nuestra propia atrofia, que ayer los eligió y hoy se niega a desalojarlos– debiera prevenirnos ante nuestras actuales y futuras decisiones políticas. Se dice en los corrillos judiciales que el principal culpable de la primera estafa sufrida es del estafador. La segunda ya es del estafado. Venezuela no pasará a la historia por su sabiduría política. Grave y ominoso asunto del que Bolívar tuvo perfecta conciencia. Y que arrastrara a nuestros mejores políticos a morir desterrados.
Algunos observadores, de los que hoy se pretende silenciar por las mismas razones que aquí comentamos, hemos considerado pertinente atribuir este monstruoso traspié a la liviandad, el desenfado y la irresponsabilidad con que proceden los venezolanos a la hora de tomar decisiones políticas. Quienes, ante el inevitable y voluntarioso error cometido y las consecuencias provocadas, en vez de proceder a una seria y responsable autocrítica, descargan sus frustraciones y rencores sobre el elegido. Primero se enamoran y lo divinizan hasta el escarnio, para convertirlo al cabo del tiempo en un malhechor. Así viene sucediendo desde que, en un giro suicida de los hábitos políticos nacionales, se impusiera el llamado “voto castigo”. Elegían al hombre equivocado para caerle a palos cuando no respondía a sus irracionales y tortuosas esperanzas. Corriendo irreflexivos a la próxima apuesta del fracaso. De AD a Copei y de Copei a AD, hasta que en un funambulesco trastorno político corrieron de AD y Copei hacia los militares. Sin siquiera imaginar que estaban despertando al monstruo castrocomunista que AD y Copei supieran mantener hibernando en sus madrigueras. No haber condenado y castigado severamente a los golpistas de Hugo Chávez y sus notables, para premiarlos en cambio con la entrega del poder total, fue lo que nos trajo a estos berenjenales.
No he sentido hasta el día de hoy, veintisiete años después del nefando 4F, la más mínima reflexión autocrítica de quienes se unieron a los golpistas, tumbaron a Pérez, eligieron a Caldera y prepararon cuidadosamente las condiciones para el asalto electoral al poder total por parte del castrocomunismo militarista. Ni siento tampoco la más mínima reflexión crítica sobre el castrocomunismo mismo y la forma edulcorada con que suele infiltrarse en las conciencias y asaltar las instituciones: el llamado socialismo democrático o socialdemocracia. Poco falta para que estos socialistas al asalto, la mayoría de los cuales le cantaran loas y alabanzas al tirano cubano en un ominoso y obsceno manifiesto de bienvenida y ya enfilan sus baterías contra quienes los denunciamos, nos digan que el de Chávez-Maduro no fue un fracaso del socialismo, sino de esos gestores. Pero que en manos de jóvenes supuestamente virginales y de reconocimiento mundial, bien apertrechados con el prestigio mandeliano de algunos años de cárcel, bien podrían reiniciar el ascenso a la cuesta de Sísifo.
No piso ese palito. La culpa no solo es del socialista: es del socialismo. Conocí esa excusa epistemológica en la Europa de los sesenta, en los manifiestos de los comunistas franceses que culpaban a Lenin, Stalin y a Krjuschev por haber desvirtuado la esencia del Manifiesto comunista. Al que bien por el contrario consideraban tan vigente hoy como en 1848. Culpables por las decenas y decenas de millones de víctimas del comunismo era el frasco, no el veneno. Jean Francois Revel, recién desembarcado del marxismo, ha escrito algunas extraordinarias requisitorias contra esa impostura, yendo al núcleo de la cuestión: el perverso universo de la utopía socialista. En nombre de la cual se han cometido los crímenes más atroces de la modernidad. Incluido el nacionalsocialismo.
Una vez desencantado de la letal seducción e ilustrado histórica e ideológicamente sobre las verdaderas razones causantes del progreso de la humanidad –ubicadas precisamente en las antípodas del socialismo: en la libertad individual y el libre mercado, en la iniciativa privada y el empoderamiento productivo– sobran y abundan las razones del por qué no al encantamiento de las sirenas rosadas. Ahora no de uniforme verde olivo, sino de traje y corbata. Pero dispuesto a cohabitar con el monstruo, sin ir a las raíces de nuestra tragedia, sin hacer caída y mesa limpia del golpismo gansteril y pasar agachados, para ahorrarle al país el despertar de ese siniestro sueño de veinte y una noches de verano. E impedir un auténtico renacimiento nacional.
Que los socialistas travestidos de abajo firmantes se bajen de esa nube: el socialismo venezolano está muerto y bien muerto, a la espera del tiro de gracia. No nos trepidará la mano.
@sangarccs
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