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Mi arma civil, el voto

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Gracias ante todo, amigo invisible y generoso lector, aunque sabemos que hay esas otras formas de vernos y calibrar los buenos sentimientos de amistad o de familia, y el interés por los asuntos que atañen a la venezolanidad.

El momento de la patria me permite ratificarme o confirmarme en la certeza de que otras maneras de comunicación nos pueden hacer ver y palpar los hechos y las realidades en su justa dimensión.

En la hora aciaga que vive el país, envuelto en un paisaje de cuchillos, de balas de ida y vuelta; en el que la intolerancia pretende imponerse sobre la diversidad de pensamiento y de opinión, por encima de la convivencia, tu voto puede y debe incidir con acierto y recorrer airosamente los vericuetos del ambiente nacional. Por muy tortuoso que nos parezca.

Las verdades, por duras que sean, hay que decirlas, máxime cuando se trata de enderezar el proceloso camino que hoy anda y desanda el país. Como decía Séneca: “Quien no evita un error pudiendo es como si ayudase a cometerlo”.

Mientras podamos seguir haciendo lo que nos corresponde en el uso del verbo escrito, en la expresión del pensamiento y en la protesta por los desatinos del régimen, aparentemente todo estará bien; pero no, no basta, no es suficiente. De allí la ineludible responsabilidad de asumir nuestro rol de ciudadano, de allí la importancia del voto, suerte de fusil, arma civil que debe servir para cambiar, sin más vueltas, el estado de cosas en que se encuentra Venezuela.

Ahora bien –y en esto creo coincidir necesaria e ineludiblemente– con una buena parte de los venezolanos que no creen que en las circunstancias actuales podamos ir a un proceso electoral, y no les quito razón. Deben ser nombrados nuevos rectores en el CNE; los partidos políticos (todos) deben ser habilitados para participar, de modo que puedan postular libremente a sus candidatos a la Asamblea Nacional. Se impone una depuración del Registro Electoral Permanente.

Estas son, grosso modo, algunas entre tantas más condiciones que deben darse para que el electorado venezolano, hoy desganado y hasta desilusionado, encuentre algún estímulo que lo conduzca a asumir el compromiso del voto.

Hay que abandonar la abulia parroquial que nos acogota, la tranquilidad de la indiferencia, odiosa y mala compañera, esa que nos lleva a pensar que nada es con nosotros, “que eso no nos pasará a nosotros”. Entendamos que nos debe unir  la palabra, los hechos y las convicciones, nos debe unir Venezuela.

Cuando invitamos a votar, como hoy, cuando hemos señalado algún desencuentro, alguna situación o hecho relacionado con el devenir de nuestro pueblo; cuando comento la realidad venezolana, los errores e ineficiencia de los que mandan, no hacemos otra cosa que expresar nuestras ideas, y aunque podamos disentir, surge la mágica palabra respeto; pero que en todo caso, no refulge nada distinto a la defensa de los derechos de nuestro país, de sus gentes, de la democracia y sus instituciones.

Amable lector, que el voto esté en el filo de tus críticas, y tu participación se mantenga valiente, aguda, inteligente y reflexiva. Y al propio tiempo te permitas convocar a tu entorno para hacer lo conveniente a  una salida concordada y orientada a la resolución de los no pocos problemas que hoy padecemos.

Si alguna intención hallas en  estos trazos, no sea otra que reconocer en nosotros mismos, el mérito de quien usa la palabra para levantar sus ideales, sin codos ni violencia, sin siembra de odio ni venganza; pero sí como bandera limpia y en alto.

Tampoco tú dejes de sentir el gusto que da el saberte participante y preocupado por Venezuela. Evitemos que esa masa de esperanzados compatriotas caiga víctima de la desmoralización, lo que constituiría un riesgo que hay que conjurar en lo inmediato.

Contra la barbarie, la democracia; contra la mandonería, el afán de libertad; contra fusiles, votos.

Devoto del voto soy, pero hoy se impone la necesaria, ineludible e impostergable obligación de establecer condiciones que atraigan a la Venezuela decente a volver a confiar en el sufragio, elemento esencial, inmanente y connatural de la democracia.

¡Feliz 2020!

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