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Los partidos políticos en el centro de la crisis argentina

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GDA – La Nación  – Argentina

Ya han pasado 30 años desde la primera transición democrática del país en el retorno de la democracia y hemos tenido en ese período los momentos más críticos que vivieran los argentinos entre el final del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Sin embargo, a pesar de tener todos el diagnóstico, las transiciones le siguen costando al país, mucho en términos sociales, políticos y económicos, dando muestras nuevamente de su fragilidad institucional.

La reforma de la Constitución Nacional en 1994 fue el último cambio importante que sufrió el sistema político argentino. En esta modificación se establecieron los «nuevos derechos y garantías». En su artículo 38 se estableció a los partidos políticos como la única vía de representación política posible para acceder a los cargos de gobierno.

Pero ni Carlos Menem ni Raúl Alfonsín suponían que en pocos años los dos partidos más importantes de la historia argentina, la centenaria Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista, perderían por completo su forma política conocida y sus tradiciones de confrontación, para difuminarse en nuevos partidos y frentes, que ya no se reconocen conducidos por sello partidario alguno.

Sin lugar a dudas, la intención de los dos líderes, era llevar a rango constitucional la partidocracia y con ello consolidar una «madurez escrita», pero no vivida, del sistema de alternancia política que supone la democracia posmoderna liberal. Fue una intención fallida.

Esta nueva alternancia de partidos hoy tiene dos actores completamente novedosos, el Frente de Todos que hace poco era el Frente para la Victoria y el frente Juntos por el Cambio, que hasta hace poco era Cambiemos.

Ya Thomas Hobbes en 1650 quiso asimilar la psicología y la política a las ciencias físicas exactas, y conectaba el instinto de conservación de los cuerpos vivos, con el instinto de conservación que en la historia desarrollan los «cuerpos sociales». Parece que los partidos políticos argentinos en la actualidad, no han dado con mayor método para su propia conservación, que la falta de identidad y la relación «lejana» con los líderes de su historia.

Perón e Yrigoyen son hoy más que nunca figuras de yeso. Los dirigentes parecen haber sostenido una abdicación a las «banderas» y capacidades de proyectar un proyecto de país que suponían sus figuras y pasaron a utilizarlos como mitos de campaña.

Las nuevas estructuras partidarias ya no son más soportes de ideologías con cierta uniformidad y consenso de filosofía política común, que conforman un cuerpo colegiado con funcionamiento democrático interno, con líderes reconocidos que lideran por largos períodos proyectos de país. Son simple y llanamente estructuras agonales preparadas para funcionar como plataformas de poder de corto plazo. Por un solo período de gobierno y con una temática de marketing político de corto plazo. En el sentido propio y en muchos casos, son una «papelera de reciclaje dirigencial»

Hoy la partidocracia argentina está realmente minusválida y produce un efecto negativo sobre la estabilidad social, económica y política de nuestra nación. Elevada al grado constitucional, y sin músculo para promover el desarrollo de una clase dirigente con responsabilidad de gobierno, generan ciclos negativos en nuestra historia, con pasivos cada vez más pesados de sobrellevar.

Es por esto importante la consolidación de partidos políticos, y que la preocupación de los dirigentes sean las propuestas de gobierno, y no solo accesos al poder. El no permitirse la institucionalización y la vida política de los partidos hacia su interior, sino el simple ejercicio del poder de los dirigentes que «más miden», enflaquecen las vías de participación y los debates que mantienen viva la república y sus valores.

La situación actual de la Argentina, muestra el moribundo esqueleto de la idea de Montesquieu de los «pesos y contrapesos» en el sistema político republicano.

Un partido con preeminencia, que tenga solo su competencia en el frente interno, por falta de oposición consolidada es un escenario negativo para el ejercicio republicano y ya ha sido en el pasado causante de varios momentos críticos de nuestra historia como país.

Es por esto que es importante que se consoliden los partidos con joven historia en la política nacional y que los partidos provinciales aporten a tal fin. Con fundamentos de gobierno y de políticas públicas, con visiones de país que trasciendan el objetivo del manejo de la cosa pública.

Muchos nuevos dirigentes en todos los espacios políticos tienen el desafío de volver a una nación con los valores fundacionales de nuestra patria, generando las instituciones que logren resolver los principales problemas de la nación. El acceso a la vivienda, al trabajo, la pobreza, la marginalidad, el narcotráfico, el acceso a la justicia, la falta de moneda, el acceso al crédito, el sistema impositivo, la prestación por parte del Estado de servicios básicos como la educación pública, la salud, y la seguridad interior y de nuestras fronteras terrestres y marítimas.

Los temas no resueltos suponen una postergación del cumplimiento de los objetivos políticos nacionales, donde cada vez más personas ven postergados sus deseos de crecer, desarrollarse, vivir en paz, con concordia social. Es el momento de restaurar la comunidad de valores compartidos, se impone la hora de la prudencia política entendida esta como la virtud del buen gobierno de todos los poderes del Estado.

Serán los dirigentes del arco político nacional los que logren el camino hacia el desarrollo de la nación, pues el pueblo «no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes». Sin embargo, será el pueblo el que le exija a la dirigencia cumplir con el juramento de servir a la patria para el bienestar de todos los argentinos.

 

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